20.12.08

el cumpleaños con el club psicópata



–Tienes que llorar –me dijeron–. Tienes que llorar para que veamos que te ha gustado.

Yo les miré, medio sonriente, ¿es una broma?, medio asustado, no, no es una broma, y arrugué los párpados todo lo que pude y ensayé un par de sollozantes gorjeos telefílmicos. En un silencio sepulcral todos taladraban el humo del aire con sus miradas psicóticas. La fijeza de sus pupilas me provocó una urticaria, una quemazón.

Hay cosas, hay verdades que uno nunca debería descubrir. Con lo feliz que era yo en mi bucólica ignorancia, pensando que la gente del Bremen era maja y simpática. Que quedábamos cada par de semanas para leernos lo que escribimos y para pasar el rato. Pero este miércoles, de pronto, se me abrieron los ojos. Este miércoles algo no marchaba bien, un engranaje suelto chirriaba, una bujía se había quemado, algo. De pronto fue como si despertara y allí estábamos, en ese sótano húmedo y frío, riendo y bebiendo aquel cava que desparramábamos sobre nuestros escritos mientras leíamos historias de sangre y de violaciones, de muertes y de cuchillos, de manos aplastadas a martillazos y de huérfanos asfixiados, de fosas comunes y de carne humana frita a la sartén.

Imagina un anti-Dexter, un tipo normal en un mundo de psicópatas: así me sentí yo, aquella noche. Debiendo fingir para poder sobrevivir, sí, pero sobretodo intentando mostrarme entusiasmo, pues después del sesgo de los relatos de la noche, de entrever de qué serían capaces las manos que habían escrito aquello, más me valía no decepcionarles, y llorar si hacía falta para probar que sí, que me había gustado.

En realidad no fue difícil, porque me habían regalado un iPod Touch, y aún ahora, tres días después (y lo siento por el retraso, pero es que tengo un pluriempleo y ando liadillo), cada vez que lo miro se me salta el lagrimón y me descubro balbuceando "¡ay cuchi cuchi cu! ¡Quién te quierea ti! ¡Yo te quiero a ti! ¡Abububububú!", lo que me despierta ciertas preocupaciones sobre el afinamiento y la puntería de mis instintos paternales, en fin.

Como dije luego cómo no alegrarme: soy un absoluto fraude para el sistema capitalista porque los tres únicos objetos por los que suspiro y elevo la mirada así como cuando uno sueña despuerto eran la Xbox, el iPod (léase aaaipoood) y el Ford Mustang. Y entendiendo que la gente del taller no se va a poner a regalarme el Mustang (ayer pasó uno por delante de mi oficina negrísimo, visceral. El cretino del conductor, frenando para llegar a un semáforo cerrado, lo llevaba en punto muerto, en silencio ese motor que es pura música, qué desfachatez), el iPod es, sin más, un sueño hecho realidad. Y suena de maravilla y tiene mil pijaditas adorables.

Así que tengo que agradecérselo a los psicópatas, a los que fueron y a las ausencias. Se os quiere. Por mucho que luego os pongáis a escribir sobre masacres y carnicerías mientras brindáis con cava y reís a carcajadas. Todo el mundo tiene sus cosillas, ¿verdad? Menos yo, que soy tan normal como para llenar el iPhod con canciones como esa de ahí arriba.

3 comentarios:

  1. bueno, bueno, psicópatas de acotillas, que escribimos de maldades pero luego no descuartizamos ni una mosca.

    (Creo yo, vamos).

    (O quiero creerlo).

    (¡Qué miedo, ¿no?!)

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  2. ¿"acotillas"? Bueno, somos bastante cotillas, sí.

    Pero quise escribir "pacotilla".

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  3. Pero "acotillas" no sería no cotillas? Hum!

    Miedo dais, mucho. Pero es un miedo bello.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.