9.4.07

ya en serio: la semana santa


Al final aquí mi agente nos traicionó a todos ayer salvajemente y nos dejó compuestos y sin crónica vacacional. En lugar de pintarnos la realidad en todo su esplendor, como tan bien se le da, decidió dedicar la tarde a divagar sobre cuántos pestañeos son necesarios para distinguir una mirada de la primera salva de la batalla sexual. Así que aunque sólo sea por no privar al mundo de otro conocimiento que nadie necesita me toca a mí convertirme en el orador que cuente en qué se nos fueron los días. Bien pensado es lo más apropiado, dada mi natural agudeza, sólo nublada a partir de la quinta copa de cada noche (es decir, al ratito justo de salir de casa), la imparcialidad que se deriva de mi recién descubierta y varias veces confirmada invisibilidad y lo relamido, pedante y desquiciante de mi querida y maltrecha prosa.

Las vacaciones empezaron con demasiado sueño acumulado y una caravana demasiado larga, porque todo el mundo madrugó mucho, y eso incluyó a los pobres desafortunados que colapsaron el tráfico con un accidente temprano a la altura de Maqueda. Así que en hacer un recorrido que en tiempos de alegría, soledad y ausencia de domingueros puede llevar poco más de una hora tardamos cerca de tres. Es decir, que cuando llegamos al pueblo yo, muerto de sueño, había pasado más tiempo conduciendo que durmiendo. Yo me dije que bueno, siempre podía hacer mutis por el foro y largarme en pos de mi cama a zamparme una siesta cuando acabase de hacer lo propio (zampar) con las raciones de magro y oreja, las empanadillas y los revueltos de setas. Pero el Chino, que es el tipo de la foto que adorna este mensaje, propuso echar un musete y, en fin, un mus no le hace daño a nadie y siempre entretiene mientras uno se toma el café post-pitanza. Así que pasamos tres o cuatro horas jugando a las cartas, en las cuales ensayamos una estrategia que suele ser devastadora cuando uno está inspirado, que es la de desquiciar a los contrarios a base de reiteraciones, repeticiones, torpezas y lenguaje lo más pedante posible. Venían las cartas y me decía el Chino "compañero, ¿has sido afortunado?", y yo miraba mis cartas, y le respondía "algo de fortuna me ha venido, compañero", "pues cortamos", "vale", y la pobre Marta decía paso y yo decía "¿a qué?", y ella con una paciencia cada vez más saturada "a graaande", y yo decía "¿y si te envido también pasas?", y ella decía que sí con la cabeza y yo algo como "pues veamos si es cierto, ¡envido!" y así horas y horas.

Así que al final la siesta me la eché tras la cena y fue media hora atroz e infinitamente corta desde las 10 y media hasta las 11. Y salí de la cama como quien ha recibido una paliza, y hasta después de la segunda copa y una carrera rápida rumbo de un cuarto de baño con papel higiénico no comencé a recuperarme. Eso sí, al final fue todo un poco contradictorio, porque fui el último en irse a dormir.

Al día siguiente pensábamos acercarnos a la sierra, si hacía buen tiempo, para hacer allí algo de ruido armados de cajones flamencos, yembés y guitarras, mientras masticábamos patatuelas y bebíamos sustancias en las que vergonzósamente no habría una sola gota de alcohol, pero el buen tiempo resultó ser una nevada bastante atípica por las fechas que después de adornarnos las solapas y las cabezas como una caspa con mucha clase nos hizo huir en busca de un bar, unos cafés y unos botellines. Así que ejecutamos el plan de hacer ruido en el interior de aquel bar, para pasmo de la gente que entraba y se encontraba a Rebe y al Chino más o menos como en la foto que hay sobre estas líneas, que viene de esa misma noche, cuando celebramos un par de cumpleaños, si se le puede llamar celebración al hecho de que la bebida de una noche (la que se toma fuera de los bares, o sea, la mitad de la bebida) la pagan los celebrantes que, encima, no se llevan un mísero regalo, o bien porque la conccurrencia no sabía que era su cumpleaños ni que mucho menos pensaban celebrarlo esa noche o, en el caso de tu humilde servidor, porque fue tan patán de dejarse el regalo encima de la cama aquí en Madrid antes de la zambullida en el atasco eterno del miércoles. Le echaremos la culpa al sueño, otra vez.

De esa noche no recuerdo nada, así que probablemente no haya nada que recordar. Esas pausas dramáticas en las que descubro que todo el mundo ha formado corrillos, como pasa siempre, solo que yo estoy fuera de todos ellos, y sin muchas ganas o voluntad o fuerzas de integrarme a ninguno. Así que me iba a una banda, me acodaba en la barra y meditaba sobre sentirse solo, sobre si aquello era un drama o no y cosas por el estilo, ignorando siempre que siempre que estaba así era porque a mí me daba la gana, y reconociendo y zancadilleando los momentos de depresión autoinducida (también con la ayuda de esa gente que está cogiendo la bellísima y tierna costumbre de echarme un vistazo de vez en cuando y venir a darme la lata en cuanto me ven mirando al tendido y bebiendo como un ternero sediento). Pero esto pasaba todas las noches, así que no sé por qué lo menciono en la del jueves. Imagina lo mismo para las del viernes y las del sábado y me ahorraré cortar y pegar.

El viernes es el día de nuestra herejía tradicional; Manda la tradición no comer carne el viernes santo, y allí en el pueblo es el día de los potajes y las tortillas, así que desde tiempos inmemoriales nosotros aprovechamos para hacer una oda al colesterol a base de chuletas, chorizos y cualquier cosa que tenga mucha grasa y venga de un animal, y lo habitual es que esto lo hagamos en el campo, tomando el solecillo y degustando un par de hectólitros de vino y cerveza, pero como el tiempo esta semana santa se ha puesto así de capullo tuvimos que celebrarlo bajo techo. No fue un gran problema, y aquella tarde se dieron algunos de los momentos más psicodélicos de las vacaciones por cortesía de mi tocayo David, que nos jodió la idea común de una siesta ahí acurrucados en los sillones a base de chistes y de crónicas de sus sueños; los introducía, los presentaba y anticipaba nuestra reacción, como cuando nos dijo que el que nos iba a contar primero nos iba a hacer encogernos de hombros y a pensar "vaya tontería" pero que luego nos dejaría tan sorprendidos como a él, para entonces contar que soñó que era el guitarrista del grupo que lleva de gira David Bisbal (a quien mi tocayo tiene en un altar, por razones incomprensibles), y tocaba con él en los conciertos, y efectivamente todos dijimos "vaya tontería", y que de pronto el sueño cambió a que David (nuestro colega, no el otro) era secuestrado por un montón de hinchas del Estudiantes, mientras él alucinaba pensando que qué razón tendrían, que él era del Madrid y que no les deseaba ningún mal y que de hecho les tenía bastante cariño, pero ellos emperrados en secuestrarle por madridista por mucho que él protestaba y decía "eh, que yo sólo soy el guitarrista de Bisbal".

Curioso mundo el onírico, pero dejaremos esas sendas y los pensamientos que puedan nacer de ellas para otro día que esto va quedando largo. La noche del viernes podemos resumirla en mi comportamiento semaforil, aunque alternando los rutinarios verde, amarillo y rojo por diversos tonos que fueron del rojo al muy blanco y que a todo el mundo, por lo visto, hicieron bastante gracia, excepto a mí porque yo no los veía porque no tenía un espejo delante y porque aunque lo hubiese tenido tampoco habría conseguido levantar la vista hasta mi cara ni mucho menos enfocarme.

Se supone que el día siguiente, sábado, es el de una tradicional comida campestre a la que una parte de nosotros acude año tras año y que otra parte ignoramos concienzudamente. Aunque por la tarde hicimos una visita relámpago mi agente y yo, ella con la idea de comprobar una vez más lo ubícua que es su hermana y yo engañado ante la perspectiva de dar un paseito por el campo y disfrutar de algo de verde y de azul (asomaba a ratos el sol, ingenuo). Pero nada; un barrizal, un tipo gritando por un micrófono, un montón de chavales chafando huevos y orden de mi Alto Mando particular y absolutamente nazi de huir de allí, tras confirmar la pérdida de otra tarde. Y vuelta al pueblo, y de allí al bar, atestado de domingueros, y una vez nos aseguramos de haber perdido el tiempo suficiente para que no nos diese tiempo a hacer nada divertido nos fuimos todos a casa a cenar.

De aquella noche no hay nada que decir, salvo que fue la última. Esto, hace unos años, era siempre motivo de pena y de angustia, pero ahora que ha pasado el tiempo, que tenemos un par de centímetros más de polvo en el alma y que la foto del DNI parece cada vez más un chiste sobre lo echados a perder que estamos uno empieza a mirar esas noches con cierto alivio. Sobre todo si además empieza a escuchar ecos inquietantes cada vez que abre la cartera que llenó de sobra para sólo cuatro días de vacaciones. Por lo menos no jugué a cambiar de color.

Y al día siguiente vuelta a Madrid, sin nada que reseñar salvo que inexplicablemente no tardamos casi nada y que Vero tuvo las enormes cortesías primero de volverse con mi primo y yo y segundo de no vomitar en el coche.

Así contadas supongo que las vacaciones parecen algo mustias. Entiende que mientras escribo eso voy buscando, provocando ese tono, en parte porque me encanta quejarme y ponerme negativo pero, sobre todo, porque hoy el día se me está haciendo eterno y pintándolas de gris las echo menos de menos. Efectivamente ha habido momentos en los que me he aburrido, pero siempre hay momentos en los que yo me aburro, y normalmente terminan viniendo bien. Pero también ha habido momentos de carretera, de ritmos flamencos, de conversaciones y de compañías que, por sí solos, bastan para que por muy tétrico que me ponga tenga que escribir este párrafo final reconociendo que estoy mintiendo como un salvaje en el tono.

7 comentarios:

  1. Ay que joerse, tol día borracho en S.S.
    ...y yo tol día serena :D

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  2. Cierto, no poté en tu coche y que conste que no sería por las enormes ganas que tenía de hacerlo que una ya no anda para tanta chuleta, tanta torrija nocturna (de las de comer y de las otras)y tanta agua, joder!
    ¿Alto Mando? cada vez eres mas gilipichis eh? XD

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  3. jajjaja que bueno todo, cuando se entere jota del elevado consumo alcojolico os manda a todos directos a terapia!!!

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  4. Si el caso es quejarse. Yo no he tenido vacaciones, ni he podido escaparme de esta penosa ciudad, no me he mojado ni he cambiado de color...el resto, creo que mas o menos, si que lo he hecho.

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  5. V de Veroniquetta, en esta vida nos enseñan a buscar la excelencia, si no destacas en algo no existes, no vales, eres la gota de agua anónima en mitad de la lluvia; no, hay que ser el gordo goterón sucio que se cuela justo por el cuello y nos inunda la espalda o la gotita que confundida con una lágrima provoca en el amante sonrisas, enternecimientos y súbitas faltas de espacio en los calzoncillos. Y habiendo gente tan preparada en lo literario, en lo fotográfico y en todo lo demás, yo me he decidido por el gilipollitismo. Cuanto más, mejor. Algún dia, mi foto saldrá en los diccionarios al lado del mejor de los insultos. O de uno de los mejores, o de uno a secas; también hay mucha competencia en el duro mundo del insulto.

    Vega, terapia, terapia. Si se admiten sugerencias, una que está confirmada como estupenda para no beber es ¡el sexo! (a veces me doy asco de lo previsible y monotemático que puedo ser, joder). Está comprobado empíricamente que, si bien no es logísticamente imposible, el consumo de alcohol entre los retozantes es menor que el consumo de alcohol entre los no retozantes (por lo menos, sobre todo y especialmente mientras retozan). Vamos, que escuchemos primero la terapia propuesta y luego ya veremos, que las copas tienen su encanto (o al menos algunas lo tienen).

    Anónima, no sé quién eres, no sé de qué me hablas, nianonianonaaa...

    (Ji ji ji)

    Y Mome, efectivamente, el caso ¡es quejarse! Es divertido. Citando a Martin Amis (definitivamente una mala influencia en mi vida), a veces, cuando no sé qué hacer, sollozo un poquito y me siento luego mucho mejor ;)

    Pero no creo que esta ciudad sea penosa. Yo siempre que me voy por ahí lo pienso, pero cuando vuelvo no pasan 24 horas antes de que un charco, una nuve, un tejado, una falda, un golpe de viento (o una combinación de los dos anteriores: Muy problemáticos para un ateo) o cualquier cosa terminan haciéndome pensar que no es tan horrible.

    O igual sólo estoy siendo corporativista, identificandome con la ciudad, de feo a fea, de lamentable a lamentable. No sé.

    Vivimos en ella, así que aunque sólo fuese por eso, tiene su mérito.

    Y espero que además de hacer el resto de lo que he hecho yo hayas hecho más cosas (y mejor que no haga una lista que me vuelvo al tema de las terapias).

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  6. ¿V de Veroniquetta? jajajajaja definitivamente tu foto aparecerá al lado de la definición de gilipollitismo XD
    ;*

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.