Una razón para la instauración, aplicación e inmediata abolición de la pena de muerte: esa señora que, en el metro, le pone a uno la zancadilla mientras se va sonando los mocos.
La pasión, fuera de tiesto: esa que uno aplica a los resfriados, convirtiéndolos en esto, en la agonía del escritor romántico poseído por los mil virus de su buhardilla parisina, piso noveno sin ascensor ni luces en la escalera.
La redención: en cambio no importa que alguien bloquee la trayectoria de uno de mala manera si ese alguien va leyendo. Siempre, claro, que no sea nada de Ken Follet ni de Dan Brown (y, si no es mucho pedir, nada de Pérez Reverte, por favor. Por favor).
La tarea pendiente es contar el sábado.
La meta, no convertir eso en un peloteo salvaje y obvio. Eso vuelve la tarea virtualmente imposible, si uno la cuenta tal cuál.
Así que tomaremos la tangente, que tiene bonitas vistas.
Aunque claro, bonitas vistas: El edificio que planta cara a este, del otro lado de la calle, resulta bellísimo a base de ser sucio y horrible (ya tiene cita con la Nikon, pero a veces me gusta llegar tarde a estas cosas). Con un gusto así, ¿qué credibilidad tengo?)
Por lo demás, toso con saña, con pasión. Impaciente por agotar las toses de este catarrazo, tal vez. Igual algo dentro de mí piensa que así adelanta trabajo. O igual sólo pretendo joderles el sueño a los vecinos (lo siento, Juanito).
Fumar, así, tiene algo de suicida, de ruleta rusa. Casi no fumo, porque no soy imbécil. Pero, pero, pero.
Inevitable, de vez en cuando, saltar la hoguera, desafiar a los dioses, corretear por el borde del abismo, cerrar los ojos al volante. Encender otro cigarrillo: dos caladas y lo tiro, dos caladas y lo tiro. Palabra.
Me llamó Elena el domingo, desde la estación. Esperaba el tren y se aburría, era la excusa. Pero después de escucharla toca ponerlo en duda; Elena me llamó, básicamente, para ampliar su primer veredicto respecto a la Muchacha (que no se va a librar ella de su propia itv, che), que fue un tierno y conciso “es majeta”, y para hablar un rato de mí y de mis amigos, y ya puestos de ella y de mí.
Por desordenar, de mis amigos dijo que eran estupendos, y no me queda otra que estar de acuerdo con ella. Celebré mi fiesta de cumpleaños un mes y dos días tarde para que ella y otra grandísima amiga pudiesen asistir, porque sus presencias eran bastante más importantes que la cosa circunstancial de el cumpleaños en sí, porque el cumpleaños se supone que es la excusa para reunirnos, y si no funciona pues se hace trampa hasta que salga. Valió la pena, y me hizo entender por qué el viernes me fui yo sólo al monte, por qué salí a los bares vacíos y al café sin compañía y la copa leyendo, tardísimo, todas y cada una de las noticias de El País. Me hizo entender por qué el sábado estaba asustado, cuánta gente, cuántos que, encima, olvidé invitar y que naturalmente ni me lo tuvieron en cuenta porque ya saben que soy un imbécil, pero me quieren igual. Y cuánta razón tenía Elena al decir que mis amigos son un encanto, que es genial verlos ahí, verme ahí, vernos ahí. Verse ahí.
De la Muchacha, amplió el “majeta” hablando de miradas, de gestos, de sonrisas, de silencios, de murmullos. Elena, que parecía a lo suyo, copa en mano, sonrisa cortés y conversación (o debate a cuchillo, tanto da) casual, estaba ahí con el periscopio, el teleobjetivo, el contador Geiger y toda la parafernalia, y se fue contentísima con su labor detectivesca.
Y de nosotros, me sorprendió diciendo que ahí, en medio de la fiesta, que no mi fiesta, se descubrió pensando cosas que, definitivamente, no puedo reproducir aquí sin caer en todo eso de la exaltación de la amistad y el bla bla bla. Así que callo, asiento, y sonrío. Y
Quien ganaría en una pelea entre Perez-Reverte y Chuck Norris???
ResponderEliminarEstá claro que Chuck Norris volatizaría de una patada la cabeza a Pérez-Reverte antes de que éste pudiera soltar el primer taco.
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