Hay tres formas de introducirse en la secta (para trabajar, día a día; si es para entrar de sectario las vías son las tradicionales, o bien se echa un currículum, o se es colega del Sumo Sacerdote). Uno puede ir a la estación de Metro de Ópera, bajar a las vías cuando nadie mire (es importante que nadie mire) y caminar pegado a la pared izquierda del túnel en dirección Sol; a unos cincuenta metros del andén hay un nicho en la pared. Si uno espera ahí a que coincidan dos trenes pasando en ambas direcciones y gira sobre si mismo y da una palmada con los ojos cerrados al abrirlos se encontrará en el escobero de la secta. La segunda forma es mediante el uso de un pentagrama que debe estar dibujado con grasa de carnero derretida y cenizas de plumas de gallo negro; si uno dibuja un pentagrama así sobre un suelo de madera de más de sesenta años de edad y salta a su interior, cae desde el techo del baño de caballeros (cuidado con no aterrizar con un pie en el interior de la taza del váter). La tercera forma es coger el metro, plantarse en la puerta del edificio y coger un ascensor hasta la quinta planta. Esta vía, la más popular (no es que no nos guste la poesía, es que nos desagradan los atropellos de trenes y rompernos tibias contra la cisterna), se subdivide en tres procedimientos viables y cuatro hipotéticos (el no viable es utilizar la escalera, invento demasiado infernal incluso para los estándares de la casa), pues hay tres ascensores. Y bueno, también un montacargas, pero es de uso exclusivo de Vicky, la de la limpieza, que sólo invita a quien quiere, cuando baja a fumarse un cigarrito a la calle. Mi ascensor favorito es el primero, por la estúpida razón de que su tecnología tiene un fallo no letal, cosa siempre de agradecer en cuestiones ascensorísticas. El fallo se da en el panel del ascensor que rotula electrónicamente la planta en la que se encuentra uno. Ayer subí en él y cuando pulsé la tecla del 5 aún marcaba una T de aspecto levemente gótico para señalar la planta baja. Después marcó con un cierre de paréntesis la primera, con una flecha hacia arriba y un guión bajo la segunda, luego escribió “1 $” para la tercera, uso una u minúscula para la cuarta, y por fin una E cuando llegó al final del ascenso.
Yo salí pensando en algoritmos que fallan, sin saberlo, y que creen que están proporcionando unos y doses y demás y no, están ahí desarrollando una filosofía simbólica del azar. Y luego cuando llegué a la puerta vi que el reloj me acusaba de llegar dos minutos fuera de la hora límite, y lamenté que me lo dijese poniendo “9:32” en vez, de, por ejemplo, mediante los símbolos “·/e|&R”.
Les habría hecho el mismo caso, a fin de cuentas, y quedarían tanto más bonitos.
Pues fíjate que casualmente el otro día me dio por bajar a las vías de la estación de Ópera (no, nadie miraba, el andén estaba vacío) y caminar en dirección Sol y detenerme junto al nicho ese que, efectivamente, está a unos cincuenta metros en la pard izquierda. Por supuesto esperé a que coincidieran dos trenes y, como es harto sabido, di en ese momento la palmada de rigor con los ojos cerrados. Y aparecí en un cuartucho lleno de escobas pero, macho, ni idea de lo que era, así que cogí el ascensor y salí a la calle. Llegas a haber escrito este post unos días antes y habría aprovechado para saludarte. Mala pata, hombre.
ResponderEliminarSi es que pasa lo que pasa, se deja que alguien lo publique en algún grimorio o similar, y de pronto aparecéis por allí.
ResponderEliminarMenos mal que nadie te vio, hubieran pensado que eras un enlace sindical o algo así (altos cargos en el infierno, por supuesto).