caracol
No saca los cuernos al sol, pero sale de los semáforos haciendo ruedas y lanzándome guiños desde la lucecita del control de tracción. Caracol es, según me fue revelado anoche, inspiradora privación del sueño mediante, el nombre de mi coche, que con este ya lleva tres pero que por fin recibe uno que, de alguna forma asimétrica y absurda, le encaja. Primero se llamo Carallo, por lo de Corolla, y luego Cacotas, por cierta encuesta entre gentuza a la que alguien debería apalear (son mis amigos pero lo que es es lo que hay).
Pues esta mañana Caracol y yo teníamos una cita, porque tenía que ir a La Florida a perder el tiempo un rato instalando el maravilloso software de nuestra excelsa compañía en el refrescante servidor de cierta compañía constructora, y el ejecutante, el director de orquesta y único miembro de la orquesta (no es que haga falta una tropa para meter un cd en una bandejita e ir ejecutando instaladores mientras haces click en "siguiente" en cada pantallita que aparece) era vuestro seguro servidor. Así que en vez de ir desde Moncloa cogiendo un vil y denigrante transporte público como hago todos los días, y como hoy no se venía ese gran prohombre que tanto hace por el estilo y la decencia y al que siempre me cuesta tanto no insultar (sufro mucho, aunque no lo parezca), pues me he llevado yo el coche.
El problema, claro, es que como yo de pequeño era hijo único y que como mi colegio estaba bastante lejos de casa yo no tenía amiguitos cerca (ahórrate la broma sobre no tener amigos, seamos originales) y me aburría horrores, y para huir del aburrimiento, que desde niño consideré peor que la muerte (al menos cuando uno está muerto no es consciente de ello, pero cuando se aburre sí) yo me entretenía pensando mucho y llevando toda paranoia que cruzase mi mente hasta donde pudiese arrastrarla, creo que ya he dado unos cuantos ejemplos por ahí en los post clasificados como "miradas atrás". Eso muchas veces resultó entretenido, pero ha traído a largo plazo (yo creo que a esta edad la diferencia ya pasa de medio a largo plazo) unas consecuencias que hacen casi imposible que yo coja las riendas de Caracol y no me pierda cada vez que intente llegar a un sitio, porque cada cruce, cada desvío, cada cartél y cada señal suponen un aluvión de meditaciones que normalmente no me da tiempo a considerar a fondo a la hora de tomar una decisión (izquierda o derecha, básicamente) y que cuando de todas formas puedo considerar siempre termino convirtiendo en base de decisiones que al final casi siempre resultan desacertadas.
Total, que me he cogido el coche a las nueve y pico, habiendo quedado allí a las 10, y me he dicho "fácil: Coger la M-30, ir hasta la N-6, seguirla hasta la M-40 y salir por el desvío", y diez minutos después Caracol trepaba alegre y eficiente la, perdón por la rima, Cuesta de San Vicente, que como todo madrileño sabe no tiene absolutamente nada que ver ni con la M-30 ni con nada. Es que me quedó clarísimo dónde se cogía la M-30 dirección este, pero no vi por ninguna parte el desvío dirección oeste así que terminé yéndome a tierra conocida. Pero bueno, desde ahí a Princesa, luego de frente por la Avenida del Arco de la Victoria y alehop, la N-6, que he sabido dejar a tiempo para internarme ¡con éxito! en un laberinto de callejuelas que desembocaba en el sitio al que iba. Yo sorprendidísimo no me lo creía. ¿Habría conseguido librarme ya de mi maldición? ¿Se habría dado un extraño eclipse entre estrellas distantes, algún rayo cósmico habría mutado una brizna de ADN que fuese la responsable de mi volatibilidad geográfica? Por lo visto, no: Nada más salir de allí de vuelta a Madrid he seguido sin creerme mi excepcional orientación recorriendo las calles que debía recorrer en el orden que debía recorrerlas y alucinando por ser tan hábil para encontrar otra vez la N-6, hasta que el hecho de ver frente a mí las montañas de la sierra y tener que mirar el retrovisor para ver la urbe me ha hecho preguntarme si tal vez, sólo tal vez, no estuviese siguiendo la carretera en la dirección contraria a la que debería.
Unos cuantos desvíos, giros, atascos por obras en vías de servicio y rotondas más tarde he corregido ese defectillo con sólo 20 kilómetros más en las ruedas del incansable Caracol, que cuanto más lo pierdo más contento se pone, lo he lanzado hacia el sur taladrando la masa perezosa de coches como si fuese un cuchillo caliente cortando mantequilla, y al llegar a los alrededores de la oficina me he vuelto a perder como [insertar simil o metáfora como el de la cabra en el garage aquí], y he comenzado a dar tumbos por las calles de Madrid. Iba bien, si yo iba bien, he pasado al lado del metro de Islas Filipinas, me he equivocado al no pasar Canal, pero he visto la parada, he girado en la calle siguiente, he tratado de enmendar mi error y plop, perdido, me río yo de los de la serie de la isla, ja, que ni siquiera tienen calles de dirección única ni furgonetas en doble fila. Cada vez que pasaba un cruce intentaba leer el nombre de la calle que estaba cruzando, en un desesperado intento por orientarme y sintiéndome tremendamente estúpido porque al fin y al cabo no conozco los nombres de las calles, así que ese conocimiento me estaba resultado más bien inútil. Y cuando ya estaba pensando en tirar todo recto hasta encontrar algo conocido en dirección oeste, irme a casa, dejar a Caracol dormitando y cogerme el metro, me he encontrado de pronto en Bravo Murillo, que lleva derecha al trabajo. ¡Aleluya!
En fin. Caracol y yo nos llevamos bien. Yo le pego pisotones, y el lo agradece lanzando la aguja de las revoluciones a zonas divertidas que hacen que su motor ruja al compás de Chimaira, de The Killers, de Muse, de Moonsorrow, de Eluveitie. Me gusta mi coche. Me gusta conducir. Y si te soy sincero, me encanta perderme. A veces, después de algún adelantamiento o de alguna jugada especialmente ágil, le planto un beso en el volante. Me gusta Caracol, y sé que a Caracol, que no pudo elegir porque, crueles ellos, lo vendían, le gusto yo, que lo trato bien y lo llevo por sitios raros donde puede jugar al escondite con los destinos y los orígenes.
P.D: La imagen que adorna este post sube la noche del domingo al lunes, así que no tengo muy claro si se podrá ver antes. Paciencia, si no.
P.P.D: ¡La música! La música,
P.P.P.D: Feliz fin de semana, puente o lo que toque, y conduce con cuidadito, ¿vale? Nos leemos el miércoles por la noche.
Esto no tiene nada que ver con el post, pero debo recomendarte encarecidamente "Esta historia" de Baricco, que sí, ya me lo he leído, y ha sido el libro que más me ha gustado de él con diferencia (aunque ahora que lo pienso, un poco que ver con el post sí que tiene, sí).
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