17.6.08

mortalidad

He leído o oído por ahí que una de las cosas que diferencia al ser humano de los animales es que el primero es consciente de su mortalidad. A mí, en general, todas las frases que empiezan con las palabras “lo que diferencia al ser humano de los animales” suelen terminar pareciéndome soberanas estupideces, creo que tal vez por haber convivido con tantos gatos y perros cuando era pequeñajo. Mírale a los ojos a un perro o a un gato, obsérvales vivir, y toda esa palabrería antropocéntrica es incapaz de mantenerse en pie. ¿Que no son conscientes de su propia mortalidad? Pues bien convencidos que parecen estar de querer seguir viviendo cuando se ven en peligro. Y por algo será, digo yo.

Por otro lado, conozco a más de un inviduo que es bastante poco consciente de su propia mortalidad. Por ejemplo, yo, antes del seis de enero del 2004 (o tal vez fuese el siete del 2005, en fin; las fechas y yo). Porque ese día es el día que yo tengo marcado en rojo para mis biógrafos como el día en el que fui consciente a fondo de mi mortalidad.

No es que me viese implicado en un accidente tremebundo ni que me encontrase a bordo de un ascensor al que le fallasen al tiempo frenos y cables, ni que me atragantase con un trozo de roscón de reyes y, ahogándome, viese mi vida desfilar ante mis ojos, no. Yo estaba en casa en pijama, pasando frío, pegado a un radiador que funcionaba cuando le venía en gana y escuchando música a toda hostia. Estaba como los personajes protagonistas de las pelis malas navideñas cuando empiezan las películas: odiando a conciencia y con mucha efusividad. Solo que siendo consciente de que, no viviendo una comedieta navideña (ya quedamos en que mi vida es una serie de Showtime, en todo caso), ni iba a haber música de campanillas ni era razonable esperar un ridículo final feliz de nieve de pega y puesta de sol sobre edificios de cartón piedra. Aunque sí hubo música. Para empezar, aparte de esa con la que yo retransmitía mi tormento al vecindario, la del teléfono. Estaba solo, todo el mundo tenía mucho que hacer y mi familia andaba lejos, así que me sorprendí cuando sonó.

–¿Sí? –dije.

–Hola. ¿Qué te han traído los reyes? –me preguntó mi amigo Bin, que se ha casado hace nada, ¡felicidades, Bin!

–Un libro pequeñajo y aburrido que me compré anteayer.

–¿Y qué haces?

–Estoy aquí, muriéndome de asco en pijama.

–Pues vístete y corre, que los Reyes te han dejado aquí una invitación para ir a ver a Les Luthiers.

Y por la sorpresa, exclamé

–¡Coño!

Y luego salí corriendo hacia el Bernabéu, donde habíamos quedado. Y fuimos a ver a esos enfermos mentales argentinos, y nos reímos mucho –y, de paso, hubo música, como prometí–. Pero en mitad de una carcajada, me descubrí pensando que esa escena que vivía, esa risa que me corría por dentro, todo ese cúmulo de sensaciones se perdería un día con mi muerte, si antes no lo borraba poco a poco el paso del tiempo. Y pensé que eso es morir, en realidad. No que se te pare el corazón, ni que te pille un coche o que una radial te corte en taquitos, sino perder lo vivido. Perder la vida. Qué eufemismo tan literal.

Y sentí una tristeza que me atravesó a una velocidad pasmosa, y me reí con ganas. Porque estaba contento. Porque vivir estaba bien. Porque si esas son las reglas, las acepto y juego. Y porque saber que todo se perderá le da un valor incalculable a todo. Es decir, se lo quita, y eso, precisamente, es lo que lo hace incalculable.

Luego tomamos algo y me fui a casa. Viví otros cuantos años. Conocí a la Muchacha. Y cuando aquella noche la besé y ella, oh maravilla, no me voló un moflete de una torta, sentí que, efectivamente, el precio a pagar es poco, para lo que uno puede vivir.

Que vale, es algo que he vivido muchas veces, antes de aquella noche y sobre todo, claro, después.

Pero sólo por aquello...

Como decía el título de la última canción que compuso Cliff Burton, qué apropiado, vivir es morir. Cuando terminas de hacer una cosa, terminas de hacer la otra.

Y, mirándolo en perspectiva, morirse así, despacito y con gusto, es la leche.

5 comentarios:

  1. Que post más optimista. Dicho sea sin pizca de ironía y sin pizca de cinismo. Me alegro por ti. En serio.
    Y además, dices cosas con las que estoy muy de acuerdo:

    "Y sentí una tristeza que me atravesó a una velocidad pasmosa, y me reí con ganas. Porque estaba contento. Porque vivir estaba bien. Porque si esas son las reglas, las acepto y juego.
    Y porque saber que todo se perderá le da un valor incalculable a todo. Es decir, se lo quita, y eso, precisamente, es lo que lo hace incalculable."

    Chapeau, chaval. Eso es lo que hace el verdadero vitalista.

    Qué buen rollo, oye...

    X.

    PD: Leer algo así de vez en cuando es toda una vacuna por si el cinismo es demasiado...

    ResponderEliminar
  2. Yo siempre digo que no le tengo miedo a la muerte: me da igual lo que haya después, seguramente nada. Pero me parece una putada. Por eso mismo que dices. Porque se acaba la vida: todas las posibilidades, todas las promesas de futuro. Eso, una putada. Para el que muere y para los que se quedan.

    Pero esa consciencia no quita para que no haya días pesados, absurdos, melancólicos, pesimistas, en los que la vida parezca una mierda.

    O días de gripe y fiebre, como el que tengo yo hoy. Espero estar recuperada para el taller.

    bss

    ResponderEliminar
  3. Seguramente el sitio al que voy a ahora y al que llego tarde y al que tengo tan pocas ganas de ir también me devuelva a mí hoy un poco de perspectiva, la que tan fácilmente se pierde por estar metidos en su constante crecer que la hace no existir.Estamos viajando hacia el futuro, verdad que eso se puede.
    Pero somos tan humanos, pero tanto, que aún sabiendo las cosas, lo bueno, nos cuesta verlo bailar a nuestro alrededor. Y a lo malo, lo dejamos que nos de pequeños empujoncitos, que nos tambalee y que, si quiere, nos derrumbe. Será relativismo de carpeta de instituto pero.

    Vivir no sale caro a cambio. Ganas tanto. Con todo. Suerte los que tenemos a gente, esos otros humanoides sosteniéndonos por si.
    Bersos! ay (voy sin pensármelo más)

    ResponderEliminar
  4. Nán: Si tenemos un emperador, tienes que ser tú. Te he imaginado con laureles y toga y chico, te queda inapelable.

    Yo también te salutom, en cualquier caso.

    Xavie, sí, soy un optimista de mierda. Yo quería ser un amargado y un cínico, por eso del escritor bohemio maldito, y es que no hay manera, joder. El puto optimismo, la maldita sonrisa... es indignante.

    En cualquier caso, un placer dar buen rollo, hey.

    Hey hey, Vicky hey.

    ETDN, define "después". Si te refieres al concepto tradicional de otra vida o cielo o infierno, yo me iría olvidando. Si te refieres a atomillos de carbono liberados para formar nuevas estructuras, después hay justo lo que ahora.

    (¡Pero no empieces por ahí a ver si va a volver mi troll a decir chorradas!)

    Aroa, perspectiviza, perspectiviza. Cristales y miradas, ya sabes. Distancias. Cuando sean cortas las relativas a usted y a mí, le daré un abrazo, por si las moscas.

    Y otro por puro vicio.

    Y vivir es gratis. Ya lo cantaban nuestros mesías los Monthy Python, vienes con nada, te vas sin nada, ¡no pierdes nada!

    Sólo todo lo ganado. Pero está bien. Dejar las fichas del póquer al terminar la partida, para que los siguientes puedan seguir jugando.

    ResponderEliminar

Con la tecnología de Blogger.

Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.