11.7.06

Un festival de perros

He vuelto.

Tengo los brazos ligeramente morenos, con ese moreno mío peculiar al que la gente sin consideración o con gusto por lo exacto y literal llama rojo más que moreno en sí (exagero, pero no del todo. Deberías verme la barriga), tengo la cara afeitada por primera vez en diez días, y tengo como veinte citas pendientes con mi gloriosa, blandita, amplia y familiar cama. Tengo también esa mirada serena y un pelín ausente de cyborg de Blade Runner (déjame ser friqui, que casi nunca lo soy), si cambiamos la puerta de Tannhäuser por los montes de Galicia y las naves en llamas más allá de Orión por las hogueras nocturnas que llenaban en bosque de humo brillante bajo la luz de la luna y las estrellas: buf.

Y aquí estoy, arrastrando mis bostezos por la ola de calor madrileña, echando de menos aquella playa de arena oscura y mar psicótico, sonriendo agradecido ante todo grifo que emite agua caliente y reflexionando sobre todo esto que, sorpresas que da el calendario, ha pasado en tan solo una semana que, como decía, ha sido en realidad y ante todo una semana de perros, como debimos intuir cuando recién llegados al camping adoptamos la actitud y los instintos de las tortugas para dirigirnos hacia la playa en línea recta y llegamos tan cerca como la fragilidad de las bolsas donde llevábamos comida, enseres y toneladas de gazpacho nos permitieron. Y según comenzamos la instalación apareció una perra esgrimiendo una piña en los hocicos y meneando el rabo como una energúmena, reclamando que dejásemos esas tonterías de erigir casas de trapo y nos dedicásemos a asuntos divertidos e imprescindibles como lanzar esa piña lo más lejos posible para que la perra pudiese ir trotando a por ella, traerla de vuelta y poder repetir infinitas veces el procedimiento. Ya lo dijo Milan Kundera, los perros es lo que tienen.

Y luego los perros siguieron teniendo su gran cuota de protagonismo; al fin y al cabo hay una gran cantidad de punkis en este festival, cosa algo incomprensible, y la población de canes es al menos igual a la población de punkis, como todo el mundo sabe. Además descubrimos perros bakalas, que se dedicaban, en una rave, a ladrar al ritmo de los altavoces. Y claro, luego uno no puede dejar de preguntarse, cuando está viendo a los Four men and a dog no ya cuál de los cinco era el perro (unánime: todo el mundo asumía que el perro era Gino Lupari, el tipo del pandero, opinión que pienso mantener aunque acabe de leer que se refería a su viejo cantante Mick Daly) sino, teniendo en cuenta que había un perro, cuál de los otros cuatro era el punki.

En fin, ya sabes, acabo de volver del festival y se supone que tengo que contarte algo de él, que para algo he ido y me lo he pasado así de bien. Pero tardaría horas en contar todo el festival y me olvidaría de demasiadas cosas, así que vamos a hacer una pintura así impresionista de unos cuantos trazos más o menos al azar de cosas siempre vistas al azar.

Primero la luz: Yo no sé qué tiene aquél aire, pero la luz se desliza por él lujuriosa y vibrante, pintándolo de grises, dorados y rojizos, durante el día, y jugando con cualquier farola, con la luna, con las estrellas o con las luces del humo y de las fogatas, y todo queda convertido en un mar brillante de miles de matices, siempre cambiante, siempre vivo, siempre.

Y luego la consciencia, la primera noche en la playa, de un error: Nos equivocamos al asumir que el mar termina donde termina el mar. Las nubes que dependen de él, el viento que lo anima y lo mece y le provoca olas, hasta la misma luminescencia del aire en el que nosotros respiramos son parte de esa misma masa, de ese dios primigenio, brutal, hermoso y diminuto al lado de los vastos mares de los que forma parte.

Ya, vale, un inciso, que luego me leen católicos y se les ponen los ojos llororos diciendo que eso les recuerda su fe: La necesidad de creer es el miedo de no ver. Todo eso es grande, es hermoso, es inabarcable, pero no es, para nada, ninguno de los dioses de cartón piedra que cualquiera de nosotros se haya podido inventar. Por favor, no insultemos a la naturaleza inventándonos titiriteros imposibles y atribuyéndoles los méritos de esta. Y si os da por hacerlo a mí no me salpiquéis con vuestros grititos de euforia.

Sigo: Después vino el caos, que es básicamente el ingrediente básico de cualquier buen festival. Caos e improvisación. Encontramos, una noche, a unos tipos alrededor de un cubo de basura, que nos requirieron para hacerse una foto encaramados al mismo. Como estábamos en el camino del campamento mucha gente pasaba, y alguno hizo el gesto de colocarse también a la foto... recibiendo la bienvenida instantanea del grupo original. Así que se empezó a acumular gente y gente y gente, y quedó una foto masiva que ande por donde ande no tiene precio. Les preguntamos luego por qué querían hacerse una foto con el cubo de basura y nos contaron que habían estado utilizando uno como remolque para llevar el equipaje, pero que unos agentes de policía les habían dicho que si no llevaban algún objeto de más y habían tenido que dejarlo antes de poder hacerse una foto con el compañero de viaje. "Este es sólo un suplente para la foto", dijeron, algo culpables por la cara de pena que se le estaba poniendo al pobre cubo de basura que al fin y al cabo no tenía culpa de que su compañero hubiese sido rescatado por la policía.

Y claro, la gente, porque cómo son los gallegos, que siempre parece que hay pocos para los que tendría que haber en el mundo. Fuimos a ver la final del mundial a un bar, donde conocí a Pincel, al que hice feliz dándole tratamiento de señor (él, a su vez, me correspondió pagando una ronda) y a su colega el Paco. Después de cruzar dos o tres frases Pincel dedujo que yo no era de por allí, y me pidió disculpas porque estaba borracho y así sólo podía hablar en gallego. Bueno, le respondí, tú me entiendes a mí, yo te entiendo a ti, todos contentos (de hecho mejor que cuando llegó Paco y se puso a hablar en castellano y descubrí que le entendía mejor en Gallego). Así que poco caso le hicimos al fútbol aparte de para comentar la cornada de Zidane y los penaltis, siempre tan divertidos, y en lugar de eso hablamos de estudios, trabajos, comarcas, festivales, viajes, historias de amor con finales tristes, el magnetismo del acento argentino y los mil temas más que pueden surgir en un partido de fútbol de aburrimiento y prórroga. O aquellas dos gallegas que iban entre la gente durante el concierto de Berrogüetto buscando grupos de gente que no bailase para ponerse frente a ellos con mirada de cabreo y ponerse a bailar con ellos hasta asegurarse de haber prendido la llamita de su incendio de baile particular y partir entonces a la búsqueda de otro grupo inmóvil. O la del grupo que jugaba al beisbol mientras uno de ellos iba explicando las reglas al resto, y que luego nos persiguieron hasta el pueblo mientras cantaban a voz en grito a las mujeres que nos acompañaban lo que opinaban de ellas y que si éramos los novios que entonces no querían nada, pero que si no lo éramos sí que lo querían. O la del carterista que se pagó una copa con el botín y luego devolvió la cartera en la barra de un bar y dejó una nota a su dueño en la puerta de los baños para que se pasase a recogerla, con agradecimiento incluido.

En fin, una catarsis, una catarsis. Entre los kilómetros y kilómetros de viaje en coche (apasionantemente divertido el tramo final de la ida, desde As Pontes a Ortigueira, y el de la vuelta, la parte final de la A-6 que parece un escenario del The Need for Speed), las horas de playa, la musiquita, la gente, los de la rave macarra (no todo iba a ser maligno entre las filas de los escandalosos) gritando todos a coro SIEMPRE YO TE SIGO A TODAS PARTES, A VECES YO NO PUEDO AUNQUE LO DESEO PERO YOOO, TE QUIERO DE VERDAAAD (espectacular cuando la escuchas por primera vez y sucesivas cantada por quince o veinte personas saltarinas en modo repeat), las casualidades increíbles, los amaneceres en una playa sin amanecer, personas enzarzadas en casualidades irrepetibles tratándonos como perros, ignorando conscientes nuestros nombres y todo aquello que fuese asunto de esas otras fronteras que a veces la noche traza en torno a los cuerpos tumbados, y sobre todo el humo, el humo y el bosque oliendo a comida y a fiesta, mezclando la luz amarilla y rojiza de sus habitantes anuales con la luz plateada y azul de su luna de siempre.

La verdad es que, a veces, daban ganas de aullar.

Y la verdad también es que yo, de hecho, aullé unas cuantas veces.

5 comentarios:

  1. ¿Aullar túuu? venga ya, eso no me lo creo yo. Y lo de que has estado en Ortigueira me lo creeré por el par de fotos que has subido (aunque no aparezcas en ninguna y pueda pensar que no son tuyas o que son de año pasado.)

    Y sí, soy disléxica y envidiosa,
    pero en el fondo mu buena pisona.

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  2. ¿Que no te crees que aúlle? Pues cuando vayas este verano al pueblo yo te aúllo, palabra. Y te invito a unos tintos de verano (y te doy una tarrina de discos...).

    Las fotos, bueno, es difícil aparecer en ellas si siempre estoy apuntando para el otro lado... y aquello es demasiado bonito para estropearlo con un autorretrato, blerg.

    Lo de buena persona no lo dudo.

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  3. Qué interesante se está poniendo esto de la visita al pueblo.*_*

    Esto descarta las cañas en Madrid... deduzco hummm. Bueeno vaaale ;)

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  4. No deduzcas tanto...

    Ahora tengo, en teoría, todas las tardes libres, a partir de las 3, pero entre que no duermo y las paso como un muerto en vida y que la agenda se me llena como... como... como las cosas que se llenan muy rápido, hmmm... bueno, imaginemos que he usado una metáfora así bonita y eficaz... bueno, pues eso.

    Bueno. No te he dicho nada de cañas porque visto lo visto y recurriendo a mi pesimismo veo más fácil verte en el pueblo antes que tener una tarde libre. Pero si como suele pasar me equivoco tú tranquila que yo te doy una voz (o un aullido, depende).

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  5. Pues tal como digo cada año: a ver si el año que viene... blablabla. Es que no sé, yo creo que son tus descripciones, ¿eh? y las fotos, sí. Pero luego una vez allí pasaría miedo. Miedo de los perros, de los punkis, de los no-punkis, de los aullidos, de los cubos de basura... hay tantas cosas a las que temer >_<

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.