Harto por fin de noticias sobre la Fórmula 1 y después de hartarme de leer demasiadas veces muy cercanas las palabras “Kaká”, “Florentino” y “Madrid”, doy paso a la lectura de las noticias de última hora. En una de ellas aparece Mario Conde, que por lo visto ha regalado un montón de libros a la cárcel de Sevilla y ha ido ahí a darles una charla.
Debe haber sido graciosa. Dice la noticia que Conde ha hecho coñas sobre su paso por la cárcel, ha negado que le diesen ningún trato de favor, y ha soltado la serie de topicazos que uno debe soltar cuando da una charla de ese tipo. Venga chavales, no os preocupéis, hacerse buenos, salid de aquí en cuanto podáis, bla bla bla. Y los presos, por su parte, le han pedido el traje para ir al juicio, le han sugerido que se engominase en vivo y en directo, y han hecho unos cuantos chistes a costa de su condición de probrecillo preso multimillonario. Todo muy previsible.
El caso es que esta noticia me ha recordado algo que Google y yo creemos no haber contado todavía aquí: una vez yo… no, espera, espera, esto requiere unas mayúsculas, por lo menos: Yo Estuve En Un Mitin De Mario Conde.
(Estas líneas vacías son para que puedas contemplar con ojos como platos, que no plateados, la última frase)
En mi disculpa diré que no fue aposta. La historia se remonta a aquellos años en los que el señor Conde iba a ir a la cárcel, y no sé si tuvo la estupenda idea de presentarse a unas elecciones, por si conseguía un cargo y le caía algún indulto, alguna inmunidad o pensó que dada la clase de gente que integra nuestro politic establishment, aquello era ciertamente su hábitat. El caso es que se presentó.
Aquella tarde yo había quedado con una amiga a la que veo con el paso del tiempo con la frecuencia de la inversa exponencial cuando x tiende a infinito, o sea, muy poco y cada vez menos (y no es que nos caigamos mal, es que la vida es así, y tenemos cosas que hacer). Como nos vemos tan poco, cuando nos vemos nos alegramos mucho, y aquella tarde en cuestión decidimos celebrar nuestra alegría mediante una serie de brindis para los que requerimos la compra y el vaciamiento de una litrona de cerveza, actividad esta que en aquellos idílicos tiempos era algo que uno podía hacer en la calle tan ricamente. Así que dudando de adónde ir decidimos plantarnos en la Plaza de Santa Ana, como los otros varios cientos de jovenzuelos que estaban allí celebrando también mediante el mismo método el reencuentro de esta amiga mía con tu humilde servidor. En el lado de la plaza que da al teatro había un escenario, pero nadie le hizo el menor caso, algunos, como yo porque somos, como los dinosaurios de Spielberg, incapaces de ver objetos que no estén en movimiento (como, para alivio de corduras, suele ser el caso de los escenarios) y otros porque pensaron con suma sabiduría que fuese lo que fuese a ocurrir sobre aquella plataforma el asunto no iba con ellos. Así que todos le dedicamos la más absoluta indiferencia a ese rincón de la plaza y nos concentramos en las litronas, hasta que de pronto aquel rincón de la plaza se llenó de personas extrañas, comenzó a sonar una música políticamente estándar, brillaron unos focos y bajo ellos, zas, brillaba la engominada cabeza del mismísimo Mario Conde.
En ese preciso instante debió batirse el récord mundial de litronas detenidas a medio camino de bocas abiertas, sospecho, aunque ningún juez de Guinness podría haberlo medido: de haber estado allí él también habría estado mirando embobado a aquel Mario Conde que, acallando magnánimo los esmerados aplausos de la Gente Rara, comenzó a dirigirse a nosotros, “los jóvenes”.
La Gente Rara era realmente rara no porque tuviesen cantidades impares de ojos, orejas, piernas o brazos, o cantidades pares de narices o cabezas, no. Era rara en todo. Estaba dividida en dos clases muy dispares, por un lado una reluciente y de media alta de edad donde era mayoritaria la profusión de peinados caros, abrigos de pieles y zapatos lustrosos, y por el otro otra clase de gente menos abundante, más tirando a flacucha y ataviada con chándal y playeras que eran los que sostenían unos palos de los que pendían las banderas que eran ondeadas cuando Mario Conde, elevando el tono, terminaba una frase y aplaudían los de los peinados caros y los zapatos lustrosos. Y yo me recuerdo pensando que qué guay es ser rico metido en política mitinera, que subcontratas la tarea de agitar esas banderas que quedan tan bonitas ondeando en los telediarios. O sea, si eres de la clase de persona que opina que el agitar de las banderas es algo bello y no repugnante, y si eres tan inocente como para no sospechar que probablemente las labores de abanderamiento sean subcontratadas por más partidos en más ocasiones. Vamos, que como yo soy malpensado y antibanderal aquel primer pensamiento me duró poco, lo que fue una suerte porque, librado por fin de mi estupefacción, pude deleitarme escuchando el discurso que Mario Conde, que sí, que sí, dirigía no a sus fieles aplaudidores, más entraditos en años y en fortunas, sino a nosotros, los jóvenes, los golfos que estaban ahí para emborracharse y fumar porros y mirar tetas y culos y todas esas cosas que hace que los jóvenes sean jóvenes. Hasta saqué un boli y en una hoja que luego perdí inmediatamente con inmenso dolor apunté cuantas frases magistrales pude escuchar al señor Conde. No porque fuesen nada recordable, sino porque eran graciosas (también él habló de alcohol y drogas y de miserables echaos a perder cuando hizo su balance de nosotros, los jóvenes), absurdas y en general estúpidas. Como las de cualquier mitin político, por otra parte, con el plus morboso de tener delante a ese prohombre, ese ladrón de guante blanco, el legendario Mario Conde, con su tan mítica gomina que ya ves, hasta ahora, tantos años después, se la reclaman en la cárcel de Sevilla.
Así que nos quedamos al mitin por afición a lo surrealista incluso cuando se vació la litrona, y luego nos fuimos, muertos de risa, y naturalmente no votamos a Mario Conde.
Pero luego, con el tiempo, fui sacando una conclusión de todo esto que yo creo que ha venido condicionando muchos pensamientos políticos míos, pese a que hasta ahora no recuerdo haberla formulado conscientemente, en voz alta: lo que hubo que agradecerle a Mario Conde aquella noche fue que saliese con su mitin en nuestra busca y captura, en lugar de hacer la clásica cosa política de juntar al rebaño en un redil donde quepan y recitar con el ojo puesto en el piloto rojo de las cámaras de televisión.
Y lo pienso y pienso que Mario Conde dio un mitin absurdo y surrealista, igual que ha dado una charla absurda y surrealista en la cárcel de Sevilla, de acuerdo. Pero al César lo que es del César, ojalá algún político de los tenidos por serios hiciese algo parecido, y oje sus santos huevos por regalarle un lote de libros a la biblioteca de la cárcel. Que habrá sido todo lo ladrón que sea pero a mí, hoy, leyéndole, me ha hecho entender y recordar por qué hay algo en ese tipo que al margen de tantas cosas, qué le voy a hacer, me cae bien.
oje, oje!
ResponderEliminary más cosas que sabes del sr. conde y que no desvelas, a pesar de ser muy cuenteras, por respeto a tu "garganta profunda"...
me quedo con la sensación de haber escrito una guarreriílla...
Bueno, pues a Mario yo le caigo mal. Seguro que se habrá olvidado de mí, como yo me habría olvidado de él igual que de muchos compañeros de clase si no se hubiera empeñado en salir en los medios con su nombre, m a r i o c o n d e.
ResponderEliminarAunque hay cosas que no se olvidan. Yo le gané en el primer concurso de grupos musicales al que nos presentamos, en los Salesianos, y se lo tomó muy mal. Y yo le quité a su novia, y esto es lo que no se olvida.
A mí me caía bien, aunque me daba rabia que sacase tan buenas notas de lo listo que era, sin dar ni chapa, pero su novia estaba buenísima y el que iba de triunfador por los escenarios era yo, así que la hice mía, como en una canción de Perales.
Luego, nuestras vidas han sido todo menos paralelas. PEro jamás le comprarçia un coche de segunda mano.
¡¡¡¿Y sabéis cuçal es la palabra verificadora?!!!
RIVAL
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ResponderEliminarAroa, no me corresponde a mí desvelarlas. Le corresponde a Nán, que lo hace justo después de tus palabras, ja ja.
ResponderEliminarY ¿guarreriílla?... mira que como tenga razón esa que te acusa de hablar como Flanders... con lo que me jode darle la razón a esa gaditana del carajo a la que desde aquí mando un beso Sin Babas...
Nán. ¿Rival? Qué sabio es el jodío Blogger, ¿eh?, a veces da miedo.
Y tu historia mariocondiana siempre me pareció estupenda, ja ja. Me tienes rendío a tus pies, oh maestro.
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