24.9.08

a quien diga que el correo electrónico mata la poesía

Hay que decirle: tienes toda la razón del mundo.

La literatura a nivel epistolar ha muerto, y quien diga lo contrario miente, y sólo nos queda guardar y soplar en los rescoldos de sus brasas y esperar, no sé, una especie de Noche de los Muertos Vivientes de la misma, y que un día se levante de su tumba y se coma los cerebros de la gente y, con algo de suerte, los convierta en zombies literarios: qué bella estampa formarían.

Al llegar esta mañana a la secta tenía una serie de correos electrónicos, entre los que he leído uno que empezaba diciendo así:

De:          sebastianc@...

Para:       david@...

 

Invitación para Eduardo Á#####

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Yo no tengo nada claro qué es eso de Zetadocs NAV, pero sí tengo claro que lo único que sé del tal Eduardo (el apellido venía completo pero con lo quisquillosa que es la gente yo lo tacho) es que no soy yo, a no ser que yo sea una especie de protagonista del Club de la Lucha, cosa que francamente dudo, viendo mis habilidades marciales y lo limitado de mi nihilismo. Así que me he sentido juguetón y le he respondido:

                De:          david@...

                Para:       sebastianc@...

 

Buenos días tenga usted, Sebastián.

En adelante sería bueno que las invitaciones para Eduardo Ábalos sean enviadas a Eduardo Ábalos, sea quien sea, esté donde esté y tenga el correo electrónico que tenga (del que por ahora sólo sé que no es éste), en pro de la eficacia de la citada invitación y del uso del correo electrónico. Imagine qué pasaría si por ejemplo yo fuese a casarme y le enviase a usted la invitación de algún amigo mío: sería un jaleo, ¿verdad?, la vida se volvería un poco como ese cuentecito de Cortázar en el que un cronopio comienza a sospechar que todos los objetos de la realidad se han convertido en otros objetos y termina pensando que es un paragüero, algo intolerable.

Y me he repantigando en mi silla todo feliz. ¿Qué esperaba yo con ese correo, aparte de jugar un rato y sonreír al escribirlo? No lo sé. Quizá nada. Uno anda muy descreído con esto del correo electrónico y los desconocidos, a estas alturas de la vida. Quizá que me ignorasen. Pero sospecho que una partecita muy pequeña de mí soñaba con arrancarle una sonrisilla al tal Sebastián, y una sub-parte de esa tal vez se atreviese a imaginar que me respondía en el mismo tono y nos echábamos unas risas. Pero no. Ha respondido esto:

De:          sebastianc@...

Para:       david@...

 

Estimado David.

Lamento que el registro en nuestra base de datos no sea correcto, así como las molestias que le hemos ocasionado. Acabamos de proceder a corregir la ficha de este usuario.

Un saludo.

Mi primer impuso ha sido responderle paternal y sabio para decirle que no me estime tanto sin siquiera conocerme, pero algo dentro de mí sabe que no valdrá la pena. Que la literatura epistolar yace muerta y putrefacta tirada en las ruinas de alguna oficina postal olvidada. Así que hay que planear ya su advenimiento, y desde ya mismo me voy a poner a buscar voluntarios para propiciar la conversión de toda la gente seria, seca y drenada de imaginación en zombies epistolares. ¿Quién se apunta?

3 comentarios:

  1. jajajaja

    yo estaba planteándome poner un mail brutal que hemos recibido el viernes pasado y que me tiene desde entonces llorando de risa cada vez que me da por acordarme de la florida prosa del individuo en cuestión.

    En fin, si finalmente me decido a tachar todas las partes que no pueden revelarse por privacidad empresarial y ponerlo creo que lo titularé: a quien diga que el correo electrónico mata la poesía... En homenaje a tu bonita manera de tocarle las narices a sebastiancomosellame.
    Ese hombre profesional y recto como él solo!

    Hala, arrivedercci

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  2. Nán: tenías toda la razón del mundo, ji ji.

    Vega: te lo dije offline y te lo repito online. Mi quiere leer ese correo. Porfi porfi porfi porfi.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.