7.10.08

genética transoceánica

No recuerdo su nombre, y del apellido sólo sé que hay un 50% de probabilidades de que fuese Rubio, aunque lo llamaré así, porque de alguna forma tengo que llamarlo. Si existen tíos abuelos, iterando una generación más Rubio sería tío bisabuelo mío; mi abuela, cuando habla de él, recuerda que fue precisamente él la única persona que le ha regalado nunca unos pendientes de oro que haya podido ponerse sin que le hagan daño, y que era cariñoso, bueno y noble. Pero era pobre, como lo era toda la familia.

Por aquellos tiempos, a principios de los años 20 del siglo XX, España libraba guerras y escaramuzas con Marruecos y, cuenta mi abuela, buscaban gente para que fuese a que la matasen al otro lado del Mediterraneo. Cuando había suerte los mozos se libraban, cuando había mala suerte le tocaba ir a alguno, y cuando había una suerte de perros le tocaba ir a un niño rico que, en su lugar, mandaba a un joven pobre. A aquellas guerras se solía ir a que a uno lo degollase un moro, o le volasen la cabeza de un tiro, muerto de hambre y de calor.

Así que Rubio decidió que aquello no era para él y se adelantó décadas a los pacifistas de los años 60; cuando la Guardia Civil fue a buscarlo a casa, su madre –mi tatarabuela– les despachaba diciendo que estaba trabajando en el campo, que fuesen a buscarlo al monte. En aquellos tiempos la gente se iba a la sierra o las viñas o al ganado y no volvían en una o dos semanas, así que durante un tiempo la cosa coló, y cuando descartaron que la madre no les estuviese mintiendo su hijo ya estaba montado en un barco al que había conseguido llegar cambiando sus papeles con los de un amigo suyo, que tampoco sé quién fue, ni quienes serán sus nietos ni biznietos.

Para evitar que lo hiciesen cruzar un mar para morir, él cruzó un océano, para seguir viviendo.

Sospecho que mientras viajaba rumbo a Argentina pasaba tanto tiempo mirando al frente, al otro lado del mar, con su futuro incierto, como detrás, hacia aquí, hacia este país en el que había sido declarado prófugo y desertor, hacia mi pueblo, y supongo que pensaría si podría volver algún día, y creo que se mentiría diciendo que sí, pero que probablemente sabría que no.

Porque, efectivamente, no volvió. Supongo que mandaría algunas cartas, supongo que otras se perderían, y sólo de imaginar la odisea de que se pudiese mantener de una pieza un hilo que uniese mi pueblo, perdido en su monte, con algún rincón de Argentina, durante los años 30 y durante lo que pasó en ellos, entiendo que se perdiese el contacto. Se le puede imaginar bien, allí, en aquellos años, pese a no saber nada de él durante aquellos años. Se tiene que poder imaginar lo que debía ser leer, tan de lejos, las noticias de la Guerra Civil, y luego las noticias de la postguerra, sepultadas a la sombra del humo que levantaba el resto de Europa, arrasándose al otro lado de los Pirineos.

Y claro, los años, que no respetan absolutamente nada, pasaron como pasan los años, como pedradas contra el alma. Y ya no sé si sufriría más angustias con las dictaduras que asolaron sudamérica o no. Silencio, ruido blanco al micrófono.

Pasaron más años, y un día, en ese foro del pueblo donde nos dedicábamos a compartir recetas de cocina y perpetuar las imposibles discusiones dialécticas con los fachas postadolescentes, apareció una argentina preguntando por la famila que años y años atrás, decía, había tenido allí, en el pueblo; era una de las nietas de Rubio. Se había hecho la luz por encima del hilo roto hace ya tres cuartos de siglo, y de este lado supimos que teníamos familia por aquel otro lado del Atlántico.

Y los océanos, hoy, ya no son lo que eran.

Hace media hora, más o menos y cruzando los dedos por los retrasos, una de esas primas ha aterrizado aquí, en Madrid. Su hotel está a cinco minutos andando desde el Palacete de la Muchacha, a quien mi prima transoceánica se muere por conocer. Se rompen los mapas y deshacemos las distancias por las que se desperdigan los genes. En qué tiempos tan maravillosos nos ha tocado vivir.

6 comentarios:

  1. cómo coño puedes tan productivo??
    joder
    qué envidia...

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  2. ¿Titulé este post "decir joder en la respuesta" sin darme cuenta?, ja ja.

    Martin, ¿productivo? Si es una historia real, hombre. Lo que duele, pensarla, ya venía hecho. Lo demás es aporrear tecla.

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  3. Pero las historias reales, como todas, hay mil maneras de contarlas y a mi me ha encantado esta la suya.

    Tengo pendiente hacerle un interrogatorio sobre temas fotográficos. A ver si coincidimos.
    xxx

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  4. "Y claro, los años, que no respetan absolutamente nada, pasaron como pasan los años, como pedradas contra el alma. Y ya no sé si sufriría más angustias con las dictaduras que asolaron sudamérica o no. Silencio, ruido blanco al micrófono".

    Lo rescato por si la Legendaria no se ha percatado y se le pasa llamarte: poetaaaaa

    ji

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  5. Eva, bueno, son formas de verlo. Una amiga me tiene ya razonablemente convencido de que sí, que todo está escrito y que lo que cuenta es cómo lo hace uno. Aunque se limite a plagiar el estilo de otra persona y nadie se de cuenta, ji ji.

    Y ya nos veremos y lo de las fotos, mea culpa, de debo dos links.

    Aroa: capullina. Poesita vos.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.