29.11.06

Lo importante de la vida



Un poco de filosofía barata, y que me perdone mi agente que últimamente no lee nada que no le haya contado primero, pero me gustaría dejar esto por escrito en alguna parte y este parece un lugar tan malo como cualquier otro (y en cualquier caso Vero, culpa tuya, no haber sacado el tema).

Creo que no me equivoco si digo que la gran mayoría de la gente o tiene claro qué es lo importante de su vida, o sufre crisis de identidad cuando no lo tiene tan claro. Prosperar, terminar una carrera, conocer a una chavala guapa, mantener la pareja, deshacerse de ella, tener niños, pintar un libro, escribir un árbol, que el Madrid vuelva a ganar la Champions Leage, ese tipo de cosas que adornan los horizontes de la gente como puntos de referencia de papel pintado pegados con celo a un cielo barato de imitación (aunque de un azul muy bonito, eso sí) previamente adquirido en los chinos de la esquina por algo menos de un euro. Tienen de todo en los chinos, así que no descarto que eso último sea posible y todo, pero bueno, era una metáfora, o pretendía serlo.

El caso es que todas esas cosas sirven, como pretendía ilustrar con la presunta metáfora antes de que se me fuese de las manos, como puntos de referencia: hacia ahí es hacia donde queremos movernos, y tienen dos inconvenientes; que si no logras alcanzarlos te sientes un fracasado, y que si los alcanzas te sientes perdido y necesitas otros nuevos, porque si la vida es moverse hacia los objetivos alguno habrá que tener para no andar revoloteando en círculos o, horreur, detenerse, ¿quién no ha oído lo de que el tiburón que deja de nadar muere?

(Y aquí empieza la parte descructiva de toda esta filosofía mía de garrafón.)

Sentirse un fracasado es una de las grandes desgracias de esta sociedad nuestra. Yo siempre me estoy quejando del daño que la moral cristiana nos ha hecho después de dos mil años, con tanta gente sintiéndose culpable sin motivo por cosas que no son culpa suya por milenios de sumisión y de gilipolleces sobre amar al prójimo, poner la otra mejilla y de asumir que el sufrimiento nos hace mejores (actitud bastante masoquista, esa) y que al mundo se viene a eso, pero la verdad es que el capitalismo, por buscar alguien a quien culpar, también nos ha jodido lo suyo: Hay que triunfar, hay que alcanzar los objetivos, hay que convertise en un depredador, la vida es escalar, conseguir metas.

Lo primero nos decían los curas que lo decía Dios. Lo segundo nos lo dice este bonito sistema en el que vivimos para despilfarrar y enriquecer a los bancos. Pero igual que las mentiras de Dios se caen con algo de lógica y algo de distancia, pasa lo mismo con las de los bancos. Pongamos unos cuantos siglos luz de distancia y miremos el universo desde fuera, y miremos las metas de la gente. Su pareja, su trabajo, el dinero, la fama, todo se cae si consideramos nuestras esperanzas de vida y el ancho de nuestro porvenir y los comparamos con las escalas por las que se rige el cosmos. Cada uno somos el rey de nuestro pequeño castillo, enrocados en nuestro cráneo (o entre las costillas, si alguien sigue practicando los puntos de vista de los griegos), pero objetivamente no somos nada. Cualquier meta que logremos es algo insignificante a escala cósmica, a la escala del mundo, por mucho que habitualmente nos empeñemos en ignorarlo y en mantener que este pequeño cuartucho olvidado que habitamos es el todo y lo importante sólo porque es donde nosotros estamos. Pero no, el resto del universo está ahí para decirnos algo y es algo importante: Que no somos nada, que somos un espasmo invisible de puro rápido y de puro pequeño. Que no somos importantes ni podemos serlo por lo mismo por lo que una mosca de río no puede presidir el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. ¿Quién quiere ser un tiburón? (Y de todas formas ¿qué tiburón vive para siempre, por mucho que se mueva?)

(Y aquí empieza la parte reconstructiva de toda esta filosofía mía de garrafón.)

Así que me hago listas con las metas de la gente y las mido con el infinito, y todas quedan como lo que son. Muescas invisibles de puro finas alrededor de la marca del 0 en la escala de importancia. ¿Y entonces, qué es lo importante para nosotros? Nada. Pero que no cunda la desesperación ni el nihilismo. Decir que nada es importante es lo mismo que decir que todo lo es, es darle la misma importancia a todo y que, entonces, todo es lo más importante (o más o menos, y si es menos cerca anda y vale la pena igual). Es renegar de metas impuestas o de supuestas aspiraciones que debamos alimentar y darle crédito a las tardes pasadas en el cesped tirados al sol, al primer trago de una caña de cerveza, a la vista de unas medias en una pausa en un ascensor, al fotograma de la última película de Alfonso Cuarón, a una sonrisa vista al azar en el cruce de dos vagones de metro.

Lo importante de la vida, por su pura insignificancia, es todo lo insignificante. Es cada idea que tenemos, cada nota de música que escuchamos, cada golpe de viento que nos revuelve el pelo, cada caricia que damos, cada latido de nuestro corazón. Suficientes metas para poblar no ya los puntos cardinales de cielos de plástico comprados en un todo a cien, sino cada punto de cada mapa. Y cada paso, si se sabe qué se está haciendo, es un logro, una meta y un orgullo, y quién coño quiere ir hacia qué horizonte cuando, muchas veces, dar vueltas es tan entretenido.

5 comentarios:

  1. Eso, eso, justifica nuestros actos en la moral cristiana al mismo tiempo que haces uso de ella echándome la culpa!
    La vida Es, y su importancia o la importancia que le damos a lo que la forma parte de nosotros y sobre lo que nosotros consideramos importante pero que realmente no lo Es, sólo hacemos que lo sea (¿cuantas veces habremos arrugado el ceño intentando descubrir por qué alguien le da importancia a algo que para nosotros es una soberana gilipollez?). Nosotros le damos el significado y alomejor por eso no es tan extraño que lo más insignificante pueda ser importante.
    Y también, por eso (y a riesgo de ponerme absolutamente nihilista) el hecho de que lo importante pase a ser insignificante nos hace perder el sentido de la importancia de las cosas.
    Y lo peor es que aunque pueda sonar dramático, no lo es, o a mi no me lo parece, vaya.

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  2. Según remarcaba Punset en uno de sus libros, la felicidad está escondida en la sala de espera de la felicidad, es decir: la búsqueda y el proceso de consecución de nuestras metas es lo que nos mantiene ocupados sin pensar en la desgracia; nos motiva para llegar a alguna parte. Supongo que eso tiene algo que ver con que 'el dinero no da la felicidad'. O no.

    Yo pienso que el sentido de la vida es que no hay sentido. No hay objeto. Solo hay vida que vivir y cosas que hacer de aquí a que te mueras. El resto, los sistemas, las burocracias, las convenciones, las cosas dadas por sentadas... blah blah blah

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  3. A mí no es que me parezca divertido dar vueltas, sobre todo para aparcar, a mí lo que me tira para atrás en eso de caminar hacía el horizonte es que me canso en seguida y si a eso le añadimos que nunca se llega... mejor paso.

    La felicidad, e incluso la infelidad también, está en los detalles. No se quién demoños lo dijo, pero estoy de acuerdo, por lo tanto lo importante de la vida para mí son eso... los detalles.

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  4. En general estoy bastante de acuerdo con lo que expresas. Solo que me parece que hay que tener prioridades en la vida , para que no todo te paresca importante o no importante. En cada etapa de la vida uno debe imponerse prioridades, que van llenado la vida.
    Y no me parece para nada filosofia barata cuando uno expresa con sinceridad sus pensamientos.

    Un abrazo.

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  5. En mi barrio no se está mal pero la curiosidad me impulsa a conocer mundo (y universo).

    Y es que el ser humano se acostumbra muy fácilmente a una situación y has de cambiar, caminar, para volver a sentir que estás vivo. ¿Hacia donde caminas? Hacia un destino (o varios).

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.