23.1.09

9.15 vs 6.41

En casa somos grandes fans de How I Met Your Mother, la seguimos a la semana, como hay que seguir las cosas, y Juanito y yo solemos picarnos viendo quién es el mayor fan de Barney Stinson, con conversaciones del tipo:

–¡Soy yo!

–¡No, yo!

–¡No, yo!

–¡No, yo!

Y así durante horas, aunque yo, en secreto, a quien más admiro es a Marshall, con su mezcla de cazurrez, friquismo, romanticismo y, caramba, amor.

Por otra parte, la Muchacha, en su implacable busca de placebos que le hiciesen soportable la espera por Lost (que ya ha terminado, por cierto), y por Weeds, y por Dexter, etcétera, hacaba de empezar a ver la serie, y yo a veces re-veo algún capítulo con ella. No es que nunca me importe ver capítulos o películas repetidos, igual que no me importa releer libros o escuchar canciones más de una vez, pero estoy notando, mientras veo de nuevo las primeras andanzas de los colegas de Ted Mosby, lo que ha cambiado mi vida mientras transcurría la serie.

En el primer capítulo, en una de las primeras escenas, Marshall le pide a Lilly que se case con él, y se convierten en prometidos. Yo cuando lo vi la primera vez pensé “vaya manera de comenzar”. Lo que normalmente es una temporada de trama, se lo acababan de ventilar en un plis, ¡y encima prometidos!; el único interés de aquellos dos personajes en la trama, pensé, estaría en saber si iban a ser un par de cansinos empalagosos o a romper el compromiso. Arrugué el gesto y me puse meditabundo. En aquel tiempo vivía con La Bruja del Piso de Arriba, y ni la Muchacha existía en la suya ni yo en la mía. Y yo supongo que me identificaba con Ted y con Barney. Ted, buscando amor, y Barney, bueno, buscando sexo y sentando cátedra. Pero yo conocí a la Muchacha y Marshall y Lilly se cepillaron mi prejuicio, y creo que lo segundo fue antes que lo primero.

Digo esto porque ahora les veo con sus dudas, con sus hay que madurar, con los no tenemos por qué estar haciendo tanto el tonto, y luego al final de cada capítulo pasan de dogmas y de consignas externas y siguen queriéndose como bestias, siendo un par de cronopios y a amarse jugando, y yo siento que me solidarizo, siento que quiero ser Marshall.

No siempre es fácil. Bueno, a nivel consciente por lo general sí, porque ayuda que la Muchacha sea un sonriente angel con patas. Pero a veces tenemos problemas a nivel subconsciente. Cuando se cierran las noches y caemos en el sueño, cuando nuestros yoes subterráneos empuñan nuestros timones, se desatan duras batallas que mueven sus campos de batalla desde el control de la nórdica a cada centímetro de almohada, desde los intentos de despeñar al otro por el borde de la cama al de asfixiarlo en sueños haciéndole imposible respirar. Esta semana, la guerra ha llegado a las agujas del reloj.

El martes nos despertamos cuando sonó el teléfono. Eran las 9.15. Yo entro a trabajar a las 9:30, y tardo media hora en llegar al trabajo, aparte del tiempo del trajín en el baño, la puesta a punto, el vestirme, desayunar, bostezar, leer el As, etcétera. Salí corriendo y llegué tardísimo. Cuando por la tarde –muy tarde, porque llegar tarde implica salir muy tarde– llegué, le conté mi teoría, sin tapujos y sin vueltas

–Eres mi principal sospechosa, yo ni oí el despertador. Así que creo que tú lo escuchaste empezar a soñar, lo desconectaste y seguiste durmiendo.

–¡Huy! –respondió ella–, pues ahora que lo dices, tal vez acabe de acordarme de algo así –y se echó a reír mientras yo podía esgrimir una de esas caras que a posteriori me encantan porque, en fin, no se dan motivos muy a menudo para que uno pueda usar la palabra ‘patibularia’.

El miércoles fue mi venganza. Le tocaba madrugar a ella, y tenía que levantarse a las 7. Yo me desperté, a oscuras, en el más absoluto silencio. Como siempre que me despierto en silencio es porque no suena ningún despertador, despertarme en silencio implica que me he dormido.

–¡¡¡Despierta, Muchacha!!! –comencé a gritarle mientras la sacudía.

Ella dio la luz. Me miró con un ojo apenas abierto (una rendija de ojo), estiró la mano, cogió el reloj y lo miró. Cuando me pegó con el en la cabeza, marcaba las 6.41.

4 comentarios:

  1. Cómo ayuda tener un sonriente ángel con patas cerca... Voy a ver si localizo alguno. ^^

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  2. NO HAY DERECHO, 06.41 COMO PARA QUE SE TE QUEDE GRABADA LA CIFRA PARA SIEMPRE

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  3. je, jé. Menos mal que es buena muchacha, la Muchacha, y no e dejó incrustado la cara del reloj para convertirte en el primer swatch-man.

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  4. Sabias palabras las vuestras, a las que yo, pese a lo fashion de mis creencias religiosas (pastafarismo power) y lo hondo de mis lecturas (ese Sven Hassel, que rule, y ese repaso matinal al As) no sé qué responder. Me dejáis sin palabroides.

    Y sin relojes marcados en la cara, sí, Nán, pero cruzo los dedos. El peligro está ahí, de ciegos irresponsables sería no verlo.

    Aroa: sí, bueno, bah, algún día a Google le dará Alzheimer.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.