8.4.08

patio interior con lluvia de serie

“Un jamón da mucho cariño (aunque poca conversación), y sin pedir nada a cambio ni hacer más daño que unos cortes en los dedos. Un jamón tranquiliza, consuela, entretiene y escucha todo lo que dices sin llevarte la contraria. Casi no reclama atención para sí mismo, pero lo entrega todo.”

(Rafael Reig, en su blog)

 

Y como decía alguna vez por ahí debajo la muchacha está adecuando un céntrico palacete con el fin de volverse urbanita de pro y establecer un reinado de terror y opresión en pleno centro capitalino. A tal fin adquirió el local y ahora tiene allí encerrados a unos cuantos ex-soviéticos veteranos de grandes obras de ingeniería (concretamente Chernobil, cosa que a priori desanima, pero recordemos que allí lo que falló fue la tecnología nuclear y no la mampostería y que por ahora, y a pesar de mis entusiastas sugerencias, la Muchacha ha decidido someterse a la tiranía de Endesas e Hiberdrolas y no instalar reactores nucleares en el salón), a los que se entretiene chillando y flagelando, mostrando de paso unas dotes de mando, de persuasión y de enfurruñamiento que a mí, las cosas como son, me aterran bastante, pues las imagino ejercidas sobre mi pobre personita y cunde en mí el miedo fatalista, aunque en el fondo yo mantengo la feliz esperanza de que con mi buena voluntad y con mi sonrisa bobalicona los chasqueantes látigos queden reservados para los operarios reformistas y no tracen líneas de dolor en mi espalda. Y por si las moscas yo llegado el momento exageraré su maltrechez, ya apenas un recuerdo, y fingiré dolencias varias, lo cuál siempre tiene ventajas adicionales a la hora de, por ejemplo, librarse de acarrear frigoríficos, lavadoras, elefantes disecados, lámparas araña de dos toneladas, estatuas de mármol robadas de templos griegos, juegos de vajilla de mil ochocientas piezas de pesada porcelana y, en fin, todos esos objetos de gran masa que nunca faltan en los catálogos de ornamentos palaciegos.

Así que ayer, cuando terminé estas invocaciones satánicas con las que me gano el pan y las copas, fui para allá a ver cómo iba la cosa, o sea, la casa.

El cielo, gris preñado de lluvia. Y yo caminando, mirando para arriba, intuyendo la lluvia y ansiando ver su comienzo. Me gustan esas cosas, por ser de campo y haber pasado la infancia entre sequía y sequía, supongo. En los oídos, el disco nuevo de Dark Suns, una joyita que casi se me pasa buscar. Y ya llegando, los primeros goterones audaces comenzaron a pintar en el pavimento sus pequeños círculos de limpieza libre de roña callejera.

En la casa, Vasily, tipo encantador y líder de ex-soviéticos, sonriente bajo los concienzudos golpes del cetro de mando de la Muchacha, discutía con ella la orientación de los azulejos de uno de los baños y sugería colores para la lechada. Alrededor suyo el resto de su tropa, unos tipos inmensos de prominentes barrigas, ojos claros y cortes de pelo militar se movían con delicadeza, intentando escurrirse entre nosotros sin ser advertidos, no sé si por timidez o por puro pánico a la Muchacha. Tronó, y la lluvia comenzó a sonar repiqueteante y musical en el patio interior. Yo me acerqué a un ventanuco, y vi cómo las plantitas se regocijaban en la lluvia, que pronto cogió soltura, perdió toda timidez y comenzó a comportarse como la buena tormenta primaveral que era. Vasily se liberó de la somanta de palos que recibía y a la carrera se restañaba la sangre, perseguido de cerca por la Muchacha, mientras discutían sobre la pintura de la cocina. Yo me desentendí de aquel debate; caminé por los pasillos y las estancias, trepé a los torreones, crucé las criptas, atravesé los salones y finalmente miré la que será su habitación, y me imaginé que en vez de la pila de escombros que ahora mismo la habita ahí había una cama, y un escritorio, y ominosas montañas de libros de poesía, y vi futuras tormentas contempladas desde el suelo, frente a la ventana, con un café calentito y Antimatter sonando a la espalda. Y la Muchacha arrinconó a Vasily tras un montón de sacos de cemento y yo recorrí la casa pensando que deberíamos montar un taller de castellano para reformistas en el que se les enseñase ese recurso imprescindible del “¡cuidao que mancho!”, y fui al salón, a contemplar el rincón donde dice la Muchacha que irá el sofá, y mirar dónde irá la tele. Y al rato nos fuimos a tomar un café al bar de al lado, saltando los charcos del patio verdísimo y buscando en la calle la protección de toldos, aleros y portales, mientras filosofamos un rato sobre la obsesión que los antiguos operarios de centrales nucleares tienen por las molduras y los frisos. De camino, se compró un bello interruptor adecuado para su casa, consistente en una pesada cadena de hierro negro con un tirador de acero labrado con motivos draconianos de doscientos kilos a un lado, y una enorme campana de bronce catedralicia al otro. Y en el bar, tras los cristales que la tormenta lograba alcanzar, nos tomamos nuestros cafés, imaginándonos muy sonrientes días y noches y más días y más noches, removiendo mucho las cucharitas mientras, de fondo, sonaba Richard Cheese cantando Rape Me.

6 comentarios:

  1. Te recomiendo que te vayas comprando un buen jamón para tomarte a su lado cafés calentitos. Seguramente no se queje de Antimatter o de las rusas esas que te gustan ... o cómo se llama el grupito..
    no se quejará como la malvada muchacha que dibujas

    que para acarrear frigoríficos, lavadoras, elefantes disecados, lámparas araña de dos toneladas, estatuas de mármol robadas de templos griegos, juegos de vajilla de mil ochocientas piezas de pesada porcelana y, en fin, todos esos objetos de gran masa que nunca faltan en los catálogos de ornamentos palaciegos ya tiene la tirana de la Muchacha a sus rubios, altos, enyesados... y fornidos ucranianos!


    un beso david
    aroa
    (brazos que se mueven como alas de angelito)

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  2. La verdad, pienso mientras, otra vez, escucho Russian Circles, es que los ex soviéticos campan por todas partes, caramba.

    Y no la dibujo malvada, es que ES malvada, aunque por lo visto sólo Peter y yo hemos sabido verlo.

    Buena idea esa de explotar al laborioso inmigrante a la hora de hacer la mudanza faraónica.

    La verdad es que mi mayor miedo es que, precisamente, esto termine siendo faraónico total y que los pobres operarios terminen emparedados en un cuarto sin salida para que no puedan revelar secretos del laberinto, de las criptas o de los pasadizos.

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  3. http://www.que.es/index.php/200804072080/Actualidad/Sociedad/Alertan-de-que-en-Malaga-hay-chinos-que-crian-perros-para-comerselos.html

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  4. Ayyy, Muchacho, me encanta esa ternura, o tal vez amor, o más bien las dos cosas, con la que cuentas esas cosas lindas d ela vida de pareja. Da hasta envidia ese estado de felicidad, o de planes futuros, o de las dos cosas, pero que a una, llegados a este punto, le da tanto vértigo volver a imaginar. Qué ilusión ese piso!

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  5. Martin, no sé no sé, es que comer eso en Málaga sería, no sé, como soñar con la paella valenciana y tomarse una en Burgos. Aunque oye, como curiosidad, me lo apunto.

    Por cierto, un día se me va a escapar ponerte una tilde en la i, que lo veo venir. Espero que eso no suponga un problema, ji.

    Y Pi, gracias, a mí me encanta esa forma tuya tan tierna de decir que qué asquito doy, ja ja.

    El piso ilusión tiene, sí. Qué patio interior, qué cosa bonita, qué bello complemento para cierta sonrisa, en fin.

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  6. Asquito? qué pobre pendejo eres! eso era al principio, flipado de la vida que andabas, jejejej. Ahora no, ahora se ve muy muy linda, y una admira la belleza.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.