28.12.06

Algo sin ningún interés


Es curioso cómo estamos construidos por dentro, cómo se van encajando nuestras respuestas, nuestra forma de ver las cosas, de movernos, de comportarnos, de actuar, de soñar, de amar y en general de vivir, y es más curioso aún si mira uno sobre qué se apoya todo eso, qué hay debajo de la corteza brillante, si coge la trepanadora y srrr, srrr, srrr abre un hueco al interior y mete una linternita (o, temerarios suicidas, un mechero) a ver qué se ve.

Es curioso por ejemplo porque yo hoy tenía un par de ideas sobre qué escribir hoy aquí. Una era, objetivamente, una tontería, con suerte graciosa, en la línea de lo último que he escrito, y la otra era una paranoia sobre los seres vivos. La primera era absolutamente trivial, y no vamos a perdernos nada si hoy ni yo la escribo ni tú la lees, porque eso puede subirse aquí cualquier día, y la segunda es algo que, imagino, terminaré contando, porque es un bonito tema. Es inocuo. Un tema sobre el que pensar un rato y ya sabes que a veces uso este blog como un borrador de lo que pienso (o más bien al revés, y el borrador lo llevo yo dentro). Estaba contento, y cuando estoy contento sólo pienso o bobadas o cosas inocuas, en fin, piensa tú la metáfora, algo sobre un sitio que es muy distinto a la luz del día, donde todo es inocencia y alegría, y que cuando cae la luz se convierte en un escenario de pesadilla. Y de pronto, estas cosas pasan, la alegría se me ha ido, por una serie de razones que no vienen al caso y que en realidad tampoco merecen ningún interés, y ya, ya sé que estás pensando que si digo eso es que en realidad sí que es interesante, pero eso lo dices porque eres una cotilla y porque siempre nos imaginamos más de lo que hay. En serio, simplemente ha sido una pequeña causa para un ligero corrimiento de tierras y cielos, lo justo y suficiente como para que haya caído la noche de pronto.

Y en la noche ha surgido un tema alternativo sobre qué podría contar aquí en esta charcutería universal, donde no todo el mundo compra pero cualquiera puede ver el escaparate, y se me ha ocurrido, por qué no, colgar en él unas vísceras propias a ver si se airean.

Naturalmente, según lo he pensado, me he dicho a mí mismo "ni de coña", porque el miedo y la vergüenza son gran parte de lo que uno ve cuando deja el cacharro de trepanar y alumbra con linterna o mechero, si es temerario. Pero hay también un algo desafiante, indiscreto, exhibicionista y muy masoquista ahí buyendo y moviéndose de sombra en sombra a velocidades de vértigo, y hoy ha ganado la partida.

Así que hoy voy a contarte una de las raíces de mi infelicidad, y tal vez el mayor de mis traumas. Y aún no me creo que vaya a hacerlo, si te digo la verdad, y me veo teclear con las cejas levantadas y sorbiéndome los mocos (sigo con el catarro ritual de estas fechas). Y ni siquiera voy a esperar a poner otro punto y aparte para empezar. Yo soy hijo único, esto es, no tengo hermanos ni hermanas, lo cuál hizo que gran parte de mi infancia fuese un soberano coñazo, hasta el punto de que cuando ahora me deprimo un domingo por la tarde a veces pienso que es simplemente el eco de aquellos domingos de mi infancia en los que siempre llovía y siempre había poquísima luz y el reloj se paralizaba a la seis de la tarde y a mí me daban ganas de que fuese ya lunes para, al menos, hacer algo, ver luz y escuchar algunas voces que no fuesen la mía, aunque fuesen las de mis compañeros de colegio que no eran precisamente unas compañías a las que añorar mucho, con alguna excepción que otra. El caso es que como encima el colegio estaba a tomar por culo de mi casa esas excepciones vivían a bastantes kilómetros de casa, así que salir del colegio era entrar en el exilio, en un mundo gris donde siempre era domingo y siempre llovía y todo eso que he dicho antes, y yo sólo podía salir de ahí leyendo, así que leía mucho, tanto que me acostumbré a leer mientras veía una película, cosa que por lo visto a todo el mundo le pareció muy graciosa en aquellos tiempos. Y de verme tan solo e intuyendo desde pequeñito que ellos tenían algo que ver con mi soledad, yo empecé a alimentar un sordo rencor hacia mis padres, que no me habían dado ningún hermano con el que entretenerme, con el que jugar, con el que pelearme, un rencor tan profundo y negro que no he reconocido hasta décadas después. Recuerdo estar creciendo y saber de qué iba ya el tema este de la reproducción, y escuchar a algunos compañeros llegar a clase y decir, en un tono u otro dependiendo de cada cuál y cada situación social, que iban a tener otro hermano más. Y yo pensaba qué pasaría si yo tuviese alguno. Pero no llegó a pasar. Lo que sí pasó, como siempre hace porque es un cansino, fue el tiempo, empaquetado primero como meses y luego como años, y observando a mis padres a través de esa niebla difusa y protectora con la que siempre han envuelto ciertos temas, vi que no es que no quisiesen a los niños, cosa que yo consideré en su momento, porque cada vez que veían un bebé, aborrecibles criaturas me decía yo, se abalanzaban sobre él contentísimos y con los ojos brillantes. Y a mí aquello no me cuadraba nada. ¿Si les gustaban los niños, por qué no tuvieron más hijos? Y me seguía preguntando eso mientras crecía y dejaba de ser ese niño tímido y huraño que sacaba buenas notas y que era el orgullo de la familia, su tesoro y su único descendiente, y empecé a convertirme en esto que soy ahora que, en muchos sentidos, es una decepción para mis padres, supongo, pero que es lo único que puedo ser sin renunciar a ser yo mismo para convertirme a tiempo completo en el actor de otras vidas.

En fin, aquella niebla protectora y difusa sigue ahí, y a pesar de que le enseña a uno a no pensar y a callarse, con el tiempo uno alcanza a distinguir a través suyo formas y a escuchar trozos de conversaciones en voz baja o con otras personas, y uno descubre o intuye o imagina o recuerda que, en su momento, estuvo a punto de matar a su madre al nacer. Y viendo cómo andan las cosas uno se pregunta ¿se salvó mi madre, pero me llevé por delante a todos los hermanos que podría haber tenido después?

No lo sé. Imagino que es una de esas cosas que nunca preguntaré. Es una de esas cosas que, de todas formas, nunca hace falta preguntar. Pero hace sentir fatal pensar que igual mis padres tuvieron que conformarse conmigo, que ese rencor sordo y oscuro que sentía yo de pequeño, aún sin distinguirlo, podría perfectamente estar dirigido contra mí, y pienso que fue por mí (que ya sé que no es lo mismo que ser culpa mía, pero sí fue por mí) por lo que aquellas tardes de domingo en las que siempre llovía y el aire era gris eran así, y no sólo para mí, un niño aburrido que estaba hasta el gorro de jugar solo, sino para mis padres, que me miraban entre las sombras de la tarde, quienes aunque les brillasen los ojos de aquella manera aún y siempre conseguían sonreír.

2 comentarios:

  1. Podría haberlo leído otro día, pero lo he leído hoy... me has emocionado mamón.

    Felíz año

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  2. Lo siento.
    Yo hubiera preferido que mi hermano hubiese sido hijo único, yo no existiría, pero a cambio estaría mi madre y su hijo único.
    Pero, es algo que no podemos controlar ni elegir.
    Te deseo un muy Feliz 2007

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.