(buscando por el disco duro un contrato perdido he encontrado esto que escribí hace ocho añitos, ya, y que es topiquísimo, como erantodas aquellas cosas que escribía del tirón por aquel entonces, pero que aún así se llevó una mención en un concurso de la UAM, y yo siempre sentí algo de orgullo pensando que un estudiante de mates se coló entre tanto filólogo)
1.
Sueñas: Te desplazas suavemente a través de tibias dimensiones de sábanas, colchas y edredones, eres feliz. De pronto te llega un presagio de frío, un ataque de pánico: Giras, tratas de huir a las profundidades acogedoras, pero la oscuridad comienza a desgarrarse en afiladas agujas rojas y heladas, abres la boca para gritar y un alarido inhumano y estúpido hace añicos la paz.
Abres los ojos: El despertador calla al fin bajo tu mano, te enderezas, te estiras, sientes frío, bostezas, caes de nuevo sobre la cama, seductora como sólo puede serlo a las 6 y media de la mañana. Qué coño, te dices, hoy llegaré tarde. Sonríes, te abandonas al abrazo de tu amante más fiel.
Despiertas otra vez, zarandeada: Tu madre te bambolea, disolviendo el nuevo sueño vacío que apenas comenzaba a tejerse, sus palabras manchadas de afilada escarcha se cuelan por sus costuras deshaciéndolas.
–Vamos, Lara, vas a llegar tarde –dice, saliendo de tu cuarto con promesas de desayunos rápidos e indoloros. Te despides en silencio de tu cama y tratas de empujarte con el eco casi soñado de las palabras de tu madre...
¿Lara? ¿Quién es Lara?
Lara. El nombre se encalla en algún engranaje de tu mente, se repite una y otra vez mientras te lavas maldiciendo el agua fría, mientras te vistes tiritando, mientras a oscuras te diriges a la cocina, esquivando masas negras que la luz vestirá más tarde de muebles. Llegas a la cocina, los ojos entrecerrados para suavizar ese maldito fluorescente brutalmente blanco (color odiado, definitivamente te teñirás el pelo de negro). Alcanzas a distinguir un tazón humeante y un fragmento de madre en estado de efervescencia culinaria.
–¿Qué dijiste antes? –preguntas.
–¿Qué, cariño? –ruido de cacerola contra metal.
–Que qué dijiste antes.
–¿Cuándo?
–Al despertarme.
–Ay, hija, no sé. Que te dieras prisa. Siempre te duermes. Te van a despedir.
Masticas, tragas, bebes, frunces el ceño y te preguntas ¿Lara? ¿Quién es Lara?
Agitas el brazo para liberar el reloj del abrazo del jersey, habrás escuchado mal, nunca despiertas del todo hasta el tercer café. Miras el reloj, te atragantas, ¡rediós!, corres, sellas dos besos en el rostro de tu madre (¿cómo consigue estar así por las mañanas?), sales de casa. Coges ascensores, cruzas calles heladas, abordas autobuses impacientes, lidias conductores malhumorados, tomas al asalto huecos sudorosos en los trenes, cruzas mas calles (por lo menos ya se ve el sol, pausa para suspirar, ¡gilipollas, mira por donde vas! Será bestia, te frotas el hombro agredido), llegas al instituto aún casi desierto, expectante. Entras, sonríes al conserje.
–Buenos días –dice.
–Veremos –gruñes. Te da las llaves de la biblioteca, comentando la eternidad que se extiende entre el ahora y el fin de semana más próximo. Respondes. Sonríe, tú lo intentas pero ahora ya no te sale. Te encaminas hacia la biblioteca escoltada por el ruido de tus tacones.
–¡Lara! –grita, detrás. Te das la vuelta, buscando, pero sólo está el conserje, mirándote–. Espera un momento –dice, alzando un dedo, y se pierde por un pasillo.
¿Lara? Regresa, con un paquete en la mano–. Esto es para la biblioteca.
¿Lara? Parpadeas, sus ojos fijos en los tuyos, un azul inocente y como demasiado lavado.
Coges el paquete, recorres el camino a la biblioteca, ¿Lara? ¿Qué demonios?
Intuyes bromas estúpidas. En fin, trabajo que hacer, allá vamos. Pasan horas de libros sellados, recolocados, empujados, caídos, malditos, recogidos, amontonados, golpeados.
–Lara –dice el director. Al fin le escuchas, sin saber desde cuando lleva allí, desde cuando trata de invocarte con ese nombre extraño.
–¿Eh?
–Quería hablar contigo –uh, que cara más seria, la pregunta siguiente se niega a conjurarse en tus labios. Él te hace un gesto, dudas, al fin le sigues, camináis por escaleras, más pasillos, salas de profesores, llegáis a su despacho. Coge una carta de la mesa y te apunta con ella.
–Has vuelto a llegar tarde –dice, y quiere decir “no quisiste acostarte conmigo”–. Estás despedida.
Miras la carta, la coges, fuera no pone nada. Dentro, un papel plegado en tres partes, lo abres, miras el nombre: Lara Muñoz Castillo.
–¿Esto es una broma? –preguntas.
–Te lo advertí –dice él–. Las cosas podrían haber sido diferentes.
¿Lara?
Te tiende un bolígrafo y un papel que firmar, los brazos separados que ahora tratarán de abrazarte. Esquivas labios insípidos, coges el papel, te alejas, rodeas la mesa, empuñas una pluma de oro y firmas, mirándole, atenta a la necesidad de nuevas fintas. Desprendes tu copia de la hoja y le arrojas las otras, sales de allí olvidando el necesario portazo, olvidando devolver la jodida pluma, que al fin tiras a una papelera. Regresas a por tus cosas, cruzándote con el conserje, que sonríe, siempre, ¿cómo lo hará? ¿Será su cara así?
–¿Qué tal va la mañana? –dice, arqueando aún más los labios.
–Confusa –respondes, alejándote, escuchando su risita y su “je, je, estos jóvenes”. Capullo.
Tiras la carta sobre tu mesa, recoges tus cosas, te vas calmando y de nuevo recuerdas, ¿Lara? Miras el papel, Lara Muñoz Castillo. Buscas en tu firma: ¿Una L? ¿Qué coño hace ahí una L? El resto del garabato podría ser a, r, a. Los apellidos mantienen la estabilidad. Buscas algo con que escribir, las manos temblando, encuentran un bolígrafo que no escribe, que rasga el papel –alguien te mira, extrañado–, luego un lápiz. Firmas. Indudablemente pone Lara. Se te caen el lápiz y el trozo de papel firmado. Das un paso atrás, cae un montón de libros, tratas de respirar, sacas la cartera, miras el DNI, ¿qué coño pasa? ¿Lara? ¡Eres tú! Corres, empujas, caen conserjes sonrientes, estudiantes madrugadores repletos de acné, directores hijos de puta. Llegas al lavabo, miras tu rostro, le gritas, ¡sigues siendo tú!
Te lavas la cara en el agua fría, cierras los ojos hasta hacerte daño, ensordecida por tu respiración, tu corazón, los susurros ahí fuera del conserje y el hijo de puta, abres los ojos, miras de nuevo, pero ya no estás tu sola. Giras, encarando a la intrusa.
–¿Quién eres tú?, ¿qué coño haces aquí? –vas a preguntar, pero no puedes, estás mirándola, viendo tus zapatos, tu falda, tu blusa, tu peinado.
–Soy Lara –dice ella, y se ríe. Chillas.
2.
El director y el conserje te miran. El primero maldice por lo bajo, sin saber que hacer, ¿habrás dejado alguna maldita carta que le llene de mierda? El segundo no sonríe, se santigua, reprime una arcada, trata de no pensar en tus dedos en torno a tu cuello, axfisiándote, estrangulándote. Al fin corre a pedir una ambulancia. Se cruza con una profesora atraída por los gritos, ella le pregunta.
–Lara –murmura él–. Se ha matado.
Acabo de leer tu pequeño relato rescatado, seguramente ahora le ves miles de fallos y hay cosas que escribirias de otra forma, pero eso es lo maravilloso de escribir algo en el ahora, que es la única parte auténtica de nosotros mismos que podemos rescatar en el futuro, sin filtros de memoria que lo cambie todo, sin condicionantes del presente, ahí queda parte de lo que éramos cuando lo escribimos... y eso me parece genial. A mi me ha gustado mucho leerlo, me parece un bonito regalo por tu parte compartirlo con los que te leemos.
ResponderEliminarYo tengo por ahí algunos relatos añejos de hace años, igual un día de estos me animo y te imito, así conoces también una parte de mi que no sé si ahora es pero seguro que fue en algún momento ... ufff!!! que lio, no?
Le tengo, le tengo, le tengo!!!XD
ResponderEliminarDebería de empezar a publicar sin tu consentimiento y con mi nombre todo lo que tengo tuyo!!
Me quedo con "Morir por Elvira" o aquel del fin del mundo...
Jo, que cuentazo! Era mi favorito hasta que llegó el del fin del mundo, claro.
ResponderEliminarJo, que cuentazo! Era mi favorito hasta que llegó el del fin del mundo, claro.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho.
ResponderEliminarAhora esperaremos pacientemente esos otros que dicen por ahí arriba.
a mi tb me ha gustado mucho, aunque llegue un poco tarde para decir esto...
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