19.2.08

y bueno, ¿qué tal todo por la oficina?

“no me conformaría con menos que Batista vs Rajoy y Zapatero vs Enterrador. Pero habrá que ser realistas.”

(Super SantiEgo, en La Realidad Estupefaciente)

Me puede la prisa hoy: Tengo que salir pitando de aquí en un cuartito de hora y he quedado después tres veces tres: Al final tengo tal lío de planes en la cabeza que empiezo a pensar que he quedado con Elena para ir a ver el Roma-Madrid en un sex-shop de Gran Vía; al fin, algo por el estilo era. Y me he pasado el día haciendo cosas útiles y productivas, como mis deberes de mañana (en los que he empleado una técnica nueva, brutalmente audaz y probablemente nefasta), y cosas absurdas, como trabajar, habrase visto.

¿Que qué técnica era esa? Que no quería contar eso, cojones, ¡y que tengo prisa!

Venga, va, pero rapidito: Consiste en un tercio de privación del sueño, un tercio de improvisación y un tercio de tirar de procesadores secundarios o terciarios porque todo el rato tenía otras cosas que hacer. Lo que está escrito lo está a base de poner frases tal cuál cada rato, cuando el alt+tab tenía la gracia de caer en el procesador de textos. ¿Pero han salido cuatro hojas? Pues sí. Ala, hecho. Sólo tengo que releer y cambiar, probablemente, todos los tiempos verbales, y comprarme un casco por si las lapidaciones.

¿Puedo ir al grano ya?

¿¡Que quieres que cuente qué!?

Ignoraré eso.

Esta mañana, ¡sorpresas da la vida!, ha venido a vernos a la oficina uno de mis ex-jefes, al que llamaré G, porque su nombre empieza por J pero igual que ermita debería llevar h, Jenaro debería llevar G, en fin: Que ha venido el tal G, a reunirse con mi jefe, sin prefijo. Como se da la circunstancia de que de todos los que allí fuimos compañeros y entablamos amistad mas Fer (que no es que no fuese compañero y amigo, es que ya lo era de antes. Derechos de familia) seguimos en contacto y tenemos opiniones que grosso modo coinciden en qué está bien, qué está mal y qué está fatal, y que coinciden con exactitud en que ahí pasan y se hacen cosas que entran dentro de esa última categoría.

Claro, mantenemos el contacto. Empezamos haciéndole la fiesta de despedida a Guillermo, y luego, como todos nos vamos, no damos abasto a tanta cena de despedida, claro, hablamos, nos contamos qé tal nos va y cómo siguen las cosas por allí. Y aún quedan un par de valientes ahí, buscando salida, que nos cuentan esto último puntualmente: es fácil, siempre va peor.

Hay algo súmamente necrofílico, entonces, en acompañar a tu ex-jefe, cuando se va, y tomarte un café con él, y rezando por ser capaz de aguantar y, preguntar “y bueno, ¿qué tal todo por la oficina?”

Y he conseguido aguantarme la risa hasta que su taxi ha desaparecido en el tráfico.

2 comentarios:

  1. Obviaré por razones de amor propio lo referente a la relación jerárquica entre jefes y subalternos y pasaré a hacer dos comentarios que considero insoslayables:

    - Que alguien que se llame David y tenga la edad del perfil use una cita de Batista y no de el auténtico Enterrador, con sus adláteres tales como El Marinero Tarugo o Los Hermanos Sacamantecas debería figurar en el Código Penal. Me consuelo pensando que la cita no es tuya.

    - Han inaugurado al lado de mi casa algo que no sé aún bien qué es. No es una sex shop. Se llama Love Store y tienen rebajas en esposas con pelusa amarilla. ¿Es mi provincianismo innato o esto es un nuevo invento?

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  2. Las citas son como son, hombre, y con eso de los estrógenos y tal esa gente ya tiene que limitar sus ataques a las embestidas de sillas de ruedas o los salpicados de sueros, ¿no?

    Y lo del provincianismo ni idea: Yo es que soy de pueblo, a mí me sacas de la vara de enebro y me pierden las sutilezas...

    Eso sí, esposas con pelusilla me consta que hay. Le regalamos unas a mi primo por su cumple. Pero sin espuma, no pudimos soportar la espuma.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.