...los que somos así, de ánimo ligero, damos bandazos, extendemos los bracitos y los agitamos, esperando echar a volar.
Lo mejor es que a veces, eso pasa, así que hay que andarse con ojo.
Igual uno de esos bandazos me aleja de los brazos de Satán. Porque como quien más y quien menos sospecha yo ya voy albergando planes de futuro, acunando sueños de posibles, pensando en vivencias conjuntas y tal, así que ando yo mirando si dejar la secta satánica, porque existe la posibilidad de que me salga un buen trabajo como taquillero de una Sala X. Estaría bien pagado y, algún día, ese sueldo podría venir muy bien para que la Muchacha y yo criásemos un gatito y una mata de geranios, que ya se sabe los gastos que todo eso implica. Así que nada, ayer tuve una entrevista de esas protocolarias y pre-todo, en la que me hicieron montar en monociclo y hacer trucos de cartas. Lo del monociclo fue bastante mal, y mi mejor truco de cartas consiste en intimidar al otro para que admita que el 5 de espadas que yo he sacado era el 4 de copas que él había elegido, pero en general la cosa fue bien, y quedamos en tener otra reunioncilla la semana que viene para ver cómo me las apaño haciendo malabares con monedas y cantando canciones populares turcas. Además, no me perdí para ir, y eso que el sitio estaba en un lugar en el que por lo visto consideran que poner plaquitas con los nombres de las calles hace feo y no queda elegante. Pero me las apañé con un planito de Googlemaps y con reflexiones de esas mías de “si el sol está en esa dirección y esa calle va cuesta abajo y hace curva, esa calle de ahí debe ser esta rayita de aquí, hum”. Así que llegar, llegar, lo que se dice llegar, llegué bien. Donde me perdí fue allí mismo, en el descansillo del edificio, donde en vez de ir a la puerta que era fui a otra, y llamé a un timbre, y no sé si pasó algo, pero como no aparecía nadie empujé la puerta, que se abrió, y entré en la oficina, y deambulé por ella, por despachos vacíos y salas de reuniones desiertas, y estaba mirando unas fotos preciosas en blanco y negro de oleaje rompiendo contra unas rocas cuando apareció un tipo hablando por teléfono. Yo esperé educadamente, hasta que terminó, me preguntó quién era y qué quería, y a los dos minutos de mutua confusión dedujimos que había acertado edificio y planta, pero no puerta, y que yo en realidad donde iba era a la oficina de enfrente.
Aunque volviendo para casa tuve ese consuelo de la circunstancia compartida que da ser abordado por otro ciudadano perdido en calles extrañas: un tipo me paró, y me dijo,
–¿Bfprblfgfrt?
Plop, hizo mi oreja cuando me desprendí de uno de los auriculares del iPod, donde tronaban los Diablo.
–Perdona, ¿qué?
–Que si sabes dónde está la calle C... –repitió él.
–Pues no, soy nuevo por aquí –le respondí, aunque fui rápido para que no cayese en el desánimo–, aunque casualmente traigo un planito de Googlemaps de la zona donde seguro que viene esa calle.
Así que desplegamos el papelito, y dedujimos que la calle a la que iba estaba a
Aunque ahora lo pienso y me pregunto ¿hasta qué punto lo hice por solidaridad y no por retener mi esencia, mi superpoder, aquello que me distingue y me hace único? Y no lo sé, pero es una pregunta lo suficientemente estúpida e irrelevante como para ser entretenida, así que me lo seguiré preguntando. ¿Hasta qué punto? Hum, hmmm, hm.
¡Yo te saludo, Buen Ciudadano!
ResponderEliminarMira que si en esa otra puerta encuentras el trabajo de tu vida. O una reunión de mafiosos que reproduce aquel cuento que escribiste sobre un hotel en Japón, pero en un polígono de Madrid.
Ándate con mil ojos, porque fuera de la cueva el mundo puede ser horrendo.
¡Y yo te devuelvo el saludo, relaciones públicas de La Cuchara (esquina de C/. San Marcos y Libertad, Metro de Chueca, Madrid, España: ¡prueben el mezcalito!)
ResponderEliminarCon las fotos y aquella conversación me doy por satisfecho, Nán. Y ya me jodería que puestos a que la realidad copiase mi "literatura" fuese a elegir ese cuento, precisamente.