"Un trabajo donde pides un elefante y te lo traen no puede ser malo."
(Javier Durán, citado por J. A. Pérez en Su Mesa Coja)
Herejías al margen, la Muchacha y yo dedicamos el fin de semana básicamente a dormir, un vicio nuevo que acabamos de descubrir y que practicamos con dedicación y disfrute de yonquis conversos, y a cenar. A una de esas cenas asistió la facción mexicana de sus amigas, y una sus integrantes me preguntó que, concretamente, a qué me dedicaba. Yo, claro, le respondí que trabajo en una Secta Satánica, regentando la base de datos mediante la cual los sumos sacerdotes del averno hacen sus informes estadísticos sobre almas condenadas y recuento de pecados. Ella, claro, dijo “ah, de informático”, y a mí se me llevaron los demonios, metafóricamente hablando, porque no hay cosa que más le duela a un matemático que ser etiquetado como informático, excepto tal vez arrearle en los genitales con un picahielos o ser pisoteado por una soprano de las de antes, las orondas, beligerantemente equipada con zapatos de tacón de aguja. Yo me puse en pie, alcé mi dedo recriminatorio y me pasé alrededor de media hora escupiendo espuma y argumentando sobre enfoques algebraicos, geometrías n-dimensionales de carácter discreto y estas genuinas flexibilidades mentales que yo solo he conocido entre las filas de quienes nos hemos enfrentado a los monstruos de la Teoría de la Medida, la topología y la teoría de Galoise y hemos salido de allí con la mayor parte del cerebro aún dentro del cráneo, y que hace que las empresas del sector se nos rifen a los matemáticos. Fue suficiente, debí aburrirla y no hubo que recurrir a la batalla cuerpo a cuerpo por el honor de la profesión.
Hoy podría haberme ahorrado todo el circo integrista; si me llega a preguntar hoy, le digo que soy rastreador. Sucede que a veces en mi trabajo me toca retomar o darle un lavadito de cara a algún proyecto que mi ilustre predecesor dejó a medias, y entonces yo tengo que pasarme un tiempo, que por lo general va entre los 5 minutos y las 3 semanas, filosofando, mirando alternamente a la pantallita de mi ordenador de no-informático y al techo y lanzándome preguntas del estilo de “¿el ser es, y el no ser no es?”, “¿era multiplicar o dividir por cero lo que no se podía?”, “¿quienes conformaban la defensa del Madrid en tiempos de Santillana?”, “¿de qué podrá ir la cuarta temporada de Weeds?” y “¿¡pero qué coño pretendías hacer con esto, predecesor!?”, hurgando, probando, rompiendo cosas y viendo colecciones interminables y variadísimas de diversos colapsos informáticos con profusión de pantallitas de error (que yo, claro, ignoro alegremente, que para algo no soy informático). Al fin, dedico estos días mayormente a perder el tiempo, como siempre, y en los ratos libres a seguir sus huellas tratando de descifrar y entender qué hizo ese que, por lo confuso, sospecho que sí era informático y así le lucía el pelo, y por qué lo hizo. Para ayudarme, he estado preguntando por aquí cómo era esa persona, he tratado de descifrar su mente, de colarme en ella. También he tanteado la posibilidad de buscarle, matarle y comerme su corazón, pero como pregunté cuchillo jamonero en mano a una que por lo visto le guardaba cierto aprecio aún no he podido saber nada al respecto.
Dejó esto hecho unos zorros y una vez se entiende qué coño intentaba suelo tener que perder más tiempo pensando una forma alternativa de hacerlo, cosa que me encanta porque mientras pienso puedo estar repanchingado en la silla o dedicarme a leer blogs y porque al final me toca teclear menos, je, como si pudiese convencerte después de leer mis parrafadas que a mí me importase un carajo dejarme los dedos hasta media falanje tecleando (pero es que currando es distinto). Y yo silbo el Run Through the Jungle de la Creedence, aprieto un boli entre los dientes, me pinto de camuflaje robándole betún al Informático Que No Es Informático (nota mental: sacarle un día del anonimato) y ojeo líneas y líneas de comandos, crípticos archivos de texto y manuscritos decrépitos donde hay notas mezcladas con combinaciones asumo que perdedoras de la Bonoloto. Es divertido, a su manera, y es fácil. Al fin y al cabo como buen telespectador de Lost tengo claro que para convertirse en buen rastreador basta con haber seguido a un ciervo por el bosque una vez, durante la infancia, y que con unos días de práctica te dan el título de infalibilidad. Y no es que, a diferencia de Kate yo no he perseguido ciervos por ninguna parte, pero una vez hace muchos años seguí a una chavala muy guapa por la estación de Sol, un rato, y ambas situaciones son homeomorfas, y como lo digo yo que sé qué significa esa palabra pues apelo a un argumentum ad autoritas y ala, a otra cosa.
Concluyendo: en lo sucesivo, quede así mi currículo cuando sea coloquialmente presentado. Soy un cazador, que recorre las junglas del Datawarehouse abatiendo presas a mayor gloria de Satán. Salve a la Bestia, etc etc, y ala, mañana más. Me voy un rato a ver cómo llueve a ver si al último programita le da por descifrarse solo.
Mmm... mmm... mmm... Una duda, sólo tengo una duda después de leerte. Entonces, tú, informático no eres, ¿no? ¿O sí? Porque me han dicho que la existencia de los matemáticos es una leyenda urbana.
ResponderEliminaros pasáis el fin de semana durmiendo... y dándoos la manita, no?
ResponderEliminarCarmen, no. Informático no. POR FAVOR.
ResponderEliminarDe leyenda urbana nada, que yo conozco a unos cuantos. Lo que pasa es que somos escasos, como pasa siempre con los elegidos, ji ji.
Martin, efectivamente, durmiendo y dándonos la manita. Y como mucho, sonriendo, amparados por la oscuridad y ese edredón que yo creo que en realidad es un microondas.
pero entonces eres cazador?
ResponderEliminarque lío...
¿para qué sirve un matemático?
¿para qué una poeta?
vaya dos os habeis ido a juntar...
y yo sobre qué escribo???sobre un hijo de Satán???
qué lio (nuevamente)