13.8.08

digestión de ignorancia

A veces, cuando miro al cielo, me gustaría saber más sobre los nombres de las nubes en función de su sombra. Me gustan estas nubes que planean hoy sobre Madrid pero ¿cómo las nombro? ¿Cómo las describo? ¿Podré rectificar este post para que no termine pareciendo un anuncio de compresas?

Me pasa lo mismo cuando miro algunas plantas, algunas flores (me pasa con muchísimas más cosas, pero por poner otro ejemplo concreto, venga, las plantas). Las veo, sé que tienen un nombre, sé que con una simple palabra podría dejarlas ahí retratadas, con la etiqueta bien puesta, enmarcadas con precisión, pero no tengo ni idea de qué palabra es esa; conozco los nombres de los árboles que me han visto recogerles los frutos –digamos castaños, olivos, manzanos, perales, etcétera– y punto.

Todo esto me hace sentir bastante ignorante, bastante a menudo, y bastante vago y perezoso. Podría aprenderme cómo se llaman las nubes, y podría preguntarle a mi padre el nombre de todos los árboles que conoce (que, en esta franja climática, deben ser todos). Y más difícil todavía, podría luego poner un cierto interés por mi parte por recordar todo eso, porque me temo, porque sé que he olvidado el nombre de bastantes plantas, porque mi mente es eficiente recordando otras cosas, como, digamos, ese capítulo de Californication en el que Hank Moody, precisamente, recuerda las críticas de su padre por no saberse el nombre de una planta, y la alegría de este cuando su exmujer, por fin, se lo dice años más tarde. Aunque tiene su cosa buena recordar esto, recordar esta forma en la que los guionistas sugieren que esa exmujer nunca debió prefijarse con la e y la equis, porque lo completa hasta de esa manera –y pienso en eso y pienso en que ser Hank Moody no estaría mal y en que la Muchacha sabe cantidad de plantitas, sus pequeñas mascotas verdosas y floreadas.

En fin. Hay tantísimo que no sé. Cuando escribo, mis nubes tienen que resignarse a ser simplemente nubes, o a que me ponga metaforicopedante y hable de nubes tenues como los cabellos infinitos de la diosa de los vientos o hable de atigrados blancos en los cielos azulísimos o tonterías así. Cuando escribo, a mis plantas no les queda otra que ser arbustos o árboles que o bien son frutales recordados por mi con rencor postadolescente, o bien son cosas de hojas verdes sujetas por maderas marrones.

Todo esto, en parte, me hace pensar que menos mal que hago fotos; no sabré cómo se llaman, pero los puedo describir tal cual. ¿Y ahora qué, ignorancia mía? Bendita fotografía.

Todo esto, por otra parte, me hace pensar que escribir, lo que se dice escribir, es una tarea de pintura en la que uno descubre que para ciertas cosas que tienen matices diminutos uno tiene un set de herramientas que sólo incluyen el rodillo y la brocha gorda.

Y todo esto, por todavía otra parte, me hace pensar que al fin y al cabo qué más da, si lo que debe hacer la literatura no es fotografiar sino sugerir, y después de todo supongo que no es muy normal que la gente tenga mucha idea de qué es un laburno, un callistemo o una bellasombra, o sepa con certeza cuál es la diferencia entre un cirrostrato, un estratocúmulo y un cumulolimbo. Y siendo así, también sería de cretinos escribir un libro que cada tres páginas le hiciese a cualquiera tener que darse un paseo hasta el diccionario, ¿no?

 

Las cosas que tiene uno que pensar para asesinar horas, a dos días de las vacaciones.

2 comentarios:

  1. ¿Te imaginas lo que sería conocer todos los nombres, de todas las cosas, de todos los sitios posibles? La cabeza explotaría, seguro.

    Me quedo con las descripciones, sin duda. Con las particulares. Con las de cada uno. Esas son aquellas con las que me quedo. Se nombren como se nombren en sus universos particulares.

    (Ya queda menos, tranquilo que llegan, siempre llegan).

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  2. Visto así, tienes toda la razón del mundo.

    Además, qué leches, esas descripciones son más que lo descrito, son lo descrito y también un trocito de quien lo describe, y eso a veces es estupendo.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.