el destino de un vago
No me costaba demasiado hacer lo que me pedían, así que de pequeño nunca me esforcé realmente en nada que yo recuerde. Tampoco me vi en ninguna situación donde esforzarme mucho por algo, pero vamos, que por ejemplo mi vida en el colegio rondaba los caminos de la vagancia más o menos extrema. Recuerdo que suspendí un examen de Historia, o Geografía o lo que fuese en sexto, y aquello fue muy sorprendente por lo anómalo y tal, y porque había estudiado para ese examen lo mismo que para los que hice antes y los que hice después, y en todos sacaba unas notas que, por lo visto, eran aceptables. Volví a suspender historia en el instituto, una vez, para sorpresa de aquel profesor tan gracioso que tenía, que siempre, siempre, siempre me ponía 7'75 en sus exámenes, excepto en el que suspendí, claro. Yo me sentía fatal sacando esa nota, porque el hombre hablaba bastante raro y siempre lo pronunciaba "chete chetentaichinco", y la gente se reía y yo me sentía culpable, pero nunca hasta el punto de esforzarme por llegar al nueve, que hubiese dicho sin peligro, o quedarme en en el seis, que de todas formas hubiese dicho "cheis" (bien pensado había muy pocas notas que sacar que le dejasen en buen lugar). Cuando suspendí yo puse los ojos como platos, no porque suspender me importase mucho, sino de nuevo porque se había roto la rutina sin que yo hubiese hecho nada propiciatorio, había utilizado mi método igual que había hecho antes e igual que seguí haciéndolo después, o sea, leyéndome los apuntes y el libro el día o la mañana antes del examen. Y el profesor, que era un encanto de persona, consideró aquel suspenso mío como una anomalía indigna de ser tenida en cuenta y mi nota final fue el uniforme chete chetentaichinco.
Pasaban los años, yo iba creciendo y descubría una serie de cosas sobre la vida, el ocio y el pasar de las horas; resumiendo, que me gustaba mucho leer, que me gustaba mucho ir al cine, que odiaba aburrirme y que por lo visto estudiar se me daba bien pese a no hacerlo casi nunca. Pero como leer apuntes o libros de texto era más aburrido que leer novelas pasaba mucho tiempo en mi habitación, con un libro en el regazo y los apuntes en la mesa, básicamente por tranquilizar a mis padres, y con lo único que me entretenía era con la física, las matemáticas y el bendito dibujo técnico, para el cuál por lo visto tenía un don que luego me vino estupendamente en las geometrías de La Carrera.
Me gustaba mucho mi profesora de física, Inma. Una mujer seca, inteligente, ingeniosa y borde que a esas edades en las que uno anda tan sensible y tan maleable seguramente tuvo algo que ver en que ahora me gusten las mujeres secas, inteligentes, ingeniosas y bordes. Y encima escondía un corazón tan grande que uno no sabía dónde podía guardárselo. El problema era que por ser inteligente se daba cuenta de que yo me tocaba mucho las narices y me exigía un cierto esfuerzo, pero como me caía bien a mí no me costaba mucho esforzarme más, o tal vez fuese que también entonces se iba formando esa tendencia mía a correr tras los deseos de las mujeres secas, inteligentes y bordes. Me gustaba también mi profesora de Filosofía, Fuencisla, aunque la pobre tuvo soportar exámenes muy extraños por esa costumbre mía de pensar las cosas en mitad de un examen, y así en mitad de uno yo puse a parir a Descartes, porque su aformismo famoso de "pienso luego existo" es un circulus in demonstrando, y tres cuartos de lo mismo con las "demostraciones" de Santo Tomás sobre la existencia de Dios. Muy católica, hasta el punto de pedirnos a dos amigos y a mí que por favor no volviésemos a discutir sobre la fe con ella. Y por seguir el recuento supongo que de esta profesora saqué mi inclinación hacia las mujeres guapas, porque se convirtió en la protagonista de un buen montón de esas nacientes fantasías sexuales que los chavales solemos tener a ciertas edades.
Y aunque desde luego no protagonizó ninguna sesión de fantasía sexual también me caía muy bien mi profesor de matemáticas, Alfonso, un tipo al que recuerdo fumando en clase (entonces aquello no se consideraba genocidio), armado con un palo que usaba para señalar la pizarra desde el borde de la mesa donde le gustaba pasar sentado la mayor parte de tiempo posible. Yo con Inma tenía bastante trato (un bastante muy relativo que tiene que tener en cuenta lo asocial, tímido e introspectivo que era yo, porque no siempre he sido, como ahora, un tipo extrovertido. Claro que ahora tampoco lo soy) y con Fuencisla tenía mucha confianza, pero con Alfonso no, porque de nuevo en mi carácter naciente iba definiéndose esa tendencia a que me caigan mejor las mujeres que los hombres (si es que en el fondo soy un chico listo desde siempre, para ciertas cosas). Pero de todas formas fue Alfonso el que ejerció de profeta.
Se me daban bien las matemáticas, porque resulta que cuando uno es de carácter distraído a veces esa abstracción de la realidad le planta de lleno en terreno abonado para ellas. Recuerdo que dábamos esas típicas cadenas donde empiezas con una ecuación o una igualdad y luego la vas cambiando un pasito cada vez, y yo recuerdo que los pasos me parecían tan simples y tan obvios que comenzaba a copiar primero uno de cada dos, luego uno de cada tres, y así hasta alcanzar el límite en el que mi pereza se quedaba satisfecha, tenía tiempo para mirar por la ventan o observar las flamantes y flamígeras formas de mis compañeras de clase y aún así los apuntes seguían siendo comprensibles, o al menos uno podía deducir después qué pasos faltaban (había hojas que tenían más cadenas de puntos suspensivos que fórmulas).
En cambio no recuerdo muchas cosas del día en que Don Alfonso ejerció conmigo de profeta. (fumar no era genocidio y a los profesores los llamábamos de Don y de Señorita. Qué tiempos aquellos). Había un ejercicio que había planteado a la clase en general, primero, y luego a unos cuantos designados a dedo en particular, después, porque cuando nadie elegido al azar daba una solución antes de decirla él prefería intentar algunas apuestas más seguras entre los que solíamos tener un índice más alto de aciertos, imagino que pensando que nuestros compañeros pensarían que aquello era más asequible si alguien de su misma talla daba con la solución. Recuerdo dónde estaba yo sentado, dónde estaba él, recuerdo que la idea del ejercicio era hacernos pensar un buen rato, hacer carburar un rato la cabeza y echar unas cuantas cuentas, y que yo me escabullí por una escapatoria que dejaba responder algo bastante obvio y bastante simple pero que respondía a la pregunta (y nada nos deja más indefensos a los matemáticos que una respuesta rigurosa, simple y correcta). Y sobre todo recuerdo cómo me miró, calculador y algo melancólico. Reconociendo algo que también yo veía en sus gestos, en su forma de andar, de explicar, de mirar; esa tendencia a pensar las cosas un rato antes de ponerse a hacerlas, por si aparecía una buena idea que evitase sudores y agujetas. Y sin que ninguno de los dos alcanzase a intuir, entonces, que yo un día me terminaría haciendo matemático, me dijo "se te darían bien las matemáticas; eres un vago".
Yo no era vaga, pero tampoco estudiaba mucho, más que nada porque no me hacía falta ^_^ Me llamaban "la empollona" por mis notas, aunque no empollara, y a mí eso me sentaba fatal. Recuerdo un año en que vino un niño que sacaba mejores notas que yo. Hipólito, se llamaba, y a pesar de tener 10 años tenía pinta de jugador de ajedrez (o así lo recuerdo yo).
ResponderEliminarYo, lejos de sentir celos, me quité un peso de encima al cederle el título. Pero luego se fue, y volví a ser la empollona, y al cabo de unos años decidí suspender un examen. Me dije "así dejarán de meterse conmigo", y saqué un dos. ¡Un dos! Todo el mundo se dio cuenta de que lo había hecho adrede, y entonces fueron los profesores los que empezaron a lanzarme adjetivos y a querer hablar conmigo, y a preguntarme qué me pasaba. Así que no volví a suspender nunca más. Las mates era lo que peor se me daba, debo añadir.
Y hasta aquí esta bonita historia biográfica suscitada por tu bonito post autobiográfico.
Pues yo toda la vida he sido mala estudiante, pero mala, mala de narices, decían que mi memoria era buena y mi inteligencia normal, pero que me iba con el vuelo de una mosca... recuerdo una vez en 4º de EGB que estaban explicoteando los viajes de Colón y a mí me dio por representarlos con mi índice siguiendo un recorrido imaginario a través del fluorescente... oye estaba talmente ida, pero ida ida de verdad, creo que fue cuando estaba llegando a América cuando me preguntó la profesora que qué quería yo... a lo que salí de mi abstracción dándome cuenta que tenía a toda la clase mirándome ante mi dedo-carabela levantado, por supuesto yo no tenía ni idea de por donde irían ellas ya que yo acaba de atracar allí. Mi cara se volvió de una tonalidad rojo-granado de lo más saludable, pero de lo más incomodo también... y no recuerdo más, lo mismo me desmayé por el cambio de presión o algo :"/
ResponderEliminarVaga, sí soy también muy vaga y debo ser la excepción que confirma la regla, porque nunca se me dieron bien los números y eso que fui uno de ellos en una representación teatral escolar
Mi época de estudiante no fue digna de recordar .... Tal vez, si pasamos directamente a la Universidad, es posible que localicemos algo que pueda ser contado, pero .... habría que rascar mucho.
ResponderEliminarSi tengo en mente algún que otro profesor, de esos especiales, de esos que sabían mirarte directamente a los ojos y parecían saber lo que uno escondía allá dentro .... Solían ser, todos, de literatura, y, en la mayoría de los casos, también, solíamos terminar en fuertes disputas por esos miles de temas que, en aquel momento, yo me tomaba tan en serio .....
Nunca volví a encontrarme con ninguno de ellos, una lástima, me hubiera encantado reconocer, ante ellos, alguno de aquellos errores.
Me ha gustado mucho lo que has escrito y, más todavía, como lo has escrito ..... Sí, me ha gustado.
PD: Tuve un problema con mi blog y durante casi dos meses los comentarios estuvieron perdidos por el espacio .... Acabo de encontrarme con ellos, un placer tu comentario sobre los magos de oriente ... Gracias por la visita.
pues yo me pase el tiempo del instituto mirando por la ventana, asi que muy aplicado no era, luego cerraron las ventanas y llegaron las paredes, y seguia sin aplicarme, pero al menos no tenian a una persona casi de espaldas al que explicaba, que luego te das cuenta lo mal que sienta cuando alguien se te duerme en un curso. Hasta la mitad de La Carrera no empece a estudiar, lo de tener una memora con un funcionamiento extraño debe influir en estas cosas...
ResponderEliminarYo no era especialmente vago, aunque aprobaba con estupendísimas notas porque sé cómo hacer eso estudiando lo justo. También me distraía mucho, menudas broncas me gané por dibujar en clase.
ResponderEliminarEso sí, yo de matemáticas y física, chungo. Era lo más malo del mundo.