2.12.06

¿Ver para creer?

Solemos tener mucha fe en lo que vemos, en nuestros sentidos, en cómo nos parece que es el mundo. Necesitamos ver las cosas para creerlas, escuchar algo para considerarlo cierto, palpar algo para tener la certeza de que está ahí, y se nos olvida que todo eso es el producto de la cosecha de unos sentidos que hacen lo que pueden pero distan mucho de ser perfectos, unos nervios que, como cualquier parafernalia eléctrica y como todos sabemos, que para algo estamos usando ordenadores, fallan, y un cerebro que viene modelado por la evolución para imaginar amenazas inexistentes y para completar a su manera los vacíos y los errores que le llegan de esos sentidos imperfectos y de esos nervios que a veces funcionan y a veces no. Yo me quedé sorprendidísimo con este tema cuando dimos, unos compañeros de clase de aquel entonces y yo, la asignatura de Modelización del Cerebro en la Autónoma. A pesar del nombre la asignatura no consistía en darle friegas, apretones y masajes a un cerebro pastoso para darle formas graciosas (un jarrón, un ciervo, un cenicero, un enorme posavasos: Lo mejor habría sido que al fin, más de uno, lo habría utilizado para algo), sino en comprender cómo funcionaba una parte muy concreta y particular del cerebro y cómo se transmitían por el las señales: El córtex visual, la parte con la que el mundo deja de ser un vacío definido a base de precipicios y agrupaciones de partículas vibrantes sobre los que rebotan (cuando no los atraviesan) ondas electromagnéticas de diversas frecuencias, y se convierte en eso, tan familiar y tan increíblemente y supuestamente real; el mundo que vemos ante nuestros ojos.

Allí aprendimos una serie de cosas que echaban abajo la infalibilidad de los sentidos. Descubrimos que hay zonas ciegas en el ojo (por ejemplo, la zona donde no hay ni bastones ni conos, que son las células que perciben la luz y el color, porque es la zona de la retina donde empalma el nervio óptico y aquello no deja mucho sitio para otra cosa que no sean las largas neuronas que parten hasta cruzar el cerebro, porque nuestro sistema nervioso es tan absurdo como nosotros y el córtex visual está en la parte de atrás de nuestras cabezas), pero como bien sabemos nosotros cuando miramos algo no vemos zonas vacías por falta de información, no: Nos explicaron cómo en esa parte del cerebro que convierte la cascada de datos que vienen de cada célula del ojo hay una serie de neuronas que se dedican a extrapolar qué puede haber en esos puntos ciegos, y pasan esa señal como cierta, como si realmente hubiese sido percibida. En principio trabajan con la señal que recuerdan de cuando los ojos han pasado por ahí, pero si miramos fijamente un cuadro, una pared, alguna superficie con detalles, podemos ver como una parte del mismo cambia de forma y una línea se corta o una línea cortada se une. Aprendimos también que todo esto termina siendo un asunto de corrientes eléctricas circulando por nuetros nervios, y que si consigues el estímulo justo y lo pasas a un nervio, estarás dando la impresión de que hay algo ocurriendo en el lugar del que viene el nervio, y no tendremos forma de distinguir eso de algo que está ocurriendo realmente.

Todo esto soprendió mucho a mis compañeros de clase, que le tenían mucha confianza a la pinta que manifestaba la realidad ante sus ojos. Yo, la verdad, llevaba años sin fiarme demasiado. Recuerdo haber sido muy pequeño y reflexionar sobre el color de los ojos de la gente. Los míos son castaños oscuros, tan oscuros que hacen difícil distinguir la pulila del iris excepto cuando hay mucha luz, y yo pensaba en cómo veía yo las cosas y en cómo las verían quienes tuviesen ojos azules, verdes, grises (siempre soñé con tener ojos grises) o castaño claro. ¿Lo verían todo más azul, más verde, más gris o más claro? ¿Estaría yo viéndolo todo más marrón? ¿Y si fuese así, cómo podría darme cuenta? ¿Cómo sería el mundo antes de que mis ojos lo cogiesen y me lo presentasen a la consciencia diciendo "mira, las cosas son así"? Años más tarde entendí que el iris símplemente está ahí haciendo de diafragma, que la parte por donde vemos es transparente para todos, pero eso no le quitaba ningún sentido a la última pregunta, ¿cómo sé que las cosas son así? ¿Cómo puedo fiarme de mis ojos?, y de todas formas fueron surgiendo otras preguntas por el estilo como ¿cómo sé yo qué es exactamente el color verde y cómo puedo estar seguro de que lo que yo veo verde sea exactamente igual que el marrón de otra persona? ¿no podría ser, de todas formas, que alguien viese los colores cambiados a los míos, y los dos pensásemos que vemos los mismos porque pese a verlos al revés compartamos la etiqueta que nos hace llamar a un jersey verde "verde"? ¿Y cómo demonios es el mundo para un daltónico?

Pasó el tiempo, y me pusieron gafas para corregir un poco de astigmatismo. Tenía más en un ojo que en el otro, lo cuál, según el médico, hacía que yo utilizase más un ojo para mirar y el otro, digamos, de refuerzo, y yo me puse a mirar sólo por un ojo y efectivamente, lo que veo por mi ojo izquierdo me parecía más real. Y a base de probar mucho y como consecuencia de actividades que implicaban mirar sólo por un ojo, como utilizar el telescopio de mi tío o apuntar por la mira de mi escopeta de perdigones (básicamente para romper botellas viejas o para derribar desde lo alto de una roca, en plan francotirador, a la tripulación del Barco Pirata de Playmobil, flotando a veinte metros de mí en una alberca. Sólo maté un pájaro, un pobre gorrión, y bastante mal me sentí como para insistir), y descubrí que esas diferencias eran más perceptibles que el simple afán de protagonismo de mi ojo izquierdo. Con este veía los colores más apagados, y con el otro más intensos, más rojos, más verdes. Esto hacía que si yo miraba mucho con mi ojo izquierdo tuviese más clara las formas de las cosas, le daba nitidez al mundo, pero conseguía una visión más fría y deprimente que cuando miraba mucho con el derecho, que le inundaba de color y lo enmarañaba todo un poco. Un ojo realista y otro impresionista, un ojo clásico y otro romántico. Y si yo mismo veía diferente con cada uno de mis ojos, se hacía evidente que otras personas, con su par de ojos totalmente distintos de los míos, verían las cosas diferentes. Pensándolo muy a posteriori he llegado a la conclusión de que en todo esto se esconde la razón más profunda y más íntima por la que me gusta la fotografía; una cámara no deja de ser la metáfora de un ojo, y yo puedo, hasta cierto punto, compartir ese ojo con más gente (aunque sea limitándonos a la servidumbre de nuestros propios ojos biológicos, que nos traduzcan la imagen de la pantalla o el papel al cerebro).

Aquello hizo que yo le tuviese mucho respeto a y tuviese mucha curiosidad sobre los puntos de vista de la gente; el mundo, como yo lo veía, era ligeramente distinto a como lo veían ellos. Iba más allá, de todas formas; ¿qué significarían las cosas para un ciego? ¿Cómo sería el mundo para un árbol, si los árboles tuviesen sistema nervioso para formarse una imagen del mismo?... otro día tengo que escribir sobre aquello, terminó siendo la mar de místico... Volviendo a la vista, aquello se infiltró en mi forma de ser y me hizo plantearme siempre la duda ante mis propias percepciones y valorar bastante las opiniones de los demás: al fin y al cabo una opinión es emitida en base a un juicio que, si se tira lo suficiente de la cadena de causas y efectos, termina proviniendo de algún sentido.

Luego, con los años, aprendí que aunque no nos podemos fiar mucho de los sentidos sí que tenemos una serie de herramientas infalibles, entre las que destaca la lógica. Sigue unas reglas estrictas y nos deja afirmar sin miedo que si la hipótesis de partida es cierta entonces las conclusiones a las que nos lleva son igualmente ciertas. El problema sigue siendo la hipótesis de partida, y la gran maravilla es que si las conclusiones son evidentemente falsas aquello se vuelve un contraejemplo y la hipótesis es falsa. Y pensé en muchas hipótesis y me puse a emplear contra ellas y con todo mi empeño el arma más afilada con la que nos dota este mundo. A día de hoy tengo tanto trabajo hecho en ese campo que, curiosamente, la gente opina que soy un intransigente que no respeta las opiniones de los demás (además cuando pregunto sobre ellas la gente suele sentir hostilidad y rechazo donde yo sólo pongo curiosidad y la seriedad de la lógica), normalmente cuando alguien dice algo que me parece, con toda seguridad, una tontería. Y no ayuda que yo, que siempre he querido saber como son las cosas en realidad, les cuente a toda prisa que eso es precisamente una tontería. No sé cuántos años tendría, no muchos más o menos de cinco, cuando mis padres tuvieron que llevarme a urgencias porque delante del escaparate de una juguetería le conté a otro niño mi más alucinante descubrimiento de aquel entonces, que era que los Reyes Magos no eran lo que parecían. Aún tengo una cicatriz en la barbilla como consecuencia de aquello.

La gente ve lo que ve, oye lo que oye, huele lo que huele, etcétera, y lo consideran lo real, lo absoluto: lo que hay. No les gusta que les saquen de sí mismos, que les hagan ver las cosas desde fuera. No sé de qué tienen miedo, pero es así. Y yo, no sé, no creo pecar de egolatría si pienso que todos, de pequeños, deberíamos dedicarnos una temporada a mirar las cosas con un ojo y luego con otro, y a pensar primero sobre ello, y después sobre cómo los demás ven eso que nosotros consideramos tan particularme universal. Porque la realidad es un lugar mucho más rico, mucho más desafiante y mucho más apetecible cuando en vez de un mundo al que enfrentarse uno comprende que hay tantos mundos como personas o, llegados al caso, como ojos que vean diferentes. Para empezar, a mí me sirvieron ración doble. ¿No es para sentirse orgulloso?

2 comentarios:

  1. Me ha encantado tu reflexión. Para mí los ojos y su funcionamiento también han sido una fascinación, sobre todo desde que soy miope y veo de verdad las cosas de otra manera: con contornos difusos y colores que se mezclan. La miopía me produce una sensación de pérdida en el mundo, de imagen de la realidad distorsionada, es horrible no poder percibir las cosas con detalle, sobre todo si alguna vez las viste bien.
    Pero cambiando bruscamente de tema, lo que más me ha gustado de tu post es la reflexión acerca de los puntos de vista de la gente. También creo que la realidad es tremendamente relativa y que depende de la predisposición que tengamos para las cosas. Que nos construimos nuestros mundos que a veces, no se cruzan ni de lejos con los demás.
    En definitiva, me ha encantado el post, creo que da lugar a una gran reflexión...

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  2. Ah, no, de también nada: Yo no creo que la realidad sea relativa, la realidad es lo que es. Lo que es relativo es la interpretación que hace cada uno de ella.

    Pero en fin, las formas, los sofismas, el detalle. Con lo que quieres decir sí que estoy de acuerdo. Y gracias por los piropos, hey.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.