fines de semana de verano
Se está convirtiendo en una rutina anual: Llega el fin de semana y al menos una noche caracol, servidor y algún que otro pasajero más o menos fijo nos cogemos la Nacional V rumbo al monte (que sí que sí, que si te lo montas bien la Nacional V lleva al monte: Palabra). Casi sin avisar a nadie, casi sin preguntar si va algún conocido, sabiendo que, de todas formas, aparecerán casi todos, porque aquello es adictivo, porque aquello es un lujo, porque duermes al menos 5ºC más fresquito que en Madrid (yo esta noche hasta tirando de sábana y colcha. ¡En julio, en mitad de Castilla!), porque se está a gusto y porque al fin y al cabo siempre vale la pena ir a lugares donde, como anoche, uno puede tomarse una crema de orujo, una cerveza y cinco copas (de importación, oiga, y garantía no-garrafón) por 13 euros... también gracias, todo hay que decirlo, a una ronda cobrada a costa de una desafortunada pareja de mus que tuvo la gentileza de proponernos una partida a mí y a mi compañero favorito, un tipo con el que nunca se pierde cuando hay algo en juego y casi siempre cuando no se apuesta nada.
Es un pueblo pequeño y las posibilidades, al fin y al cabo, son limitadas: O te echas la siesta, o te vas a la piscina, o te subes a la sierra a hacer de aguilucho vigilante encima de una peña azotada por el viento o adoptas la nueva afición de Perico y Rebe y te vas a trepar riscos, pero da igual: cualquier plan termina siendo perfecto. Y luego las cañas y los tintos de verano y las tapas al fresco del valle mientras la temperatura pasa del bochorno al fresquito agradecido, la ducha, la cena y el pub con terraza, el botellón en las escaleras (lugar emblemático en el que llevamos media vida bebiendo) si uno se anda con ojo y se toma la primera copa antes de que le cierren la tienda, y la vuelta al pub/terraza, donde cualquier conversación puede darse, donde se van formando grupos y subgrupos que van y vienen. Anoche escuché hablar de boda, de afanes de protagonismo en bodas, de comentarios de texto, de posibles destinos para las vacaciones de agosto (me da a mí que me vuelvo para Galicia), de técnicas de seducción de malote (y de cómo la frase "¿te apetece un heladito?" puede sonar tan poco inocente, dicha con ese tono TAN inocente), de sueños premonitorios, de fútbol, del Ghost Rider (cómo no), de Transformers, la película, de expediciones para ir a ver 28 Semanas Después, del corte de pelo de Wilson, y de cómo lo que va a pasar a la historia de una partida de mus bastante movidita va a terminar siendo el desenlace de una chica en paso.
Luego la noche, como suele pasar, se termina, uno necesita que alguien con poderes le abra la puerta del pub, convertido en fortín donde emboscarse hasta que haga falta o salga el sol, y trepa la cuesta, y se despide de los amigos, y se mete en la cama, y se arrebuja entre la ropa, en vez de renegar de ella, y sueña cosas rarísimas, pero no tan raras como lo que anda soñando la gente por ahí, y al día siguiente todo parece como recién lavado, el cielo se ve distinto y da un poco igual que sea domingo y que en 24 horas uno tenga que estar trabajando, que tenga que meterse en el atasco de vuelta y regresar al humo y al calor y al metro abarrotado y al asfalto en llamas. Porque tiene fecha de caducidad, porque sabes que, en el peor de los casos, puedes ir haciendo rayitas en la pared de cualquier celda improvisada y que cuando taches seis volverás a coger la Nacional V rumbo al pueblo, ese rincón donde la rutina puede ser algo a lo que aspirar con una sonrisa así de grande en la cara.
(Y la canción es de los Delinqüentes, escrito así, por mucho que a quien la haya subido ahí le haya dado por llamarlos los Delincuentes, pobrecitos ellos, y nos ha alegrado la ida y la vuelta por cortesía de aquí mi agente, esa repelente gruñona a la que inexplicablemente queremos tanto).
Tendemos a pensar que la rutina es algo malo, y, como tu has descrito tan bien, no siempre es así. Hay rutinas y rutinas, y, algunas de ellas, merecen la pena.
ResponderEliminarA mí me gusta paladear los domingos despacio, sin prisa: un desayuno rico y tardío, un paseo por el barrio, adquisición del periódico, aperitivo en el bar de siempre, una comida lenta y una siesta perezosa .... Algo rutinario que, sin embargo, cuando me lo quitan, se me queda un sabor descafeinado en el paladar que mejor no te cuento.
Rutinas, a cada uno las nuestras, y, que duren.
Creo que hay dos tipos de rutinas, la que nos es impuesta, como ir al trabajo, meterte en el atasco de cada día, desayunar de 9 a 9:30; y la que nosotros elegimos porque nos hace sentir bien cada una de las veces, yo también me apunto a los maravillosos desayunos del domingo leyendo el periodico, aunque no sean del todo una rutina pues no todos los domingos puedo disfrutarlos. Desde luego la rutina escogida es de esas cosas simples, repetitivas pero maravillosas que hay en nuestras vidas.
ResponderEliminarEso es trampa, cualquier cosa que se lea con esa canción va a parecer genial xD. Nah, pero aún así, lo que cuentas tiene una pinta estupenda. Excepto por la bebida que yo no bebo, se agradecen los días en los que quedas para hablar, jugar a las cartas, pasear o simplemente perder el tiempo. Y si encima lo conviertes en rutina pues mucho mejor.
ResponderEliminarVerónica, tienes toda la razón del mundo con lo de la connotación negativa de la palabra "rutina". Y creo que Atlantida lo clava, efectivamente es muy distinto lo que se nos impone, que lo tenemos que sufrir, que lo que elegimos, que quieras que no por algo lo elegimos. Un aplauso para las dos, en dos respuestas habéis dejado el asunto mucho más claro que yo v_v
ResponderEliminarKonrad, ja ja, sí, usar a los Delinqüentes es como tirar de doping... Y perder el tiempo es una ocupación fabulosa. Hoy hablaba con una amiga por teléfono y coincidíamos los dos en que ha sido una tarde estupenda porque no hemos hecho absolutamente nada.
Y lo de no beber, bueno, se escapa a mi comprensión de alcohólico, pero lo respeto, ja ja.
No, en serio: En todo esto la bebida es lo de menos. Al final bebes porque estás en un bar y da igual que te tomes cinco copas que una cocacola. Bueno, excepto en mi caso, y sospecho que en el de otros cuantos, porque a mí definitivamente sí me gusta beber.
Pero puestos a elegir entre una noche como esa sin alcohol o una noche de alcohol sin nada más, definitivamente elijo la primera opción, lo cuál es bastante concluyente.