21.2.09

música mía

Lo primero que he pensado es que estaba sonándome el Demon of the Fall de Opeth en el móvil, aunque lo he descartado enseguida: aquello no iba sobre un compás de tres tiempos.

Aunque no debería empezar a contar esto por ahí, sino desde más atrás, desde antes incluso del principio. Resulta que yo, pese a lo que mucha gente, a veces sospecho que mi cumpañero de piso Juanito incluido, no moro en el Palacete, sino que tengo una casa, por la que de cuando en cuando me paso. Por ejemplo hoy. Y desde tiempos inmemoriales, la cisterna del baño está jodida. Con el tiempo, y con las reparaciones ufanas y en rigor y a largo plazo no calificables de eficaces, nos pongamos lo optimistas que nos pongamos, se ha ido jodiendo cada vez más, de manera que a fecha de hoy tenemos el grifo que da paso al agua que en teoría ha de llenarla cerrado casi siempre, excepto a la hora de llenarla. De no proceder así su mal cierre produce un ruido que resulta grato porque produce el efecto de que uno se está afeitando o lavándose los dientes al pie de las cataratas del Niágara, pero probablemente sería la ruina del Canal de Isabel II, que nutre de agua las tripas de esta ciudad, y el comienzo de una nueva era de regadíos en las otrora requemadas y secas llanuras extremeñas, Tajo abajo. Y hoy estaba yo allí frotando mis incisivos con fruicción, cuando me ha dado por abrir la cisterna para que se fuese llenando, por lo que vendría después, y de pronto, en medio de ese estruendo, me ha parecido escuchar el fragor incógnito y no demasiado remoto de una música familiar. Ya digo: me pareció que sonaba música mía, al primer bote Opeth, no por el ritmo sino por lo plausible, porque es lo que suena cuando casi todo el mundo me llama por el móvil, por ejemplo. Pero no, efectivamente aquello no era ese compás de tres tiempos que Opeth borda como poca gente, aunque eso no quería decir nada, porque mi móvil debe tener canciones extrañísimas, de esas que uno le mete de vez en cuando para que suenen cuando menos se las espera en la oficina o en compañía de extraños, y así poder restregarles por los tímpanos mi elitismo musical y el estruendo de alguna forma de cosa burra de país escandinavo. Y no, no era eso, porque mi móvil reposaba oscuro y durmiente, sin saber ni enterarse de nada. Era el agua. Así que por un rato he detenido el cepillo de dientes entre muela y muela, y me he estado solazando con eso que, se ponga el agua como se ponga, definitivamente sonaba como si de fondo pudiese estar sonando música de mi gusto. Y luego, diría que al instante pero no, ha sido al rato, he seguido frotando mientras le decía a mi reflejo que es un tanto inquietante escuchar esa música en ruidos, y que qué mal habla eso de la pobre, de mi pobrecita música, música mía, de mis amores, mis travesías en coche y mis bostezantes viajes en metro.

2 comentarios:

  1. yo mi música la confundo con el trinar de los colibríes tempranos...

    jaaaaaaaaaa

    qué susto con eso de hablar de música y un baño, me daba miedo seguir leyendo

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  2. he vuelto para reventarte que digas nada de ovejas y borregos... jum!

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.