(* no vecina vecina, sino vecina, em, digamos laboral.)
Creo que fue en verano cuando yo fui consciente de la existencia de esta mujer a la que he dado en llamar mi vecina laboral, a falta de otros términos o en un vano intento (toma pedantería) de ahorrar palabras que al final nunca resulta, visto lo visto. Es una mujer que ocupa la oficina adyacente (si nos vamos a poner pedantes nos ponemos pedantes del todo) a la mía, nuestra y de todos. Parece que estoy haciendo propaganda de Televisión Española, coño. Uy, que se me olvida la pedantería. A ver, reescribo: parecería que estoy persiguiendo lograr publicidad gratuita del Ente Púbi... digo Público. Bueno, a lo que íbamos tú y yo: Que es una muchacha que está en la oficina de al lado, y en esa oficina el descenso demagrófico de este nuestro país, Madrid, se nota aún más que en nuestra empresa u oficina, que ya es decir. Se pasó casi todo el verano trabajando sola en la oficina, aferrada al teléfono y con su puerta abierta, supongo que para que corriese el fresquito (el del aire, no el del blog) por la oficina. Y como nuestras oficinas tiran de cuarto de baño común a razón de uno por sexo y planta o piso, cada vez que yo tenía que ir al baño pasaba por su puerta, abierta, ¿y qué hace uno cuando pasa por una puerta abierta? Pues mira dentro a ver qué se ve. Y claro, cuando alguien pasa por tu puerta abierta pues miras a ver quién pasa. Total, que nos pasamos el verano cruzando fracciones de mirada, el único contacto visual que permite un varonil hombretón como yo surcando el pasillo camino del aseo al cruzar de lado a lado una puerta de ochentaycinco (por qué dices eso, con lo bonito que es hacer el amor) centímetros de ancho.
La ocnclusión: Qué maja la vecinilla.
La citada conclusión fue corroborada gracias a algunas fortuitas coincidencias en los descansillos, subiendo o bajando, y gracias también a algunos fugaces vistazos de refilón a la citada vecina, en aquellos momentos de proximidad obligatoria.
Pasaron los días, se apelotonaron unos sobre otros y cuando fueron unos cuantos pasaron las estaciones, o más bien la estación, y llegó el otoño a aposentarse sobre estos cielos turbios de humo y de ecos de chirridos de tráficos y gritos varios. Y hace unos días coincidimos subiendo, y claro, como vamos a la última planta hubo un momento en el que el colectivo casual e informar que acostumbra a formar la concurrencia típica de uno de estos graciosos habitáculos (cómo me quiero cuando me pongo así de pedante, en serio) se redujo a dos integrantes, ella y yo. Yo miraba inocuamente a la pared, mientras mi visión periférica se divertía recorriendo el perfil de su linda cara, y de pronto descubrí que tenía atravesadas en la garganta estas palabras; "oye, ¿si te invitase a una caña o un café dirías que no?" En la garganta estaban y en la garganta se quedaron, atropelladas por el "de nada" que me salió a toda prisa cuando llegados a nuestra planta la abrí la puerta y, caballero siempre, la cedí el paso. Es que en dos plantas no da tiempo a asimilar la sorprendente presencia de aquellas palabras, ni mucho menos a decirlas, sobre todo si quien podría decirlas ni siquiera ha considerado si de hecho quiere o se atreve o quiere (lo he repetido aposta, no te creas) decirlas, sobre todo si el sujeto en cuestión es alguien, como yo, que comparte algunos rasgos de la personalidad de los diesel antiguos, aquellos que no tenían turbo ni podían salir haciendo ruedas (y ruidos) de los semáforos súbitamente verdes.
Y pasaron unos días y por fin se completó mi asimilación de todo aquello y quedó esta pregunta no ya en mi garganta, aunque creo recordar o sospecho recordar, si uno puede sospechar un recuerdo, que también salió por la misma. ¿Por qué coño no se lo dije?
Así que hice mis votos, abracé el absurdo, me preparé unas vendas para lo previsible y enarbolé en aquel bar, complemento circunstancial de mis reflexiones, el estandarte de los azares (encarnado en un Dyc con Pepsi bien cargado) y decidí que, caso de coincidir, no sabría si me atrevería pero al menos tendría claro que sí me apetecería decirle tal cosa. Volví al trabajo con mi nueva meta dándome en las vísceras ese calorcillo suicida de la tontería, y ahí ando, acechando el descansillo y tratando de averiguar a qué horas entra y sale la mujer en cuestión.
Un mediodía especialmente soleado para lo que se estila últimamente en estos días que tanto y tan bien prometen un invierno recio (ah, uh, oh) hice a una compañera de trabajo confidente de estas mis tribulaciones, y desde entonces se ha autoproclamado mi cómplice. Y así el viernes volvió del baño abriendo y cerrando la boca como los peces, o como hace todo el mundo cuando te habla y tú tienes puestos unos cascos donde escuchas al grupo cafre de turno a toda leche, y yo me quité los auriculares y ella gentilmente repitió "mira el msn". Y vi, reluciendo en una ventanita por la que nos comunicamos oficialmente en la empresa aunque estemos codo con codo, la sugerencia de ir corriendo al baño si quería encontrármela en el descansillo. Y allá que fui yo, a la carrera, para encontrar el rellano incongruentemente lleno de un montón de gente cuyo origen no pertenece a lo mundano, y entre toda esa gente la única presencia que se destacaba ante mi sentido de la vista, que puede ser muy selectivo, era ella. Incluso, acotando, sus ojos, a los que yo miré y los que miraron a los míos durante un momento que pudo ser un instante o pudieron ser unos cuantos. Y yo por fin giré y me fui camino del baño bailando por el pasillo.
No sé qué pensará de mí. Ahí va ese loco que me mira raro cada vez que me ve, probablemente. Sé que responderá a mi pregunta, cuando se la haga y sí y sólo si se la hago, que no, y sé qué responderé yo a mi vez, "ah, vale, pues entonces no te lo pregunto". Sé también que después sonreiremos, y que desde ese día dejaré de buscar coincidencias que de todas formas se producirán, por eso de la estadística y la probabilidad, seguiremos manteniendo una sonrisa cómplice, y que ella pensará que estoy loco o que no lo estoy, da igual, y sé, también, que yo, pese a la negativa, me sentiré un poco más entero, más yo y a la vez más otra cosa, y que dormiré mejor, y que follaré lo mismo pero me dará igual, y eso está bien. Lo malo, ay, es que estoy de vacaciones hasta dentro de una semana, y así no hay coincidencias que valgan, y no está bien esto de estar de vacaciones, algo borracho (pero muy poco, no creas, apenas nada), ignorando compañeras de piso y amigas de ídem, y esté yo pensando que qué lástima, qué maldita lástima no ir el lunes a trabajar.
3.12.06
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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.
yo le diría algo sin duda...
ResponderEliminaránimo!!!
al final siempre acabo arrepintiéndome de todas las cosas que no dije.
el otro día estuvimos hablando de que esta falta de iniciativa es producto de la importancia que nos damos a nosotras mismas. en realidad es sólo una pregunta y si nos dicen que no nada trascendental cambiará en nuestras vidas.
así que dile algo!!!!
besos brasileiros!!!!
¿De la importancia que nos damos? Yo creo que esas cosas no se dicen por el miedo a la respuesta y también por no poder vencer la inercia que nos lleva por los cauces de siempre. Pero bueno.
ResponderEliminar¡Y deja de perder el tiempo en mi blog y vete a mirarle el culo a las muchachas de por allí de mi parte!
tal vez ella también esta de vacaciones esta semanita...
ResponderEliminarEs una historia muy bonita.
ResponderEliminarAunque falta sexo, claro, pero yo soy bastante paciente. Espero que tú tengas más narices la próxima vez que quieras pedirle relaciones sexuales de forma velada a alguien.
:)
Me sorprendí, hablando ahora de éste que escribe, a mí mismo hace poco diciendo todo tipo de lindeces (de las bonitas, ojo) abiertamente a mi querida dependienta de videoclub, sin que ello me produjese revoluciones en los ventrículos. Realmente, nunca me había sentido tan vivo. Era capaz de decirle a una hermosura andante (hermosa por dentro y fuera) que se viniese conmigo a hacer cosas por ahí. Era capaz de decirle, sin ser consumido por los nervios, qué me gustaba en todos los sentidos. Era capaz de hacer las cosas bien hechas, por una vez.
Por lo tanto, proclamo a los cuatro vientos: BIBA EL HAMOR.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarPor favor David ¿Podrías borrar el mensaje anterior? es que lo escribí como registrada sin darme cuenta y prefiero que no salga esa información, no sé mandarte esto en privado. Gracias, un beso
ResponderEliminarNieves
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarPerdón, era yo intentando suprimir mis comentarios.... Endevé....
ResponderEliminarVaya líos que nos montamos, ¿eh?
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