Estaba yo tirado en la cama (de cuyo estado, avergonzado, no hablaré, en fin) cuando me he descubierto pensando en profesiones. Recordando, porque es un tema en el que pienso de vez en cuando y los pensamientos recurrentes terminan siendo más recuerdos que ideas, más relectura que creación. El pensamiento en cuestión es uno que surgió probablemente no la primera pero sí unas cuantas de esas veces en las que alguien pregunta y si pudieses trabajar de lo que te diese la gana, ¿en qué trabajarías?
Hay que allanar el camino para mi flamante conclusión, así que llegados a ese punto yo suelo preguntar:
-¿Tiene que ser una profesión actual, o valdría algo de otros tiempos?
-Cualquier cosa vale -me responderá mi amable interlocutor por la cuenta que le trae.
-Entonces yo creo que habría sido un gran inquisidor.
-Ciertamente -pensará el amable interlocutor si me conoce y, según la confianza, tal vez diga en voz alta.
Porque sí, yo creo que habría valido para eso, de haber vivido en el medievo. Para el has pecado, hijo, y yo vengo aquí con toda mi parafernalia lógica y mi hipótesis falsa (y ya filosofamos un día, acuérdate, de a dónde se llega con eso) y tú vas a terminar ardiendo como una tea. Porque cuando convenga todo será la voluntad del Señor, y cuando convenga todo será tu libre albedrío mostrando la impureza de tu alma, y al fin y al cabo yo, decida lo que decida, no seré sino una herramienta de Dios, que para algo llevo una cruz en el pecho y me sé la Biblia.
Eso me hace pensar que si yo fuese creyente, al ser (bueno, esperar ser, que habrá veces que en fin) un tipo consecuente, sería un fanático de cuidado. Pero como no lo soy, pues bueno, quien quiera discrepar que discrepe, y que cada cuál crea lo que le de la real gana, mientras no vaya por ahí tocando las narices a los demás. Por esto mismo no me gustó todo lo que podría haberme gustado la campaña de los autobuses ateos, y me repugnó sobremanera la contrarréplica de los evangelistas, mandona, intransigente y retrógrada (respuesta esta que, en cualquier caso, era tan digna de aplauso por todo lo que expone a la luz que supongo y/o espero que fuese el motivo principal de toda la campaña: para qué nos vamos a dar a conocer nosotros los ateos, si lo que es útil para la sociedad es que se los conozca a ellos los creyentes intransigentes). Lo único que me toca las narices es que de vez en cuando alguien intente probar una creencia argumentando, porque probar lo imposible es, por definición, imposible, y gente lista ha existido siempre, gente lista creyente también (por mucho que piense algún ateo tonto también), y si la existencia de Dios no ha sido probada entonces que no me venga nadie diciendo sí hombre, Dios existe porque bla bla bla, que si la perfección del cuerpo humano por aquí, bli bli bli, la causa primera por allá, blu blu blu, que si el bien y el terrible miedo a la muerte y la búsqueda de consuelos a cualquier precio. Y ah, no. Ah, eso sí que no. El cuerpo humano es de todo menos perfecto, no puede haber una causa antes del tiempo porque, en fin, no tiene cuándo suceder, y si a alguien le da miedo la muerte es que, realmente, no ha pensado en lo que supondría la vida eterna. Y curiosamente es en esos casos cuando uno puede agarrar lo más parecido que puede existir a lo que debería ser una biblia, o sea la lógica, y efectuarle un juicio inquisitorio al personaje que ha decidido que para darle una cierta credibilidad a sus ideas va a inventarse una demostración de algo que, de poderse demostrar, probablemente ya habría demostrado alguno de los cientos de teólogos infinitamente más capaces que él. Y proclamar la sentencia de que tristes creencias deben ser las de alguien que se fía tan poco de ellas que tiene que apuntalarlas y darles para sí mismo un aire de credibilidad, porque eso significa que él mismo intuye que, de pararse a pensarlo, le van a parecer un tanto increíbles.
Con lo fácil que es creer cosas con opción a cambiar de idea, si surge demostración en contra. ¿Por qué la gente necesita convicciones inamovibles? ¿Qué problema hay en adaptarse a lo que se sabe? ¿Qué necesidad de defender lo absurdo? ¿Por qué todo esto me está recordando la defensa que, desde el PP, hacen de su propia corrupción, atacando a quienes la denuncian? ¿Por el miedo de vernos, de ver cómo somos?
Pues valiente cobardía.
Yo prefiero ver lo que hay.
Y soy el primero en lamentarlo, porque ah, qué gran inquisidor se ha perdido el mundo. Si tan sólo hubiese nacido hace unos cuantos siglos, y hubiese sido convenientemente lobotomizado.
19.2.09
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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.
Después de leerme cierto libro que ya sabes (y sobre el que juro que voy a dejar de usar como ejemplo, lo juro, lo juro....) a mi ser inquisidor me parece una profesión cojonuda... si tenemos en cuenta, claro, que mi afirmación se basa en la ficción... vamos, una mierda de afirmación...
ResponderEliminarPero yo si te veo, fijaté, enarbolando una antorcha y gritando "ha ha ha... estúpido hereje"... o algo así...
Hey! escribe sobre eso (¿te hemos pedido ya alguna vez, la maligna rubia y yo, que escribas???)
Como creyente no del todo tonto -o eso espero, vanidosamente- me han resultado francamente interesantes tus reflexiones de ateo listo que, no por ateo, sino por listo, me parecen muy bien encaminadas.
ResponderEliminarNo pretendo discutírtela, pero yo trabajaría un poco más esta: no puede haber una causa antes del tiempo porque, en fin, no tiene cuándo suceder.
A modo de simples sugerencias:
- "Antes" del tiempo no significa nada. Cuando no hay tiempo, tampoco hay antes. (Bien mirado, "cuando" no hay tiempo tampoco significa nada. Si no hay tiempo, no hay "cuando". Obviamente tenemos un problema de lenguaje, pero precisamente es a eso a lo que voy).
- Postular que para que algo exista necesita "suceder" es, en mi quizás equivocada y desde luego mediatizada opinión, una petición de principio.
- Abundando en lo anterior, tampoco creo legítimo exigir un "cuándo" para la existencia de algo.
Observaciones todas que, como ya habrás advertido, se resumen en una única noción: el tiempo es condición universal de cuanto conocemos y de nuestro modo de conocerlo, pero eso no nos permite -creo- afirmar que sea condición ineludible de cualquier modo de existencia.
Lo que me conecta con la otra de tus afirmaciones que me gustaría que reexaminaras, si tienes un rato y ganas: si a alguien le da miedo la muerte es que, realmente, no ha pensado en lo que supondría la vida eterna.
Si "eternidad" quere decir algo, no es, desde luego, una cantidad inagotable de tiempo, sino todo lo contrario: una situación en la que el tiempo no existe o no es relevante. Coincido contigo en que una vida prolongada durante una cantidad inagotable de tiempo es algo muy poco deseable, bastante más llevadero morirse. Pero la "vida eterna", para cualquiera que crea en ella sin ser del todo tonto -y has tenido, te recuerdo, la amabilidad de admitir que puede darse el caso- no es, por lo que acabo de explicar, una vida prolongada durante una cantidad inagotable de tiempo, sino un modo de vida en la que el tiempo ha dejado de tener el jodido papel que desempeña en la vida tal y como la conocemos ahora. Y a mí, por ejemplo, me resulta la mar de apetecible.
Gracias por tu atención.
Vanbrugh, antes de nada, mis disculpas. ¿A cuénto de qué, dirás? Espera, espera, que después de disculparme me explico: leí lo que pusiste en tu blog sobre los autobuses ateos y demás, y me pareció un post grandísimo, viniendo como viene desde esa otra "trinchera", o sea, de quien cree que sí cuando yo creo que no, y me quedé con unas ganas tremendas de contestar (básicamente para aplaudir), pero necesitaba, para responder como merecía aquello, un tiempo que fui buscando y no encontré, y bueno, al fin pensé que se me había hecho demasiado tarde.
ResponderEliminarDicho lo cuál te contesto aquí. Antes de nada gracias por llamarme listo, mi vanidad ronronea, ja ja. Pero yo no me llamaría ateo listo, sólo ateo consecuente: no soy (al menos ya no soy, y creo que eso es bueno) un ateo dogmático, soy ateo en el sentido en el que yo pienso que no existe dios igual que pienso que el Barça va a ganar esta liga: quizá no la gane, pero tiene toda la pinta de que sí. Pero tengo muy claro al pensarlo que la clave está en el sujeto y el verbo de esa frase: yo pienso. Los demás que piensen lo que les parezca. Al menos mientras no se dediquen a tocar las narices al resto con sus creencias, como hacen tantos católicos y, supongo, algunos ateos. Y soy consciente de que si los ateos lo hacemos o hemos hecho menos será probablemente por tener menos influencia, porque ser un cretino avasallador no creo que sea asunto de creencias, sino de la propia persona, e idiotas intransigentes hay en todas partes y de todos los colores. Quiero decir, nadie va por ahí saboteando las Cabalgatas de Reyes por luchar por la verdad, a fin de cuentas.
Lo del asunto del tiempo, de acuerdo: pero no pretendía hablar de lógico y religión en profundidad, y como frase-resumen me pareció bien el nivel de detalle basto. Comparto que antes del tiempo es un absurdo lógico, pero para mí no es que no signifique nada, es que no es algo posible, simplemente es algo que no existe. Y para mí ese debería ser el lugar que ocuparía cualquier creador. El universo es tan desagradecido que según yo interpreto su funcionamiento y sus leyes no deja sitio para que pueda haber existido su padre.
No sé, yo si pienso que para poder usar el verbo existir hay que ubicar algo en un espacio y un tiempo, exigirle un cuando. Yo no creo que el tiempo sea algo derivado de cómo conocemos el mundo, sino algo más grande que podemos entender, parte de la geometría del espaciotiempo, de la que podemos inferir cosas nosotros, bichitos listos.
Sobre la vida enterna, bueno, leo tu idea y me parece más soportable que lo que yo entiendo simplemente por vida eterna. Me parece que es más una adaptación que para ello has hecho tú, un creyente con sentido común, que lo que pone en el folleto propagandístico de las religiones. Y eso para mí es un problema, porque dudo que la gente, hace 2000 años, cuando comenzó a creer todo esto, fuese hasta ese nivel de análisis, y que tu creencia es un refinamiento del concepto, pero si el concepto predica verdades absolutas entonces no comprendo por qué tiene que ir cambiando con el tiempo. El teorema de Pitágoras tiene todavía más edad y nadie ha tenido que cambiarlo (si acaso, lo han extendido a geometrías no euclídeas, pero no es lo mismo). No sé, yo creo que cuando una creencia positiva en algo que se dice una verdad tiene que ir adaptándose a lo que se conoce, a lo que se entiende, a las contras que surgen, para seguir siendo positiva y no ser una condena, entonces al menos a mí me dan unas ciertas sospechas; las verdades de los dogmas no deberían ser algo escurridizo que tenga que ir modificándose con el tiempo para seguir teniendo su ventaja, deberían ser sólidas de partida.
Es por eso que lo que yo pienso que se esconde detrás de la fe en una vida eterna es un miedo al dejar de existir. No sé, yo me siento muy agradecido conmigo mismo por no tener tal miedo; creo que me ahorra tiempo pensando cómo puede ser eso bueno y tener sentido, que no me condiciona para que cuando pienso me tenga que andar buscando las vueltas para que el folleto de las vacaciones postmortem siga pareciendo un crucero infinitamente divertido, y no una condena a una prisión eterna e insoportable, un viaje a un infierno de eternidad en el que menos mal que no creo.
No, no, nada de disculpas. No hay ninguna obligación de comentar y además el meollo del post, que celebro que te gustara, ni siquiera era mío, de modo que la pérdida de elogios no ha sido realmente grave.
ResponderEliminarNuestras disensiones sobre lo del tiempo -si algo puede existir fuera de él o no- no son, en realidad, más que otra formulación de nuestras disensiones sobre Dios (o estas otra formulación de aquellas). Es decir, que algo pueda existir fuera del tiempo no implica necesariamente que exista Dios, pero en cambio la viceversa, sí: o Dios existe fuera del tiempo, en esa eternidad a la que aspiro a incorporarme, o no existe. De modo que es lógico que tampoco en esa cuestión nos pongamos de acuerdo. Que estuvieramos de acuerdo en una pero no en la otra implicaría alguna clase de incoherencia por parte de alguno de los dos, que celebro constatar que no se da.
En cuanto a la acomodación de las religiones a los tiempos, es una observación que he oído a menudo en boca de no creyentes, y siempre me ha sorprendido igual. Imagino que, una vez más, lo que creo una mala comprensión de cómo funciona el asunto de creer es consecuencia de una mala predicación por parte de los creyentes, que son los primeros, mayoritariamente, en entender correlativamente mal esta cuestión. (Menos mal que estoy yo aquí para explicarlo bien todo.)
La única verdad absoluta que predica la religión que yo conozco es la existencia de Dios. Precisamente por ser absoluta es informulable en sus justos términos para la mente humana, en la que lo absoluto no encaja, ni por tamaño ni por disposición interior. Eso significa que cualquier formulación que se predique y se asimile por seres humanos de este asunto o de los conexos es, necesariamente, relativa y cambiante. Para ser más exactos en la metáfora, ajustable. Como cualquier otro conocimiento, el que de Dios pueda tener el hombre es progresivo, cambiante y perfectible históricamente. El ejemplo del teorema de Pitágoras está bien: pero un matemático actual sabe más cosas y las formula en muy otros términos que un matemático del siglo V a.C. Ambos, desde luego, comparten conocimientos fundamentales, como ese teorema. Con la teología pasa lo mismo, es un conocimiento que ha ido ampliándose, reformulándose y creciendo a partir de un pequeño meollo -que los creyentes creemos revelado, algún exotismo tendréis que consentirnos- de un modo nada distinto de lo que sucede con las Matemáticas o la Física. Lo cual no significa que ni las Matemáticas, ni la Física ni Dios sean variables, cambiantes y poco de fiar, sino que lo es nuestro conocimiento de ellos y nuestro modo de contarlo.