27.6.07

visita al museo de los tarros de formol (con cosas dentro)

Antes de nada una disculpa: Me quedan temas por responder, pero no tengo tiempo material para ello. De pronto me he convertido en el tipo más popular de la oficina, a todo el mundo le encanta mandarme cosas que hacer. Mañana toca lucir corbata por segunda vez para convencer a una compañía aeronáutica de que los ochenta ya pasaron, en cuestión de redactar informes. Pasado, tiene que estar lista y funcionando la herramienta de contabilidad que fue mi némesis de hace un año y que ha vuelto para seguir torturándome. Y para el viernes, debe estar resuelto lo humano y lo divino de una constructora. En el fondo es divertido, pero entre eso, limpiar, ir de un lado para otro y ponerme el casco de explorador para buscar televisores donde ver House (a poder ser en casas con tuppers que secuestrar) y que mañana me toca madrugar, no hay posibilidad de doblete y me toca elegir: O escribo tema nuevo, o contesto tema viejo. Y en honor a las visitas, y como la palabra escrita queda ahí, por mucho que le caigan más encima, opto por lo primero. Cógeme de la mano y te llevo de paseo al museo de los tarros de formol (sí, con cosas dentro).

No se cobra entrada. O si la cobran, a mí nunca me han pedido dinero ni entrada, probablemente por lo que guardan dentro de los tarros, enormes tarros pardos llenos de un líquido semiopaco (obviamente formol) en los que flotan formas que, por eso de la luz y el subconsciente, dan algo de canguelo, pero no tengas miedo, simplemente confía en mí y apriétame la mano fuerte, escúchame decir paridas y mirar distraído a rincones que evidentemente conozco, y piensa que si un cobardica como yo no está asustado entonces es que no hay razón ni paranoia que lo permita.

No vamos a mirar todos los tarros. Créeme, no valen la pena. Tampoco es que el que quiero enseñarte valga algo, pero quiero enseñártelo, no tengo muy claro por qué, pero ya sabes cómo son estas cosas, o como creo que deberíamos ser a veces, primero hacer las cosas y luego, con más datos y las ganas satisfechas, pensar en los porqués, buscarlos, inventarlos, recortarlos de láminas de cartón y pintarles ojos rojos, sonrisas azules y bigotes verdes con rotuladores de colores. Mira, es este.

Lo que hay en este frasco es una teoría mía de hace, déjame echar cuentas (difícil, con una mano agarrada a la tuya)... más de cinco años, desde luego. Debe hacer trece años de aquello, y naturalmente cuando digo teoría estoy siendo humano y queriendo decir hipótesis, que al final te vas a terminar creyendo que soy como digo que soy, qué confiada, hay que ver. Pues sí, una teoría mía, y era una teoría bonita, que en su día me gustó, y una teoría estúpida, como todas las teorías de los chavales de dieciocho años. Me dio por pensar, a mí, entonces, en cosas extrañas, como no matarme por no ponerlo todo perdido de sangre o qué significaban el concepto de interior y el concepto de exterior. Visto desde ahora a veces pienso que perdí cuatro años no metiéndome directamente a matemáticas. Luego lo pienso mejor y caigo en lo obvio, el tiempo nunca se pierde, o el tiempo siempre se pierde. Lo cuál nos devuelve, tirando de las riendas, a mi dicotomía hipotético-estúpido-filosófica de los interiores y los exteriores, que al fin y al cabo se trata de cosas opuestas.

Pues bien, entonces yo pensaba que yo era yo, y que el mundo era el mundo, y que por acotar las definiciones yo podía ser esto que habita de mi piel hacia dentro, y el mundo todo lo que hay al otro lado. Pensaba, entonces, que si al mundo le quitásemos la parte que ocupo yo obtendríamos mi, digamos, parte complementaria de universo. Una parte inmensa, desde luego, pero una parte que, de alguna forma, quedaría así definida como mi parte complementaria. Y me dije, entonces, que eso significaba que entonces da igual coger el universo entero y sacarme de él y plantar ahí el hueco vacío que yo ocupo o cogerme a mí y quitarme el universo de alrededor. Pensaba que cualquiera de las dos partes, en realidad, implicaba a la otra. Que cualquiera de ellas, en realidad, y por ser la complementaria la otra era, en cierta manera, precisamente la otra.

Resumiendo, que yo era también el universo, menos yo. Y en cuanto dejé el nihilismo, con una huella de zapatilla de amigo filósofo en mitad del pecho de la única camiseta de Metallica que tuve y tendré en mi vida, cundí en el panteísmo.

Por aquel entonces no me hacía falta que una teoría fuese cierta para creer en ella, en parte porque aquellas teorías explicaban el mundo un poco al margen del mundo: Porque me daba igual cómo fuesen las cosas, si yo podía construir mi explicación y si esa explicación me dejaba satisfecho, tendencia esta que creo que ya no tengo pero que de todas formas me hace ver, a pesar de todo, con cierta simpatía secreta y que espero que no le confieses a nadie a las religiones... aunque también haber superado aquello tiene que ver con que ahora les de tanta caña a quienes prefieren vivir dogmas a cuestionárselos, al menos, o a huir de las dudas cuando ven amenazadas sus verdades, porque con el tiempo terminé viendo aún más hermoso el intentar entender la realidad que el construir una privada y huidiza, porque soy de la firme opinión (y tal vez esta sea mi única fe) de que la realidad, siempre, es más fascinante, más hermosa y más intrigante que cualquier explicación que podamos inventarle.

Pero como la mía es una fe bastante poco fiera, aún eso lo mantengo en el rango de hipótesis, y a veces le hurgo fastidioso con un palito mientras pienso en una canción, en una película, en una sonrisa ajena, en un libro, en esas cosas que siendo invenciones tienen su grandeza.

Pero como ejemplo de la misma, aunque tenga que cambiar ese último "siempre" por un "las más de las veces", me vale mi hipótesis de los dieciocho años de que el puzle sin una pieza y una sóla pieza del puzle son en realidad la misma cosa.

El problema, el problema de mi teoría adolescente, era que la frontera entre yo y el mundo no está clara. ¿La piel? ¿Hasta qué punto de la piel? ¿Hasta el borde del último átomo de la última molécula de la última membrana de la última célula muerta de mi piel o de mi pelo? Pero si pudiésemos hacernos diminutos, plop, y situarnos ahí, y mirásemos a ese átomo y al que tuviese más cerca al otro lado ¿veríamos alguna diferencia? Ninguna superficie brillante, ningún paso con barrera, ninguna garita con tipos con fusiles y aduana y oficina de cambio. ¿Y qué hay del trasiego de átomos? Al menos cada ocho años todos los átomos que forman lo que somos ahora han cambiado ¿Y qué hay de dónde estaban estos átomos que ahora nos forman hace, digamos, tres o cuatro mil millones de años? Forjándose, en el corazón de supernovas a eones de distancia. Lo que éramos, literalmente, hace ocho años anda ahora flotando por ahí, desperdigado en el mundo, reemplazado por nuevas piezas; lo que somos era entonces una colección desperdigada de átomos desmadejada en el interior de una esfera de tamaño descomunal. Y mientras nosotros seguimos con la impresión (que no deja de ser estúpida) de ser los mismos: El yo sigue siendo el yo, aunque no se parezca en nada a aquel yo, probablemente porque con el yo lo que nos esté pasando sea algún tipo de alucinación de la misma clase que en el cine nos hace pensar que una historia es continua aunque en realidad estemos viendo una serie de destellos luminosos a razón de decenas por segundo.

Lo que yo termino pensando es que el fallo menor de mi teoría, mírala bien en su tarro de formol, era que pretendía separar el yo del universo cuando el yo está enraizado en el universo, cuando el yo no tiene sentido sino como parte del universo, como la suma de las historias y trayectorias de esta modesta colección de átomos que hace una eternidad estaban a tomar por el culo de aquí, y que dentro de otra eternidad andarán en el fondo de vete a saber qué agujero negro.

Lo que yo termino pensando es que el fallo mayor de mi teoría, que no era fea, al fin, era que es muchísimo menos hermosa que la idea de que este yo que ahora te coge de la mano, te sonríe e intenta con toda la fuerza de su educación no bajar la mirada hacia tu escote nació en el corazón de incontables estrellas, y viaja hacia incontables agujeros negros, y que incluso antes ya estaba ahí, viniendo, y que después ya estará allí, yendo, como radiación, como energía o lo que fuese.

Y que la gran virtud de la teoría, lo que la hace esbozar esa sonrisa de ya te lo decía yo, es que todo cobra sentido en este preciso instante, en cada preciso instante, que la gracia del asunto es este momento preciso, así que me moriza tu parpadeo, nota tu respiración, escucha el latir de tu corazón, asómbrate por la ingeniería biológica que te permite ver, sentir y pensar, y asume, porque es sólo ahora mismo cuando somos dueños de lo prestado, cuando retenemos lo imparable, congelados en saltos simultaneos hacia dentro y hacia fuera, que es esto y sólo esto y todo esto lo que hace que el universo, la vida y todo lo demás, por citar al gran Douglas Adams, tenga sentido.

1 comentario:

  1. hoy me gusta todo, hasta la canción. gracias por el paseo.
    el título ha conseguido asustarme (ahora se va a poner a hablar de vísceras en frascos... pero no).
    mi blog se llama como se llama por algo parecido a esto que cuentas... o por mi propia teoría-hipótesis que en vez de estar en un frasco está vivita y coleando porque a mi me sigue sirviendo...
    en fin: ánimo con la corbata, las némesis, las constructoras y demás cosas divertidas

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.