7.9.07

la lectura empresarial



La idea era que en una tierra de magos nace un principe muerto, donde muerto significa que el chaval tiene los mismos poderes mágicos que un ladrillo, cosa terrible por aquellos lares. Así que tiran al chaval por el retrete, pero en vez de palmarla, como buen protagonista de historia de nuestra cultura occidental, el niño sobrevive y termina en el destierro, en un reino de proscritos que practican un arte prohibida en el imperio regido por la magia: La tecnología. Y el niño crece, y forja una espada que tiene el poder de absorver la magia, y blandiéndola se pone al frente de un ejército de tecnólogos y desencadena una guerra de mágia contra tecnología.

Más o menos esto fue lo que leí o lo que entendí de lo que ponía en el primer libro de una trilogía de esas a las que yo era adepto cuando era un adolescente al que le gustaba leer y se leía cualquier cosa. Y para aquel friqui que era yo entonces la cosa sonaba prometedora. Igual a día de hoy me habría andado con más ojo, porque aunque friqui nací y friqui moriré, por mucho que mi friquismo se vaya mudando de barrios (aunque siempre gusta de recibir postales de los sitios donde habitó), ahora soy más viejo y me gusta pensar que más listo (aunque nunca lo confieso, claro, por esas cosas de la modestia y tal) y desde luego bastante menos crédulo y más paranoico, pero incluso a día de hoy esa descripción corta me suena a cosa prometedora. Si fuese una película, al menos intentaría ver el trailer. Pero el libro, la trilogía en sí, era un sublime aburrimiento que incluso entonces, cuando aún no había probado lo que en literatura sería el equivalente al jamón serrano, por hacer una metáfora sobre su calidad, o lo que para un tigre sería la carne humana, por hacer otra sobre la adicción que me sobrevino después, no pude dejar de odiar. Y la odiaba porque leía la contraportada y volvía al texto y me sentía estafado: La idea era buena, desataba bonitas imágenes en mi cabeza sobre ingentes batallas entre brillantes ejércitos de brujos de espadas flamígeras cabalgando siniestros dragones enfrentándose contra humeantes y recias máquinas de matar.

Pero nada. Pensé, cuando por fin terminé aquellos libros, que sería genial reescribir ciertos libros para que cumpliesen lo que pone en sus contraportadas (a excepción de ¡Guardias! ¿Guardias? de Terry Pratchett, cuyo resumen de contraportada fue escrito por alguien que obviamente ni se ha leído el libro ni consiguió encontrar a nadie que le contase de qué va, pero que es de lo mejorcito que ha escrito el señor Pratchett). Para que estuviesen a la altura de las fantasías que esos resúmenes espectaculares e incitantes prometen. Y luego, como suele pasarme con las buenas ideas, me olvidé de todo.

Hasta esta mañana, viernes en la oficina, día tranquilito al menos para mí, encargado de intentar hacer saltar por los aires un servidor (sublime eficacia la de mi jefe, primo, tío segundo, amigo o lo que coño sea, que ha conseguido darle un uso práctico a mi torpeza y a la tendencia que los dramas de software parecen mostrar por ocurrir cerca de mí) como prueba de fuego para ver si nos sirve -la idea es que si me soporta a mí haciendo el animal, le irá bien a cualquiera, haga lo que haga-, y todo eso implica que yo trabajo poco y el servidor suda por los dos. Lo más emocionante, del día, ha sido saber de la existencia de una copia (¿masterizada?, ¿no masterizada?, aaah, misterios de la vida) del disco nuevo de Oceansize que sale en octubre y que ya anda pululando por este adorable cosmos binario. Hasta que en el café de media mañana no he podido dejar de escuchar a la gente que estaba sentada en la mesa que había a mi espalda, donde un grupo de alegres empresarios hablaban, por decir algo, de literatura. Y para más inri, de aquellos libros que con tanta indiferencia tenía yo absolutamente olvidados. Confundiéndolos, llamándolos "La Forja", como el primer libro, en vez de "La Espada de Joram", que es como los tradujeron aquí, y hablando maravillas de ellos mientras divagaban sobre lo genial que es "la arquitectura" de un libro y lo bien planificados que estaban, haciendo referencia en la página 217 a una novia de la que se habló 58 páginas atrás, continuando tramas, desarrollando historias y bla bla bla. Como si un libro fuese una pieza de ingeniería, vamos. Y así estaban, hablando de fricadas adolescentes y alabando cómo después de tres tomos la pareja perpetrante aún recordase algo que había escrito digamos unos cuantos cientos de páginas atrás (como si los escritores no pudiesen usar post-its, vaya), cuando uno ha cambiado el tercio brutalmente y se ha puesto a hablar de La Balsa de Piedra, del alguna vez brillante pero en mi humilda y tarantinesca opinión mayoritariamente soporífero Saramago. Y cuando todos los cerebros empresariales participantes de la tertulia literaria se han adaptado en lo posible al tránsito de la literatura adolescente al ensayo existencial novelado, el kamikaze que marcaba el súbito nuevo rumbo del coloquio ha explicado de qué iba el libro; la península ibérica, que ha sintetizado como España y Portugal (adiós Baleares, adiós Canarias, adiós Ceuta y Melilla. Olvidadas estáis, y nadie, excepto algún que otro pensionista alemán en el caso balear y quienes escuchen la radio y noten la falta del "una hora menos en canarias", os echará en falta), de pronto se escinde de Europa por los Pirineos. Todos se han quedado considerando esta idea unos instantes. Y por fin, uno de ellos, ha roto el silencio meditabundo para protestar, "pero si es precisamente al revés... los Pirineos es por donde España se acerca a Europa, porque las placas tectónicas..."

Ah, la clase empresarial. Se traga sin problemas libros absurdos, con personajes inverosímiles y tramas espesas como el chapapote, y luego protestan porque un premio nobel osa proponer un libro en base a algo contrario a lo que aprendieron hace mil años en el instituto.

Así que me alzo aquí, en mi modesta tribuna, y alzo mi puño ridículo y me pongo de puntillas para prometerte a ti y al mundo, vociferando en voz más aguda de lo necesario, que nunca jamás seré empresario.

Y nos comunica mi jefe, primo, tío segundo, amigo o lo que coño sea que se han acabado las rebajas de Mango, mientras un compañero refunfuña, escondido bajo las mesas.

Qué tensión en la oficina.

2 comentarios:

  1. He de decir que, geográficamente, la Península Ibérica sí que son España y Portugal (y Andorra: ésa se le olvida). Las islas son islas y Ceuta y Melilla están en otro continente.
    Je, ésta vez me ha tocado a mí corregirte -siempre hay alguien-. Para que no todo sea llevar la contraria, diré que a mí me pasó más o menos lo mismo con La espada de Joram. Aún peor, yo lo leí el año pasado: no lo tiré por la ventana porque no me gusta dejar libros sin acabar y, en el fondo, tenía la esperanza de que la cosa mejorara.

    ResponderEliminar
  2. Que sea la última vez que me pones un libro de Weiss y Hickman a caer de un burro.
    Aunque he de reconocer que las veces que he intentado leer algo de esta pareja teniendo más de 20 años he acabado algo... impaciente, por decir algo. Algo me hace pensar que si un día me releo las Crónicas de la Dragonlance (y tengo ahí los libros, incitándome) me llevaré un chasco importante.

    De La Espada de Joram recuerdo que era especialmente lenta, pero lo suficientemente innovadora en su temática como para perdonárselo. El hecho de que no hubiera espectaculares combates entre "Magia" y "Tecnología" tiene su explicación y es acorde con el objetivo filosófico (si lo hubiere) de la novela.
    Además, bastantes años después sacaron una cuarta parte, una especie de epílogo a la trilogía original, que, ese sí, era bastante infumable.

    ResponderEliminar

Con la tecnología de Blogger.

Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.