Estábamos en la sobremesa del banquete de alguna clase de fiesta cuya razón no terminé de tener clara, pero a quién le importaba: habíamos comido estupendamente, y llegaban los postres y quedaba ese resquicio del estómago en el que para que la felicidad sea plena uno puede embutir una última golosina. Y llegó una bandeja de pastelillos a nuestra mesa, en la que estábamos unos ocho comensales. Presidía la misma, vete a saber por qué, un cura, que al ver el plato de los pastelillos, en el que venían 10 o así, empezó a arramblar con los de chocolate, que eran como cuatro. Así que mientras masticaba uno iba capturando los demás y colocándoselos a su exclusivo alcance. Y mientras, se justificaba:
–¿No os importa, verdad? Es que me gusta el chocolate.
A mí también. Así que abría la boca y le dije.
–Yo no ando muy puesto en el tema, pero ¿la gula y la codicia no eran pecados capitales, o algo así?
Y el cura detuvo su rotundo masticar para mirarme con odio.
Me desperté sonriendo, impaciente por contarle el sueño a la Muchacha. Luego se me olvidó, pero al fin me acordé. Aunque por la noche se lo volví a contar. Estábamos haciendo torrijas y ella se detuvo a medio embadurnar una de huevo y me miró crítica, intentando detectar en mi rostro la causa de mi segundo pase de anécdota onírica.
–No, bueno, no pasa nada, mujer. Es para que mañana, cuando lo cuente en el blog, pueda decir que te conté mi sueño mientras hacíamos torrijas, y ya de paso cuento lo de las torrijas.
Me dijo que estaba siendo secuestrado por la narrativa, y nos salieron unas torrijas estupendas.
Sí, definitivamente estás siendo secuestrado por la narrativa. :-) Ya mismo serás un personaje, ya verás. Como te dé por aparecer en uno de mis textos te vas a enterar.
ResponderEliminarUn abrazo
X.
Pero lo verdaderamente narrativo sería contar en el blog que le contaste tu sueño a la Muchacha mientras hacía torrijas sin que fuera verdad. A eso es a lo que se llama procesar literariamente la realidad, recrear el mundo. Si anduviera por ahí Vargas Llosa lo llamaría deicidio, que queda muy bien. En cambio necesitar contárselo mientras hace torrijas para poder contar que se lo contaste mientras hacía torrijas tiene un no sé qué de... fedatario que lo aleja de la creación literaria. La Muchacha está siendo secuestrada, en todo caso, por el nuevo periodismo, pero no por la narrativa.
ResponderEliminarY hablando de deicidios: malo es ser anticlerical en la realidad, pero serlo en sueños entra en una categoría de maldad onírica francamente preocupante. Tú verás.
Y la Muchacha, que es periodista, acaba de sentirse ofendida y lee mientras come unos cereales, bufa, arruga el ceño y me dice "ya le puedes contestar diciéndole que acabo de ser ofendida y que estoy aquí comiendo cereales. O cuenta si quieres que estamos haciendo más torrijas, ¡hm!"
ResponderEliminarY Xavie, eso es amenaza.
Si me paseo por tus cuentos, iré armado. Cuidadito con tus personajes propios, no sea qué.
Cuánto se equivoca, dice detrás la Muchacha, y encima escribe de rodillas.
Es un acto de humildad, respondo yo.
¡Vale ya!, protesta.
Y yo digo es verdad, ya vale.
A mí me había gustado, sencillamente. Pero Vanbrugh me ha liado, dicho sin acritú y con todos los respetos. Las torrijas se convierten en un símbolo de la escritura y estoy sin desayunar, falto de dialéctica y de hidratos de carbono, y no puedo comentar un relato que encierra tantas cosas.
ResponderEliminar¡Me rindo!