10.10.07

el cambio en el viento


Y aquí estoy yo con mi rosario de puñaladas en la espalda, con un rastro de sangre que se remonta al 20 de junio (y aún más atrás, si se quiere, pero en algún momento hay que trazar la línea de salida), errático y casual eco que va del pardo reseco al brillo arterial según se le caen las hojas a los calendarios. Pero aquí estoy yo, y qué narices, estoy sonriendo y estoy feliz, porque sigo vivo, será por sangre, y porque el viento está cambiando, y hay un sol que está comenzando a brillar en algún lugar, comenzando a trepar tras este cielo de cochambre y de sucio cartón mojado que tiene las horas contadas.

Así que nada, a pisar el acelerador a tope, a emplearse en cada curva, a esquivar el tráfico en contra y a correr sabiendo que al final hay una salida. Y que si hay que hacer malabares con al economía se hacen, y que si hay que contener la respiración veinte días se contiene, y que si hace falta que haga el pino por segunda vez en mi vida pues joder, se hace. Y lo que haga falta.

Y mientras, como todo esto pertenece al terreno de lo interior, lo figurativo, lo para nada evidente y lo que no requiere mayor tiempo ni actividad física, toca buscar y encontrar pasatiempos. En ese sentido, hay uno que es, para mí, muy simbólico, y que consiste en volver a ver una serie que, por cierto, puedo invitarte a ver, porque todos los capítulos están subidos aquí, Samurai Champloo.

Conocí esta serie en el intervalo de pasividad absoluta que tuve justo antes de trabajar aquí (y de aquí sale una tercera parte del simbolismo de la serie, para mí). Tuve el lujo de darme 20 días de no hacer absolutamente nada, y como encima tenía el ordenador jodido terminé, quién me lo iba a decir, viendo la televisión. Y a las mil de la madrugada, después de un programa que me pareció rarísimo cuando el zapping me hacía caer en él, echaban Juzgado de Guardia, mítica serie de mi infancia, y como yo no tenía nada que ver pues ahí resistía las madrugadas escuchando música y leyendo hasta que veía al fiscal Dan Fielding otra vez.

El caso es que un día caí en el raro programa de antes y estaba empezando una serie, y la serie resultó ser Samurai Champloo. Vi un capítulo, y me bastó ver un capítulo para quedarme enganchadísimo. La serie va de una muchacha que anda buscando a un samurai escoltada por un ronin con gafas y un delincuente malote y bravucón a los que salvó la vida y que no se matan el uno al otro porque prometieron esperar hasta que la muchacha termine su viaje. Y mientras, anacronismos, hip-hop, tramas delirantes (donde hay lugar para el beisbol, la marihuana o el mejor duelo revolver contra katana que he visto en la vida) y el desarrollo de Jin y sobre todo de Mugen, personajes que se le meten a uno dentro, el primero con su estoicismo, su coraza de frialdad y su calma y el segundo, imposible resistirse a su maldito encanto, vital, dinámico, desagradable, temerario y salvaje. La serie son sólo 26 capítulos, de media hora cada uno, y es una serie cerrada, como deberían ser todas, con un final apoteósico que se extiende durante tres de ellos y que tiene lo mejor de cada casa, desde el sentido trágico griego hasta la épica japonesa que antepone honor a supervivencia, recogiendo de paso la herencia del western, por qué no.



El segundo tercio de la carga simbólica de la serie viene de la época en la que yo la vi por segunda vez, cuando empezaban a surgir eso primeros cortes que uno se mira sorprendido en el espejo, accidentes que uno sospechaba casuales, y quién iba a decir que llevarían, un día, a Stalingrado, y después por fin al trazado de la línea de salida y a esta última, larga batalla, que ya, por fin, pinta como el asedio de Berlín.

Y de esas dos cargas surge la tercera. La serie, por las circunstancias en las que la he visto, se ha convertido en la acompañante de mis puntos de inflexión, de mis cambios en el viento. Siempre que la he visto, el timón me ha dado un volantazo. Así que, imagino, debe ser natural que ahora, de pronto, tenga la imperiosa necesidad de convertirla en mi compañera durante casi un mes, y empezar a ver un capítulo por día, de nuevo, sabiendo que las cosas hoy, cuando vea el primer capítulo, tendrán poco que ver con las cosas que habrá a mi alrededor cuando termine, de nuevo, de ver el capítulo 26.

En fin. Altamente recomendable. Aunque sólo sea porque a día de hoy alguien como yo, profundamente alérgico al hip hop, he terminado tolerándolo (con el pequeño efecto secundario de que me hace pensar en katanas y en gente troceando a gente), y aunque sólo sea por ver cómo consiguen engarzar esa música en la época Edo japonesa de hace 200 años. Aunque sólo sea porque va a ser capaz de ayudarme a mantener las constantes vitales hasta dentro de 26 días: Suficiente.

4 comentarios:

  1. Bueno, bueno, ¿no recuerdas un disco de "La Puta Opepé"? Era hip hop, pero eran bien graciosos... Por cierto, ¿alguna novedad en el frente?

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  2. Un portazo en los morros y una ausencia total de la parte proporcional del alquiler del mes en curso.

    Menudencias.

    Y La Puta Opepé te gustaba a ti, no a mí, corazón :P

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  3. La serie la vi en su día y me gustó. Espero que no le haya gustado a mucha más gente, porque claro, entonces dejará de gustarme.

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  4. Creo recordar que me lo recomendaste la última o la penúltima vez que te vi, el video tiene un toque comiquesco muy de mi agrado, pero ver que os gusta a ti y a tu amigo hace que se me quiten la ganas de bajármelo más que mi torpeza en estos asuntos, (no hago más que pelearme con el enlace que has puesto)... fijo que es una bazofia.

    ¿hay que registrarse o qué? estoy más perdida que una motomula en un descampado.

    No me conteste ahora ... hágalo después del día 26

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.