El 30 de noviembre de 1897 nació Vladimir Peniakoff, en Bélgica. Sus padres, rusos, habían emigrado allí donde su padre había montado unas plantas que extraían aluminio de la bauxita. A pesar de ser rusos y vivir en Bélgica, sus padres le educaron con el inglés como su lengua materna. Pero con tanto jaleo idiomático Vladimir terminó hablando con soltura inglés, francés y alemán, y defendiéndose en ruso e italiano. Durante la Primera Guerra Mundial él y su padre huyeron de Bélgica a Holanda, de ahí pasaron a Inglaterra, donde Vladimir estudió en Cambridge un tiempo, y en 1915 se reunieron con su madre y sus dos hermanas en París. El Doctor Peniakoff se puso a trabajar para la industria militar francesa, las chicas se pusieron a estudiar en la Sorbona y no está claro qué hizo Vladimir. En sus memorias, que se llaman como este post, dice que estuvo sirviendo como artillero del ejército francés, pero su biógrafo, John Willett, fue incapaz de encontrar el menor rastro de su paso por allí. ¿Se lo inventó, se perdieron los papeles? A saber. Sin datos, a mí me gusta imaginarlo convertido en espía, en infiltrado, en agente doble.
Tras la guerra terminó sus estudios, se hizo ingeniero, volvió a Bélgica a reconstruir una de las fábricas de la familia, se enamoró como una bestia y se deprimió terriblemente. No ayudó que se le muriese la hermana pequeña de neumonía y que Tanya Drapchenko, la mujer que quería, le diese calabazas. Siguió viendo y amando a Tanya, a pesar del rechazo, unos cuantos años más, y después tomó dos medidas; una, se fue a amarla de lejos, a Egipto, donde en 1924 empezó a trabajar en una fábrica de refinado de azúcar o algo por el estilo. El trabajo era tan aburrido como parece al leerlo, rutinario y aburrido, y además no soportaba a sus compañeros. Desde que llegó abrumó a sus amigos, en sus cartas, con sus quejas. Quería dejarlo. Trabajó allí los dieciséis años siguientes. La segunda medida para no morir de amor fue casarse con Ivonne ten Bergen en 1928. Era guapa, era joven, y no era nada más. Se casón con ella esperando que algo creciese entre ellos, y creció un mutuo desagrado amistoso que dejó dos hijas y un divorcio.
Egipto, a pesar de la planta de azucar, del matrimonio-huida y del calor, tenía dos cosas que le gustaron a Vladimir: el desierto y la gente; El desierto lo sedujo con su belleza de fuego, sus brutales cambios de temperatura y su inmensidad tan distinta de la de los bosques y las ciudades en los que se crio, y los árabes lo sedujeron con su forma de ser, de vivir o sobrevivir. Aprendió árabe, y tomó como afición recorrer el desierto en un Ford A al que bautizó como “El Orinal”.
Y llegó la Segunda Guerra Mundial, y Vladimir, ya cuarentón y sin más experiencia que su fantasmal militancia en el ejército francés, quiso tomar parte en ella. ¿Por qué quiso participar en ella? Me gusta pensar que por romanticismo, por eso de combatir el nazismo. Probablemente fuese eso, y el aburrimiento de su fábrica de procesado de azucar. Pero era belga en tierra inglesa, fue a todas partes y llamó a todas las puertas, la del ejército de tierra, la de la marina, la de la aviación aviación. En todas partes le agradecieron el gesto, le dieron una palmadita en la espalda, le dijeron que se fuese a su casa. Pero cuando los nazis invadieron Bélgica, le dijeron que bueno, por cansino, y le enrolaron como oficial en el tercer batallón de la Fuerza Libia Árabe, que era una especie de broma que enrolaba a los árabes que querían luchar contra los italianos de Libia, muy dados ellos a la opresión y en genocidio del nativo, por lo visto. La Fuerza Libia Árabe no era gran cosa; equipados con armamento mediocre no tenían gran cosa que hacer frente a los italianos, por no hablar ya del temible Africa Korps, así que los usaban como guardias y policías, y ya. A Vladimir aquello le pareció tan soporífero como su trabajo de ingeniero, y en marzo de 1942 propuso una misión de infiltración tras las líneas enemigas, para contactar con árabes afines, obtener información y hacer algún que otro sabotaje. Irían él, un teniente entrado en años que hablaba árabe y doce hombres. Y se montaron en los camiones del Long Range Desert Group (cuerpo de reconocimiento que iba con sus camiones y jeeps erizados de ametralladoras pesadas corriendo a toda mecha por el desierto, a los que los SAS llamaban cariñosamente “el servicio de taxis del desierto Libio”). Pasaron cinco meses en Libia, y Vladimir cambió. Por un lado, se divirtió terriblemente y se sintió vivo por primera vez en su vida. Por otro, los operadores de radio, hartos de meter la pata al deletrear “Peniakoff”, le apodaron Popski, por un dibujo animado de un perro muy popular entre los soldados. Un nuevo nombre para una vida nueva. Y Peniakoff lo vio graciosísimo y a partir de entonces fue Popski para todo el mundo, y que un mayor, su cargo entonces, acepte llamarse como un perro de dibujos animados hace menos extraño que entre sus hombres nadie llamase señor a nadie, el uniforme importase un pimiento y quien quisiera llevase barba. Era un tipo práctico, y afeitarse día tras día cuando te pasas cinco meses escondiéndote por el desierto le pareció una pérdida de tiempo. En fin, pasó cinco meses volando cosas y acechando a italianos y alemanes. Volvió en agosto para descubrir que habían disuelto su unidad, llevaban meses sin pagarle y no pensaban hacerlo: El coronel Shan Hackett le dijo que se había ido como le había dado la gana y se había pasado cinco meses pasándoselo pipa sin obedecer órdenes de nadie ¿y encima pretendía que el gobierno de Su Majestad le pagase la fiesta? Ni hablar. Popski se mosqueó, y al tiempo se le pasó el mosqueo y empezó a rondar de nuevo a la gente del LRDG. Le ofrecieron tomar parte en un ataque a Tobruk, pero pensó que el plan era malísimo y se fue con el LRDG a hacer un raid sobre otro objetivo. La cosa no fue mal del todo, volaron unos cuantos aviones en un aeródromo, pero hubo combates y fue herido en una mano. Lo metieron en un avión y pasó cinco meses en un hospital militar en El Cairo.
Al salir, se presentó de nuevo ante el coronel Hackett, a quien le habían encargado intentar organizar a las unidades irregulares que habían florecido en torno al ejército inglés. Y a Hackett, en realidad, le caía bien Popski. No era disciplinado y podía ser un incordio, pero con un desierto al lado donde perderse, dándole unos camiones, unos jeeps, unas cuantas ametralladoras y una cuadrilla de hombres, Popski dejaba de ser una molestia para él y podía serlo para el enemigo, así que rechazó la idea de Popski de unirse al LRDG, ya bastante surtido de gente, porque no le veía encajado en una cadena de mando como Dios manda y le dijo que se montase un batallón por su cuenta: El Escuadrón de Demolición Nº 1. Popski le dijo que aquel nombre era horrible, que preferiría algo más corto, bonito y fácil de recordar, y como se puso a divagar al respecto Hackett, impaciente, le dijo que se diese prisa o lo llamarían el Ejército Privado de Popski.
Y ese fue el nombre.
Popski tenía muy claro cómo quería que fuese su grupo. Poca gente, que fuese eficaz. Como le importaba más que fuesen competentes a que fuesen estrictos y no era muy exigente respecto a las formas, no tuvo problema en conseguir gente habilidosa que no encajaba en otros batallones que sí le daban importancia a tonterías como la higiene, el afeitado y las respuestas mordaces. Así que le asignaron cuatro jeeps y dos camiones de tres toneladas, los equiparon con parejas de Vickers .303 y les mandaron al desierto.
Popski tenía claro que en caso de tiroteos prefería que quienes disparasen fuesen exclusivamente sus hombres, así que dedicaba mucho tiempo a la planificación y las precauciones. Luego la idea era atacar con saña y rapidez y salir pitando antes de que nadie pudiese responder.
Pasaron la guerra en África yendo y viniendo, huyendo de aviones, perdiendo tanques, saboteando depósitos de combustible, corriendo por el desierto en jeep cuando se podía y a pie si no quedaba combustible o algún Messerschmitt había tenido suerte. Fueron traicionados por los árabes, se perdieron, encontraron rutas para colar al ejército inglés por los flancos del alemán, e incluso llegaron a capturar para los aliados, con sus jeeps y sus ametralladoras, un pueblo para pasmo de la fuerza americana que llegó al poco tiempo. Y terminó la guerra en África y fueron a Italia, donde entre todas sus peripecias la más surrealista debe ser aquella que recuerda al principio de Los Violentos de Kelly, en la que Popski llamó desde una estación de tren abandonada a un mayor alemán. Haciéndose pasar por un miembro de intendencia alemán le dijo al mayor que tenía un lote de buen coñac para vender, que si le interesaba. El mayor le dijo que naturalmente que sí, y Popski le respondió que de acuerdo, que por ser él se lo llevaba, pero era un asunto de contrabando así que iría esa noche en un jeep capturado a los ingleses, que le dijese a sus hombres que le dejasen pasar. Les dejaron, llegaron para secuestrar al mayor y quiso la fortuna que el mayor en cuestión tuviese en su escritorio, en ese momento, los informes detallados de tropas alemanas en Italia. Así que lo cogieron, y se lo llevaron de vuelta a zona aliada.
Poco más. Popski y sus hombres siguieron con sus métodos. Espacios abiertos, pocos aliados para darles la lata y enemigos dispersos, desprevenidos y lentos. Así pasaron la guerra, sin mayores contratiempos ni grandes pérdidas. El último informe que Polski redactó, dictado, decía simplemente que habían sido soprendidos por dos compañías alemanas y rodeados en una granja. Les dijeron que se rindiesen, y cinco jeeps del Ejército Privado, con cobertura de artillería de unos tanques lejanos, se acercaron a
Popsky era modesto. Se retiraron con dos heridos leves, aunque el hombre “ligeramente herido” al que alude en su informe era él mismo; le habían volado la mano derecha, y la izquierda la tenía atravesada por un balazo. Lo evacuaron a Roma, luego a Inglaterra. La unidad, pese a perder a su líder, siguió funcionando sin él. Logró volver en Abril, justo al final de la guerra.
Con ella casi terminada, mandaron al Ejército Privado a Italia a desarmar partisanos. Pasaron por Venecia. Popsky logró que desembarcasen cinco jeeps en mitad de la ciudad, y con él a la cabeza su Ejército Privado dio siete vueltas en torno a la Plaza de San Marcos. “Era mi hora del triunfo”, dijo Popski. Era un sueño que tenía. Luego fueron destinados cerca de Yugoslavia, y la unidad se disolvió en septiembre de 1945.
En 1947 fue condecorado por el ejército Belga, en 1948 se casó con Pamela Firth, el 2 de abril, publicó un libro, que se llama Popski's Private Army, que no tiene traducción al español, que yo sepa, y murió el 15 de mayo de 1951 de un tumor cerebral.
Ya sé que hay algo malsano y enfermizo en ello, porque es lo que es, la mayor tragedia de la humanidad en el siglo XX, pero desde siempre, desde que las guerras eran tan solo el contexto de las películas que me gustaban, la Segunda Guerra Mundial ha ejercido sobre mí una fascinación irresistible. El mundo empeñado en destruirse a si mismo con tanta pasión, una cosa asombrosa. Y aún ahora, pacifista como nadie, leo estas historias (esta es básicamente una traducción-resumen brutal de esto) y algo dentro de mí se maravilla. Mientras escribía pensaba al respecto, y tal vez sea porque sólo así, sólo en circunstancias tan dramáticas y tan terribles, puede uno ver qué había dentro de un ingeniero cualquiera, un tal Vladimir Peniakoff, alguien que, sin guerra, podría ser cualquier persona de las que uno se cruza por la calle, o tú, o yo.
Y miro a las personas que pasan por la calle, y te miro a ti, y me miro a mí, y nos siento heroicos, y salvajes, y temibles. Y eso me hace sentir mejor.
Ante todo, cachondeo... y un poquito de sinceridad: no he podido leerme este post entero (¿ocupa tus 5 folios habituales leídos a toda hostia o qué?), pero te agradezco que lo hayas escrito porque acabo de leer el post anterior y llegaba con los ojos llenos de mieles un pelín empalagosas y tralarís-tralarás y bucólicas flores del campo... Y con sólo leer el primer párrafo se me ha quitado el empacho. Ahora podré dormir bien.
ResponderEliminarPor cierto, ¿para cuándo el relato porno?
No, ya en serio. ¡¡¡Que viva el amor!!!
Eh, que no es tan largo, y podría haberlo eternizado mucho más.
ResponderEliminarEn cualquier caso nada nada, de agradecimientos nada, en vista del feedback yo me considero autorizado a seguir con mis odas a la vida, mis cantos al amor y mis sobredosis de azucar, ala.
El relato porno, eeeh, ¿para el jueves, no?
Y que viva el amor, que viva. Lo regamos, por si las moscas. Aunque no lo podaremos. Que crezca como quiera, libre y salvaje.