19.10.09

el destello de los flashes

El sábado por la noche, en un bar, alguien se empeñaba a nuestro lado en retratar para la eternidad (o el colapso de algún disco duro) la inmortal escena de unos colegas tomándose unas copas. Flash va, flash viene, y codazos a quienes estaban detrás del fotógrafo (nosotros). Que digo yo, no se podrán hacer las cosas con educación, y que digo yo, también, no se habrán hecho ya demasiadas fotos de colegas haciendo el ganso y tomándose unas copas.

Así que uno de los que allí estábamos comenzó a blasfemar sobre lo plastas que son los fotógrafos y patatín patatán. Yo le miré indignado para nada, porque evidentemente no me iba a hacer caso, y porque comparto esa manía a las omnipresentes cámaras, aunque yo creo que más por ver qué están fotografiando y sentir un poco de asco ajeno, porque es eso, algo de asco, no unidades de vergüenza.

En fin: salíamos de ver mi tercer concierto de Cromática Pistona, el segundo que veo en el Café la Palma. Está bien el Café la Palma para ver a los pistones, porque es un sitio pequeño. Los músicos se apiñan (esta vez fueron pocos: nueve. Creo recordar que una vez conté once, aunque que nadie se fie de un matemático contando, somos temibles), el público se apiña. Y lo mejor es que a las groupies que colapsan las primeras filas las conozco, por amigas de la Muchacha, y son amables y me hacen hueco si me acerco con la cámara de fotos. Porque sí, llevé la cámara de fotos, y aproveché para sacarles un par de docenas, de las cuales hay como cuatro que no quedaron horrorosas o movidas o que directamente fueron una mala idea, o combinaciones lineales de las tres cosas. Y lo de lo propio del sitio para verles por la paridad de las estrechuras a ambos lados del borde del escenario no fue reflexión mía, por cierto, pero si el tipo ese no me hace caso cuando pongo cara de indignación y además siempre dice eso de que no quiere salir en mi blog a no ser que sea para reírse de mi gorda cabeza. Así que qué menos que robarle una reflexión.

En fin, tocó Cromática Pistona y se acuñó el término Rouco’n Roll, por lo que salimos de allí con la sensación de haber asistido a un momento cumbre de la historia de la música y con la imperiosa necesidad de tomarnos tres o catorce copas.

Pero allí no pudo ser: el responsable de la música del Café la Palma decidió que era una idea estupenda pasar de los Ramones al dance, o a lo que coño fuese aquello (como todo el mundo, uno se pierde con los nombres cuando le llevan muy lejos de casa). Nosotros pusimos más caras de indignación a las que nadie hizo caso y nos fuimos a otra parroquia, que dicen en mi pueblo.

En el trance nos detuvimos un rato en la puerta del sitio. Como mucha otra gente. También se detuvo una furgoneta, para cargar el equipo de los músicos. También se detuvieron, tras ella, un par de coches. El primero empezó a pitar. Alguien le dijo que no pites, hombre, que están cargando el equipo, que acaban de dar un concierto, a lo que los ocupantes del coche responderían –no los oí, sólo vi los gestos– que a ellos les importaba un pimiento, que eran seres libres y dinámicos y que aquella furgoneta cortaba la progresión de sus vidas. Así que alguien le dio un cachete al coche y allá que se bajaron por todas sus puertas, raudos y feroces como todos aquellos seres que se mueven por la noche buscando montarla, yéndose felices sólo si consiguen hacer sangrar a alguien. Subieron los tonos, pero no pasó nada. Así que se volvieron a los coches porque la furgoneta arrancó, y arrancaron.

Y avanzaron un metro y frenaron en seco, porque un par de simpáticas transeúntes les levantaron el limpiaparabrisas trasero. Así que bajaron de nuevo, el conductor al grito de que no me toques el coche y el copiloto blandiendo el cepo del coche, como quien va a la guerra o como quien pretende ir a la cárcel. Insultaron a las dos mujeres, a la esperanzada espera de alguien de nuestro género que las defendiese, al que mandar al hospital sin quedar mal. Sólo se les interpuso el puerta del Café, que se llevó un puñetazo en el pecho y supo contemporizar tremendamente bien. En un tremendo arranque de valentía, un coche de los varios que ya estaban detenidos tras ellos pitó. Y viendo que nadie quería seguirles su juego macabro se fueron, con las cabezas vueltas, esperando cualquier desafío para frenar de nuevo y montar una tragedia.

Pero todos preferimos esperar hasta que se largasen de una puta vez para reírnos a gusto de ellos.

Y yo pensaba si no se les pasaría por la cabeza eso, mientras se alejan tan contentos con su adrenalina, a la búsqueda de otra movida: “ahí detrás hemos dejado a cincuenta personas que ahora mismo se están riendo de nosotros cosa mala”. Probablemente no, porque hay cerebros para los que lo que se deja detrás no existe, porque en fin, requiere usar materia gris.

Yo siempre que veo algo así, alguien como esa gente, me acuerdo de aquel tipo inmenso de mi pueblo que alardeaba de haberse peleado en toda su vida un total de cero veces. Que fue capaz de recomendarle una vez a uno que se buscase a otro en la cola de concierto en la que estaban, que él pasaba pero que seguro que si se lo proponía encontraba a alguien tremendamente feliz de partirle la cara.

Me dijeron que se había ido a Barcelona, aquel tipo, y me dio penilla, porque era un gran tipo. Aunque me dijeron que se fue con una zagala, y así se le entiende, y sólo se le pueden enviar, mentalmente, buenos deseos.

En fin, que la gente es imbécil. Pero no toda. Estimando por lo del sábado, por cada 50 personas tranquilas hay dos energúmenos. Más o menos la estadística concuerda con la cantidad de gente que toca el claxon en los atascos. Porque aunque se les vea tanto (aunque se les oiga tanto) hay que recordar eso, que son menos de un 4%. Que no podemos odiar a la humanidad entera por su capa putrefacta.

Y que me quedo preocupado aunque contento porque aunque me dieron ganas de sacar la cámara cuando se pusieron a hacer el imbécil, no lo hice.

Porque yo no soy mucho de retratar bobadas nocturnas, como decía ahí arriba.

12 comentarios:

  1. Vale, pero no todo es asunto de porcentajes, desgraciadamente. Te pondré una metáfora culinaria: las lentejas antes traían piedras, del mismo tamaño y camufladas con la legumbre, se podían quitar antes o te las podias tragar o romperte un diente al masticarlas. Eso son los vándalos y los agresivos según el colofón de tu relato. Pero otra posibilidad metafórica es que 'contaminen' todo el guiso y lo hagan intragable o lo vuelvan tóxico. O sea, que esos tipos no son la sal de la tierra (cuando la sal era un sabroso bien escaso no un veneno para hipertensos), sino sus toxinas.

    Ser amable, procurar hacer felices a los demás, es una forma muy certera de ser feliz uno mismo (y moral a la vez); estos tipos son malas bestias, estúpidas, infelices e inmorales. Todo a la vez. Un peligro auténtico que envenena la vida.

    ResponderEliminar
  2. noche ajetreada con tanta ruindad

    pero sabes divertirte

    ResponderEliminar
  3. Huy, qué bien se lo pasan Ustedes en Madrid, con sus simpáticos noctámbulos que sólo buscan (ay, estos chavales) somperle la mandíbula a alguno para sentirse alguien...

    Me encanta, esa faceta de la noche madrileña. Es horrible-horrible-horrible el provincianismo de por aquí, cuando la gente desconocida hasta te trata amablemente... qué poco chick, qué poco glamour. Qué hastío.

    Insoportéibol

    ResponderEliminar
  4. Querido niño boquiabierto de aquí arriba, micromicroalgo: el sábado fue la primera vez que he vivido una situación macarrónica en Madrid. Llevo aquí, en el merito centro, año y medio. Antes vivía en un pueblo de la sierra al pie de las montañas, lalala, y te aseguro que había tanto subnormal allí arriba como aquí abajo, el porcentaje no varía pero sí la cifra final. Lo siento, es que me has tocado la venita sensible con esto. Ya oí el invierno pasado cosas tipo: en Madrid un gay sale de Chueca y le acribillan... y no sigo porque me crispo. Y porque los graffitis no son paisaje. Besos eh? muagggcs

    ResponderEliminar
  5. Yo llevo viviendo por aquí un año y algo más, y saliendo por aquí unos quince años. El balance total es de cero atracos consumados (y dos intentos más animosos y lamentables que otra cosa) y cero peleas.

    Así que Lansky, en mi parte de lentejas no hay piedrecitas y mira que yo cuando como como de verdad. Con empeño y dedicación, ¡ole!

    Lara: bah, el ajetreo fue el de la diversión. Lo de esa gente, un parpadeo mezquino.

    Porto: pelota alagüeño, ¡critícame, hombre! ¡No me hagas esto!

    Micro, lo que ha dicho la arriba firmante.

    Madrid no es tan nada como nadie la pinta, excepto zanjuda y obril.

    Doy fe de que aquí también existe gente amable a patadas, y obviamente no lo digo por nosotros, que somos unos estirados y pasamos del vulgo, o sea de todos.

    Aroa, lo dicho, firmo todas y cada una de sus palabras, aunque las adjetivaría un poco más, ya sabes, ji.

    ResponderEliminar
  6. Pues no.

    Me parece a mí que en cuestión de números totales (por supuesto, innegable) tanto como en porcentajes, Madrid es una ciudad menos segura que casi cualquier otra de España.

    Reaseña en el 2003:

    http://www.belt.es/noticias/2003/mayo/19/madrid.htm

    Reseña del 2007:

    http://megustamadrid.com/2007/12/13/se-dispara-la-inseguridad-en-madrid/

    Otra del 2009:

    http://www.elconfidencial.com/cache/2009/04/07/sociedad_23_problemas_inseguridad_madrid_suficientes_porteros_tanto.html

    Y otro:

    http://www.adn.es/local/madrid/20090128/NWS-2801-mestre-anuncia-aumento-inseguridad-Madrid.html

    No me vengan con milongas chauvinistas, anden.

    ResponderEliminar
  7. Es más peligrosa puesto que el número de personas es muchísimo más alto que el de Cádiz, por ejemplo. Como cualquier ciudad. Evidente. Hablaba de amabilidades y macarras sueltos. Y también de cerrar y abrir las calles, sí. También.
    Pero yo no voy asustada jamás por la calle y la gente que viene de otras partes, escucho que sí.No teman. Y ya lo dije: déjense robar el corazón en plena calle.

    ResponderEliminar
  8. ¿Cómo te vas a asustar tú, Aroa, si estás acostumbrada a D.F.?

    ResponderEliminar
  9. ¡Qué bien, otro debate!

    Microalgo, te leo decir que es más insegura en números totales, que evidentemente es algo seguro porque hay más gente, como en porcentajes, dices que te parece a ti.

    Después de leer todos los links que aportas como pruebas, el único porcentaje que leo viene de los empresarios de los bares nocturnos, y aparte de que naturalmente no vienen enlaces a su estudio para ver cómo narices lo han hecho, le ponen un porcentaje aún más bajo que el de mi estimación.

    Por lo demás ni rastro de porcentajes por ninguna parte, así que sí, debe parecerte a ti.

    Así que vale, dejamos los chauvinismos si tú prometes por lo menos aportar pruebas que justifiquen el prejuicio, no que lo adornen.

    Sigo diciendo que en Madrid no he tenido problemas nunca.

    A diferencia de, por ejemplo, mi pueblo, de 1000 habitantes.

    ResponderEliminar
  10. eso es verdad, porto

    pero es que me infla la vena que Madrid sea la generosa que se va con cualquiera para que luego cuando no mira la llamen 'fea'

    (qué zarzuelero)

    y df es la madre de todas las feas

    oiga micro, no chauvine y ya vale que de los periodistas nadie se fíe excepto para avalar teorías

    y esta es el segundo tema, por enunciar, que me churrasca y me roba la condescendencia

    ResponderEliminar
  11. Pero... eso es lógico, David. En tu pueblo te conocen y ya te tendrán inquina. En Madrid gozas de mayor anonimato.

    De momento.

    ResponderEliminar

Con la tecnología de Blogger.

Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.