12.11.07

mi vasito de pis

La canción es obligada, hoy,



Sintiéndolo mucho por Vega, que con una cara de asco infinito ha aguantado hoy, parapetada detrás de mis cañas y sus vinos (siempre habrá clases) lo que sería algo así como un post en vivo, o sea, aguantarle a uno contar lo que le pasa según lo piensa pero en vez de por escrito y con el tacatacataca del ruidito de las teclas (tan bonito, el ruidillo, ¡ay!), pero pienso contarlo también al modo tradicional, si es que algo que tenga que ver con esta cosa de la red puede considerarse tradicional.

El día de hoy amanecía nublado para los neuróticos, sobre todo si los neuróticos en cuestión tenían que joderse, aunque estén disfrutando de un paro miserable que a diferencia de la llanura infinita de la que disfruta una que yo me sé (y que se merece disfrutarla más que nadie, aunque lo de disfrutarla sea un decir porque la pobre se agobia cuando no tenga nada que hacer, aunque esté haciendo cosas y aunque tenga mil cosas planeadas a dos semanas vista), y tenían que madrugar para ir, con un vasito de pis en la mano, a hacerse un reconocimiento médico. A mí lo de los reconocimientos siempre me despierta un cierto cariño, porque recuerdo a la tropa de Clint Eastwood en El Sargento de Hierro gritándolo ("¡Reconocimientooo!") y luego recuerdo al dios Clint (joder. Había escrito "Clit". Tanto porno, tanto porno... mañana más sobre porno, por cierto, si el tiempo no lo impide. Stay tuned, que dicen allí) diciendo gansadas y me da por reírme, así de bobo que es uno, hay gente hipocondriaca, hay gente simple, y yo soy así, neurótico, bobo y mazas escultural, hay que aceptarse como se es y no caer en engaños irreales que luego sólo conducen a donde conducen, a ninguna parte, donde, por otra, eso, parte, suelen conducir tantas cosas, pero vade retro, filosofía, que yo he venido a contar mi odisea con mi vasito de pis.

En fin, que me iba a hacer un reconocimiento médico. En mi estado, arreciando la enfermedad pulmonar que completa mi autoimpuesto kit de bohemio (tiene uno que a) escribir, b) tener una casa, a poder ser con alguien que no se comunique en un personalísimo sistema morse a base de portazos y c) sufrir de alguna enfermedad pulmonar que implique mucha tos y algo de sangre), a saber qué sale de esos análisis, son capaces de darme dos semanas de vida o algo por el estilo y luego a ver quién es el listo que en tan poco tiempo prepara la fiesta de inauguración/exorcismo del piso (Juan celebra lo primero y yo lo segundo). Y allá fui yo, jodiéndome y madrugando, como un paria más, y meando en un tarro, lo cuál siempre es un trauma porque no sé tú pero yo, a primera hora de la mañana, meo como si el llenado de los mares fuese responsabilidad mía, y claro, ponte a frenar de golpe, con la aguja del indicador de combustible aún marcando lleno, para poder dejar el tarrito en algún lugar que no pringue, terminar el, digamos, desahogo, y luego pensar cómo leches se las va uno a ingeniar para cruzar Madrid con eso encima sin tirárselo encima a nadie y, sobre todo, sin tirárselo uno encima, que ya estoy yo mayor para ir meándome encima y en cualquier caso hacerlo así tiene un punto de sofisticación escatológica del que yo carezco. Lo que decía, yo soy bobo neurótico y cachas, y punto, y es obvio, releyendo mi lista de cualidades, que lo de escatológico sofisticado no está en ella. Relee si quieres, pero no hace falta, palabras como esas, de seis y cinco sílabas, con una esdrújula y todo, son de las que se recuerdan.

Retomando mi peripecia, he conseguido no mearme encima sofisticadamente etcétera, ni hacer lo propio con nadie, y he llegado al sitio donde nos hacían los análisis, donde había un tipo detrás de un mostrador que ha recogido los papelotes que yo debía llevar y milagrosamente he llevado (a mí, la verdad, me parece sorprendente que ocurra tal cosa), y me ha hecho esperar un rato, mientras otro compañero suyo me deleitaba, a voz en grito, con una conversación telefónica que daba a entender que allí muy agobiados con el tema del día a día laboral no andan. Y cuando me han cansado de tenerme esperando en esa salita, me han hecho pasar a otra salita donde me han dicho que siguiese esperando. Yo todo eso lo veo fatal pero como también soy dócil, que aunque no esté en la lista podemos inferirlo de lo de bobo neurótico, pues he sacado mi librito y concentradísimo siempre en no volcar el tarrito de mis esencias matinales he matado el rato como he podido evitando, en lo posible, pensar en que no se puede tardar mucho en sangrar a nadie, pesarle, medirle, hacerle cosas en los ojos y entretenerle un rato con preguntas médicas. Y sí, ¿eh?, sí se puede, doy fe.

Pero na's pa'siempre, que decía el poeta, y al fin me han sometido a la ronda de pruebas de lo que sería la ITV de la carne, y me he visto sometido a los tres tipos tres de gente que definen el espectro de lo que viene siendo el tipo de gente que uno se puede encontrar en bata con una cruz en el pecho.

Primero, muy taurino todo, la suerte de banderillas. Una enfermera me ha hecho pasar a un cubil donde había una silla y donde mi sangre iba a hacer eso tan antinatural que supone salir de mi cuerpo, calentito y hogareño, para meterse en un tubo, mustio y ajeno, donde se va a aburrir sobremanera, con todos esos glóbulos blancos sin tener la inmensidad de gérmenes que combatir y masacrar que debo yo tener por dentro ahora mismo. Esa enfermera es la que me ha pedido lo que ella, de forma muy profesional pero sin duda menos entrañable, ha definido como "la muestra de orina". Yo, como un niño con los deberes bien hechos, he sacado mi tarrito zarandeándolo, por supuesto, para que se viese que no se había salido ni se salía ni una gotita, y ella, con una infinita cara de asco, me ha dicho que qué clase de barril era ese, y que ellos trabajan con recipientes de menos tonelaje (en lenguaje profesional, claro). Y, diciéndolo, ha esgrimido, a su vez, un tubito vacío, que yo he cogido para corregir el problema, pero ella, a voces, y en serio, con un asco inmenso, me ha dicho que qué hacía y que me esperase y que luego me iba al baño a hacer el trasvase. Yo ahí no he podido mantener mi modo Martín Romaña, que ama al mundo y odia molestar, y me ha saltado una vena de personaje chungo de Martin Amis, y me he dado a pensar que a qué venía tanto asco cuando ella planeaba sacarme fluidos corporales a pinchotazos y que, para empezar, todo eso de mear en un tarro y de pasearlo por medio Madrid no había sido idea mía, desde luego. En fin. Me han sacado sangre, me han puesto el algodoncito, me han dicho que mantuviese el brazo en alto y que apretase el algodón, y que puerta, a la sala de espera a hacer eso, esperar, otra vez. Yo, en mi estado, brazo en alto y algodoncito apretado, la he mirado con cara, definitivamente, de macarra de novela de Amis, y luego he mirado mi cazadora, mi bolso heterosexual y mi libro, que estaban en la mesa donde me habían dicho que los dejase, y luego la he vuelto a mirar a ella. Ha comprendido, ha sonreído, y la muy zorra me ha alcanzado el bolso, que he cogido con la mano del brazo extendido, el libro, que he cogido también con esa mano, entre el pulgar y el anular o el índice (el que va al lado del dedo gordo, vamos), y la cazadora, que no sabiendo dónde colocarme ha dejado encima del brazo lastimado, convirtiéndome en un perchero bastante patético. Yo he salido ya ligeramente mosqueado a tirarlo todo en una silla de la sala de espera número tres, en esperas, y dos, en ubicaciones espaciales, y mi enfado ha durado lo que he tardado en ver que le daban ese tratamiento a todo el mundo. No por lo de "mal de muchos...", sino por ver que, al menos, a esa enfermera melindrosa no le movía el odio a mi persona, sino simplemente alguna cualidad personal propia suya.

La espera número tres ha sido breve, y al momento me han llamado para hacerme cosas en los ojos. La oftalmóloga, la verdad, era guapa. Rubita, con unos ojos bien bonitos, así que he entrado con el convencimiento de que hiciese lo que hiciese ella no iba a lograr despertarme el lado Amis. Pero sí que me ha despertado la paranoia, porque yo creo que una oftalmóloga no debería gritar, con el pánico en la voz, cosas como ¿¡CUÁNTOS CUADRADOS DICES QUE VES!? ni sorprenderse de que uno no distinga simbolitos cuando realmente los simbolitos no pueden verse porque alguien ha puesto mal una diapositiva y la parte de los más pequeñines está desaparecida a cualquier vista. Además ha tenido la insensatez de acometerme, todo el rato, con preguntas de que qué fila de símbolos veía, y a mí me daba por decirle "¿que cuál veo o que cuál creo que veo o que cuál creo que puedo ver?, porque no es lo mismo", que para algo uno estudió la vista y cómo el cerebro la utiliza, completa, corrige y altera como le viene en gana en una asignatura de libre configuración de la carrera. Y estaba a punto de ponerme a explicarle los matices cuando ha aparecido otra oftalmóloga mucho más expeditiva, lo que ha sido la salvación de todo el mundo allí, de la oftalmóloga rubita porque le ha ahorrado mis filosofías, y la mía porque nos ha tranquilizado a todos cada vez que la rubita ha vuelto a gritar presa del pánico cada vez que yo decía lo que veía (aunque en realidad no les decía lo que veía sino lo que creía que podía ver, porque yo sí que he dado esa asignatura, y me pareció interesantísima). Al fin me han ido dejándome razonablemente convencido de que no estoy ciego ni soy daltónico, que ya sería putada por lo del postprocesado de las fotos, y he vuelto oootra vez a la sala de espera, mirando con veteranía a los que sostenían algodoncitos con su gotita de sangre en sus brazos cargados de abrigos y carteras.

Ya me esperaba lo peor del paso siguiente, aunque al final ha sido el mejor, y desde luego el más entretenido. Como entreacto he ido al baño, donde he hecho mi transferencia de, perdón por el chiste malísimo, capital líquido, tirando lo que sobraba por el lavabo como forma de prostesta ante el mundo, y me he vuelto con mi tarrito homologado a la sala de espera, donde al momento me ha llamado una doctora que inmediatamente me ha recordado a alguien que no consigo ubicar y que inmediatamente me ha caído estupendamente, me ha parecido guapísima y me ha despertado una ternura infinita. Eh aquí alguien que sonreirá ante mis estupideces y mis peticiones para concretar lo que la gente ya cree concretísimo de partida, y así ha sido. Hemos hablado un rato de lo que son mis vicios y mis visicitudes, y como siempre en estos casos yo he sentido esa contradicción interna que siento siempre que un médico me cae bien, por un lado (el de lo bueno) me siento como un poco vacío y decepcionante por no poder contar con ninguna enfermedad que alegre mi historial, y por el otro (el de lo malo) sentía la irresistible tentación de mentirle para que no se preocupase por mí. Y cuando yo ya lo daba todo por hecho, va la tía valiente y me dice que pase al cuartito de al lado y que me desnude





de cintura para arriba. Ella, naturalmente, no ha hecho esta pausa que yo he representado aquí como buenamente he podido, sino que lo ha dicho del tirón, pero a mi mente, que cuando quiere es rápida de narices, le ha bastado el espacio mínimo entre el "desnude" y el "de" para interpretarlo como una frase completa y hacer que mis cejas diesen un brinco. Bueeeno, he pensado. Esto es normal, y que la mujer sea guapa y que las batas médicas tengan ese morbo no hacen de esto nada especial, me he dicho sabiendo que no me iba a convencer de nada. Así que me ha tumbado, me ha estado tocando por todo el pecho y toda la tripa, disculpándose de una frialdad de manos que no tenía, la verdad, y hasta me ha amagado un masaje en los hombros que me ha dejado con unas ciertas ganas de pedirle que siguiese y otras ciertas ganas de proponerle cosas inconfesables. Pero claro, la agenda manda, eran las 11 de la mañana (¿¡LAS ONCE YA!? ¡QUE VOY A LLEGAR TARDE!), y tampoco quería comprometer su puesto de trabajo, pobre mujer, por culpa de una mutua pasión que era a todas luces evidente, y ya digo que hay que ser honesto con uno mismo y con la realidad y no me invento absolutamente nada.

Así que nada, he salido de allí, he esperado a que la enfermera remilgada terminase de sangrar a su siguiente víctima, le he dado mi producto destilado y he salido, pasando por delante del despachito de la doctora guapa y resistiéndome, que uno ha visto mucha peli de tipo duro renunciando al amor porque el destino manda, a entrar, cerrar la puerta y desencadenar las tormentas de la lujuria y de los protocolos de lo íntimo.

Luego me he ido de paseo, cañas y café con Vega, quien se ha dedicado a poner a parir sistemáticamente a todos nuestros conodidos comunes, primero, y luego a todos sus conocidos (esto es falso, lo digo sólo para ver si alguien me cree y le echa la bronca, porque soy así de malvado), una vez ha conseguido que yo dejase de hablar de vasitos de pis y de doctoras guapas de manos para nada frías, lo cuál le ha costado como unas seis horas. Y aquí concluye mi odisea de hoy.

7 comentarios:

  1. de modo y manera (que diría mi abuelito) que me paso medio día contigo y no me cuentas la historia de tu visita al médico?? que me tenga q enterar por tu blog de los detalles (y de mi conversación, por cierto) tiene narices...
    Me parto con lo de la mutua pasión y me parece de un autoengaño brutal que un individuo que habla sobre su pis con ese grado de detalle diga que no es escatológico...
    Una mañana/tarde muy divertida, en cualquier caso (pero hazme el favor de mandarme mis fotos -las mías auténticas y las mías por poderes-) que tengo intención de no-postprocesarlas. Es una cosa de lo más innovadora. Se está llevando muchísimo en USA, ahora mismo!!!

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  2. Iba yo a relatar mi última revisión, pero me estaba quedando larga la cosa, así que voy a pasarlo a mi blog.
    Sóo diré que ya me estaba extrañando lo del paseo con el tarro de pis. A mí me dieron un tubito de ensayo que, supuestamente, se cerraba. Aunque me imagino a la enfermera escandalizada al verte con un vaso lleno de orines, jajaja.

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  3. Sintomáticavega, es lo que tiene que no pares de interrumpirle a uno cada vez que hace mención del vasito en cuestión: Si me cortas el principio de la historia, lo demás, obviamente, no llega.

    Y yo no soy para nada escatológico. Yo hablo de las cosas con mi adorable inocencia infantil, simplemente.

    Y lo de las fotos, ya las puedes esperar sentada, me niego a mandártelas.

    Respecto a esa técnica, investigaré, investigaré. De todas formas en muchas fotos te sorprendería ver lo poquísimo que, al final, termino haciendo yo, ¿eh?

    Myrdd, recibirás noticias de mi bistec de abogados sobre un asuntillo de copyright, plagio e inspiraciones no retribuidas. Y lo del vasito, chico, es que yo lo conseguí en una farmacia toledana y nosotros, la gente de campo, no nos anamos con minucias... ¿para qué quieres unos mililitros cuando puedes llevarte una garrafa de dieciséis litros? Coño, si luego no hace falta todo, pues que lo tiren, pero para lo barato que saco yo el producto andar con tacañerías...

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  4. A mí lo que me jodió de la última revisión fue todo el proceso de: no desayunes-mea en un tarro-sácate sangre-espera mucho tiempo- métete en una cámara insonorizada- vuelve- desayuna al fin- vete al trabajo.

    Digamos que hubiese preferido empezar mi mañana de otra manera.

    Eso sí, conseguí que no me diese un chungo con lo de la sangre afuera. Antes de eso, como cuatro años antes fui a donar sangre y me puse más malo que las croquetas hacendado. No paraba de marearme y terminé arrastrándome hasta mi cama. Fatal.

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  5. Ahhhh tuviste suerte que no te pidieron toooooda la orina del dia, que ahí te quiero ver.

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  6. Cosa de haber alquilado un camión cisterna, Pam. En diez o doce viajes, ¡asunto resuelto!

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  7. Un placer leer la historia completa al fin, es que Vega se pone milindris (si, como el cantante bolinga del avión que ha tenido que vlver a Barajas) y no acaba de contarla, y uno, que es muy aficionado al thriller (al de Michael Jackson no, al otro), pues se queda en ascuas.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.