30.6.07

humor patrio

1. Tarde de tinto de verano y terraza, en barrio del Madrid profundo: Uno de esos barrios de edificios bajos de ladrillos, coches de gama media tirando a baja y exhuberancias verdes a la vuelta de algunas esquinas. Uno de esos barrios donde existen bares en los que la dueña sale a darle dos besos a los parroquianos y, naturalmente, a los conocidos de los parroquianos, donde algún habitual aparece con perros que tienen la lección tan bien aprendida que no salen del círculo de movilidad que les delimita su correa aunque el dueño ya no ate la correa (qué gran metáfora me guardo de ahí). Llegaba el dueño del perro y el perro ladraba, un perro nervioso y cascarrabias, alguien dentro del bar decía algo de callarlo, y su dueño decía que probase con una patada en el hocico. ¿Funciona también con el dueño?, le han preguntado. Él se ha erguido en toda su estatura, bastante considerable, ha lanzado fuego por los ojos hacia el bar y ha respondido "nadie lo ha probado". Y después de una pausa, de estudiar a fondo a su interlocutor, ha sentenciado "gilipollas" con el tono más sentido y más lapidario que he escuchado en mi vida.

2. Vuelta a casa pronto, porque estoy destrozado. Des-tro-za-do. Muerto de sueño, muerto de cansancio, y ya ni siquiera asustado por las consecuencias del cansancio, que son, curiosamente, más o menos las mismas que las del exceso de velocidad: El más mínimo bache, el más mínimo roce, el más leve golpe de viento y puedes derrumbarte o salir volando (la semana empezó tendiendo a lo segundo, luego a lo primero, luego a lo segundo: Es una semana indecisa). Vuelta a casa pronto para ver una peli (sesión arqueofriqui: Akira), para batir el record del bostezo más descomunal de la historia, para cenar sin gastar, por primer viernes desde que tengo memoria (tampoco es que eso llegue muy atrás, ahora mismo). Y saliendo del metro, en mi barrio, un barrio inmigrante y proletario, estaba yo en pleno collage racial y cultural paciente y resignado a la clemente lentitud de la escalera mecánica cuando alguien, detrás mío, se ha puesto a canturrear con mucha sorna "somos los conguiiitooos". Yo me esperaba un escuadrón neonazi ante el giro (cric cric cric) de mi cuello y no, era otro tipo enorme y sonriente, con mono de trabajo, cubo y avíos de limpieza, que me ha adelantado de forma no reglamentaria y se ha ido a colocar junto al objeto de sus burlas.

0. La primera conclusión, inapelable, es que sólo la gente grande tiene derecho a usar el humor patrio de alto octanaje, por la seguridad que les da saber que nadie va a considerar la posibilidad de darle un sopapo. La segunda, que aquí somos una panda de capullos que tenemos un sentido que me río yo del inglés, porque tanto el tipo del punto 1 como el del 2 estaban de broma. El primero vacilando e insultando a un amigo, el segundo lanzándole cánticos racistas a un colega suyo en una escalera repleta de gente que podía darse por aludida.

Escucho esas cosas y, la verdad, me transmiten una alegría inmensa. Dicen algo sobre nuestra forma de tomarnos las cosas, sobre el modo de descargar la munición del odio y del racismo convirtiendo la pólvora combativa en material de diversión pirotécnica. Dice que somos gente inteligente, que finge ser peor de lo que es, dando por supuesto que todo el mundo sabrá que está de broma, o que al menos aquel al que se dirigen lo saben, y si este último es el caso, dejando patente además que les importa un pimiento lo que opine el resto del mundo.

Los escucho y me siento identificado. Escucho mis mil comentarios machistas, xenófobos, racistas, fanáticos, estúpidos en general, las mil cosas que naturalmente no pienso pero aún así digo, y siempre miré con orgullo hacia los Sex Pistols y sus esvásticas como manantial o raíz de esta actitud mía (coger lo siniestro, lo triste, lo equivocado y darlo la vuelta, reírse de ello, sacarlo de contexto, quitarle el veneno). Pero basta una tarde de extenuación y tintos de verano y paseos en metro para recordar algo que en el fondo nunca he olvidado, que eso, en el fondo, es nuestro sentido del humor patrio.

Y a mí la patria me da bastante igual, pero mira, algo bueno tenía que tener.




(En otro orden de cosas, sabes, y si no te cuento, que el martes que viene me voy una semanita de vacaciones. Lo que significa, a priori, que nada de blog, oooh, aunque habrá fotos cayendo noche tras noche -los juegos idiotas, ya sabes, Cortázar y tal- aunque creo que para los despistados y por consideración con las alrededor de cien visitas que hubo aquí ayer -qué barbaridad- y sobre todo de los despistados que puedan venir aquí buscando la ración diaria de insensatez algo haré para que cada día aparezcan aquí aunque sean un par de líneas, esbozos a medias de ideas, una especie de "hágalo usted mismo". Así que ya sabes, el que avisa, etc)

(y la foto es de la Gran Vía, no de ninguno de los barrios en cuestión, pero bueno)

2 comentarios:

  1. Ya sabía yo que, casi de inmediato, comenzariais vosotros a iros ..... Es lo malo de salir el primero, cuando uno vuelve, sólo le queda ver como los demás se van ...

    Que disfrute usted mucho, que descanse (si así es su deseo) y que recopile anecdotas sin fin para darles la vuelta y hacernoslas llegar con ese "humor patrio" que le caracteriza.

    PD: Ignoro porque me ha salido tal tratamiento, debe ser por lo mucho que hacía que no dejaba por aquí mis hormiguitas negras .... No sé, no sé .... estoy pensando que, incluso, debería volver a presentarme, por si las moscas. (Me lo voy pensando)

    ResponderEliminar
  2. No se preocupe usted, es un tratamiento tan formal que a mí siempre me ha resultado divertido, je je.

    Y no hace falta repetir presentaciones, su nombre es uno de esos que por condicionamientos pavlovianos me resulta imposible olvidar.

    Hace siglos que no me paso por su blog, por cierto. Soy un cabestro :(

    ResponderEliminar

Con la tecnología de Blogger.

Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.