Vaya por delante que este post no usa el término cordura con el sentido despectivo con el que tanto perroflauta y pensador de pacotilla la usa para reivindicar lo diferente, lo no rutinario y lo colorido: cordura, según el diccionario, es prudencia, buen seso, juicio, y la locura no es algo de lo que alardear o jactarse: yo, que viví año y pico con una enferma mental, puedo dar fe de que la locura no tiene nada de hermoso.
La archienemiga de la cordura no es, como suele pensarse, la locura, sino la estupidez. La locura, simplemente, es lo que queda de la cordura cuando esta se enfrenta con la estupidez y pierde. La locura no es, ni debe ser, un piropo, o un halago, o algo que proclamar como causa, excusa, razón o motivo. La locura es una ruina de derrota, no algo que exhibir ufano ante las visitas que vienen a tomarse un té y les da por preguntar, corteses, que qué tal nos va.
Vaya también por delante que me consta que nadie se libra de la estupidez, y añadiría “ni yo mismo” si no fuese a sonar pretencioso, como si me sorprendiese que ni yo me libro. No, yo no me libro, pero igual que nadie, sin sorpresas ni atenuantes. Pero hago lo que puedo en no ejercerla a jornada completa, como hay tanta gente que parece hacer: últimamente no sé si será que estoy yo quisquilloso o que veo que arrecia la estupidez.
El ejemplo último (o, bueno, quizá penúltimo, es complicado acotar la estupidez) de esto lo viví ayer tarde en el curso al que estamos yendo los de la secta. El profesor propuso un problema y nos dejó un rato considerable para resolverlo. De quienes lo logramos cada cual lo hizo a su manera. El primero coincidió con el profesor, que le dedicó halagos y aplausos. El segundo había pensado otra forma, más eficaz (más corta). Ah, pero es que habría que hacer también esto, y esto otro, replicó el profesor. No, no hace falta, yo no lo he hecho y funciona, respondió perplejo mi compañero. Y el profesor la tomó con él: ya, ¿pero y si el problema fuese distinto, y si la pregunta fuese ligeramente distinta, entonces qué, eh?, ¡entonces el método ese no funcionaria! Toma ya, claro, pensé yo: si planteas un problema su solución es la solución de ese problema, no necesariamente de otro. Que el que él planteó no se viese afectado por el cambio del problema era secundario e injusto, porque él, como profesor, es quien manda y hace y deshace, pero igual que él le replicó a mi patidifuso compañero que podría ser otro problema así, yo podría haberle dicho que bueno, el suyo tampoco funcionaría si en vez de estar haciendo el moñas con códigos postales a su problema se le suministrasen sextetos alejandrinos. Pero qué sentido tiene pelear contra la estupidez, cuando las consecuencias serán en el mejor de los casos futiles. No dije nada. Simplemente, cuando el profesor terminó de ensañarse con él y preguntó, mirándome, que quién tenía otra solución, yo sólo le respondí con una mirada hostil.
A veces es lo único que se puede hacer. Otras veces, en cambio, no, y ahí están, en las noticias recientes, dos ejemplos estupendos de emboscadas a la estupidez. El primero, el de los autobuses ateos: saca un mensaje que no deja de ser educado y dar buenos deseos, y observa los efectos del fanatismo en todo su esplendor, con esos mensajes hostiles y esas actitudes cerriles que patrocina, promociona y produce la entrañable Iglesia. El segundo, la emboscada de El Intermedio a Intereconomía TV, que me tiene todavía muerto de la risa. Qué grande es cuando alguien con recursos (la plataforma de un programa de televisión, la repercusión de las propias palabras) puede dedicarle a alguien un sopapo en los morros, y luego deleitarse con la ristra de estupideces que le contestan (impagable no aludir en ningún caso a los insultos, comparar el fake con un video contrastado y penal y afirmar, toma ya, que cuando algo es indicio de delito no es necesario comprobarlo, y a tomar por culo la presunción de inocencia y la investigación), y aún guardar aliento para responderle al cretino que preside la Asociación de Prensa de Madrid, que sale a criticar, que ni Wyoming es periodista, ni dijo una palabra cuando la Teoría de la Conspiración (bueno, de hecho sí que la dijo: le dieron un premio a Pedro J. Ramírez).
Otro ejemplo: ¿os acordáis hace ya casi tres años cuando Evo Morales fue elegido presidente de Bolivia, que unos humoristas de la COPE le llamaron haciéndose pasar por Zapatero y se descojonaron de él, provocando un incidente diplomático que hizo sudar unos días a Moratinos y al embajador de turno?
ResponderEliminar¿Sabéis quién NO dijo que ese tipo de trampas denigran la profesión del periodismo y patatín-patatán?
Exacto: Fernando González Urbaneja.
O cuando Intereconomía mandó a dos periodistas a tener una trampa de soborno al abogado que va contra Fabra y la policía les pilló intentándolo.
ResponderEliminarNadie dijo nada.
No hay enemigo pequeño y cuando el gordito se permite llamar puta a la presentadora del Wyoming, hacerle quedar como un imbécil me parece genial.