11.2.06

This is the end

Bueno, pues ya está. Ya estaba ayer, claro, pero estaba más propenso a colgar fotos ajenas que a contar las últimas (ojito al ramillete de sentidos que coge esa palabra) experiencias académicas de aquí tu servidor.

Pero hoy es sábado, anoche estuvimos por ahí celebrando un par de licenciaturas con unas cuantas botellas de Alvariño, el sol pinta de pardo brillante los edificios de enfrente, el cielo anda manchado por un par de nubes cansinas, y de alguna forma todo eso anima a contar el que ha sido mi último examen como estudiante de matemáticas.

Se puede resumir en una palabra: Raro.

En fin, no podía ser de otra manera, ¿verdad?

La asignatura tiene un nombre largo e ilustre, Ecuaciones Diferenciales y Análisis Funcional, que solíamos abreviar como Edepés, a pesar de que existe una asignatura que se llama Ecuaciones en Derivadas Parciales, lo que da un poco de confusión que a mí, la verdad, siempre me ha parecido divertida (uno no deja de plantearse hasta qué punto eso es el reflejo de una vida aburridísima, pero bueno), aunque por culpa tuya y de otros elementos intransigentes la asignatura ha sido coloquialmente renombrada como Edaf. Sus exámenes tienden a ser calcos los unos de los otros: Siempre hay un problemilla de una clase, otro de otra, uno del primer tema y otro teórico. A pesar de ello hasta ahora nunca he pasado del 4 en sus exámenes, creo que porque es una asignatura que siempre he aborrecido. A mí dame topología, dame geometría, dame álgebra, y yo tan feliz, pero el cálculo, el análisis, las ecuaciones diferenciales, buf, buf, BUF.

Es normal. Hay demasiadas matemáticas y cubren tanto terreno que todos suelen tener sus gustos, pasa como en la música. Por increíble que nos parezca seguro que hay gente a la que no le guste Kula Shaker.

Aunque hay otras razones. Podría haberla aprobado hace meses, en septiembre, pero el examen iba a ser un sábado después de un viernes festivo, y alguien decidió que para qué cargarse el puente cuando podía cambiarse la fecha al jueves 15 de septiembre. Día en el que ya había puesto otro examen que, naturalmente, yo tenía que hacer. Así que me vi con la perspectiva de tener que hacer por la mañana el examen de la asignatura en la que uno aprende a resolver ecuaciones diferenciales en la práctica, con el ordenador, y por la tarde el de la asignatura teórica que en realidad sólo cubre cuatro casos: Cosas de las agendas, que a veces son así de graciosas. Fui a hablar con el profesor de esta última, le conté mi circunstancia, le dije que eran mis dos últimos exámenes de la carrera, y él me dijo que es que era un lío hacer eso, que alguien podría quejarse porque tendría que hacer dos exámenes distintos. Exámenes que, insisto, son siempre iguales (más bien homeomorfos), cambian las ecuaciones, cambia la pregunta teórica, pero el fondo, la esencia, es siempre igual. Pero al hombrecillo no le debía apetecer complicarse la vida.

Total, que suspendí, claro. No podía ni entender el examen, empezaba a leer las preguntas y me perdía, no comprendía ni las frases. Si la gramática nuestra de cada día se había convertido en un reto criptográfico imagina qué pasaba con el examen en sí. Así que nada, lo firmé, me fui, quedé contigo de pasada, me estuviste consolando un rato y cogí un autobús a las fiestas de mi pueblo, donde me emborraché a conciencia y muy eficientemente, y la semana siguiente me busqué un trabajo, y el resto está en este blog, hasta el jueves. Que era lo que iba a contar... se me va la línea argumental, hoy, se ve.

Centrémenos, ahí estaba yo, por fin, terminando. Yo había pasado dos semanas llamando al profesor para que acordásemos la convocatoria extraordinaria de febrero de la asignatura, y él había pasado dos semanas diciéndome que le llamase la semana siguiente, hasta que me dio fecha. Cuando llegué me metió en una sala con tres escritorios, me dio la fotocopia de un examen manuscrito, me dijo que si quería alguna cosa estaba en su despacho, y se fue, dejándome solo, yo allí, con una mochila con los apuntes, el examen y mi soledad.

Así que naturalmente, no copié. Ni siquiera cuando apareció a las dos horas diciéndome que qué tal iba y que es que él tenía que irse al dentista, y que si no me importaba darle mi examen a la secretaria del departamento cuando terminase.

Tal vez lo de no haber copiado sea una negativa demasiado categórica: Sí que abrí la mochila, para mirar si, en el último término de una fórmula, los límites de una integral tenían pinta de x - c(t-t0) o de x -c(t0-t). Pero aparte de eso (que por otra parte podría haber averiguado probando las dos cosas y viendo cuál de las dos me daba una gilipollez), fui más puro y angelical que los pastorcillos de un belén. Total, que me salió otro examen mediocre, que el profesor (a quien no he insultado en lo que llevo escrito, qué bonito, ¡qué orgulloso me siento!) puede aprobar o suspender sin tener que dar muchas explicaciones.

Hablando con Miriam ayer me dijo algo que yo no había comprendido: Que no es que el profesor se desentendies de mí, sino que me daba todas las facilidades del mundo para que copiase, clavase el examen y me fuese de ahí aprobado. Y yo, cabezón de mí, empeñado en no copiar (ni una vez en toda la carrera, toma ya). No sé, no sería justo terminar con un notable en una asignatura que ahora entiendo de maravilla (es lo que tiene haberla estudiado tanto), y qué cojones, si yo empecé esto por ver si podía sacármelo y luego siempre vi absurdo copiar no voy a empezar a hacerlo ahora sólo porque un profesor esté harto de mí o crea que así me está haciendo un favor.

Así que no sé qué pasará, si me aprobará o se quedará pasmado viendo que ni con estas le he bordado el examen y me suspenderá, pero eso no cambia que fuese mi último examen. En este segundo caso, ahora lo que voy a pedir es que el tribunal de compensación me apruebe la asignatura; cumplo todos sus requisitos, y por lo visto es una especie de trámite.

Así que ale, aquí estoy, licenciado en el sentido en el que no tengo más exámenes por hacer y que entre el título y yo ya sólo quedan gestiones académicas y algún que otro trámite.

Da miedo pensar en cuando entré a estudiar matemáticas. Tenía un año sin nada que hacer, hasta que se acabase la prórroga de la mili (sí, bonita mía, en aquellos tiempos aún había que hacer la mili), así que pensando que siempre me habían gustado las matemáticas y teniendo muy presentes las palabras de Alfonso, mi profesor de matemáticas del instituto (que más o menos me vino a decir que se me darían bien, porque era un maldito vago), me matriculé aquí pensando que probablemente un año de cuerpo a cuerpo con ellas me hiciese cambiar de idea, y en cualquier caso ayudaría a verlas más de cerca y a pasar el rato.

Y ya ves, anoche estaba con el Alvariño en una mano, en mitad de un debate sobre antropología y ciencia en el que había un 75% de matemáticos (nos faltabas tú para llegar al 80%, ooh), y de pronto era consciente de que así con la tontería me he sacado la carrera, y que casi nadie de los que conocí el primer año lo ha conseguido, así que tiene que ser su mérito. Elena contaba anoche un chiste que habla de eso, están un arquitecto, un médico y un matemático hablando de Jesús, y dice el primero "si Jesus hubiese nacido en nuestro tiempo sería arquitecto, porque no hay nada más bonito y más noble que darles un hogar a las personas", y replicaba el segundo "no, si hubiese nacido en nuestro tiempo sería médico, porque no hay nada más elevado que curar a las personas", y entonces el matemático va a decir algo y los otros dos le interrumpen a coro diciendo en tono burlón "qué, ¿vas a decir que si Jesús hubiese nacido hoy sería matemático?", a lo que el matemático responde sonriente "no. Pero lo intentaría"... Esta carrera tiene un porcentaje de abandonos altísimos, supongo que en parte porque somos pocos los que la hacemos, y mucha gente que en su día no pudo entrar en otra carrera termina en esta (la nota exigida para entrar es un humilde aprobado), y además tiene su romanticismo, pero luego lo que se da en ella, las matemáticas de verdad, tampoco tienen mucho que ver con lo que se da antes en el instituto, con lo que mucha gente que era buena en el instituto termina medio loca y renegada, y qué coño, tiene sus cosas jodidas. Y yo, bueno, pues la he terminado, y eso tiene su punto sorprendente, y de vez en cuando, como decía, me asaltaba la consciencia de ello y sonreía al pensar "joder, ¡quién lo iba a decir, lo he hecho!". Y gracias a ella he conocido gente increíble, como Elena, que empezó el mismo día que yo y que terminó un día antes que yo. Y gracias a ella me ha pasado algo tan increíble como conocerte a ti, claro. Y gracias a ella, no sé, creo que he ganado algo, una forma de pensar o de ver las cosas que me hace sentir contento con el mundo. Ha costado años, pero ¿qué son los años, si total, terminan pasando igual, y esos años, en vez de una pérdida de tiempo, son lo más intenso que he vivido hasta ahora?

Total, que aquí estoy, escuchando Riverside y pensando que tengo que ducharme y afeitarme, y que esta noche me tomaré unas cuantas sangrías contigo y con otra horda de licenciados en matemáticas, sintiéndome absolutamente feliz. ¡Es repugnante! Se suponía que yo era un tipo gris y depre que sólo estaba satisfecho cuando podía lloriquear sobre lo miserable que es la vida. Se suponía que yo iba a ser el escritor prototípico de blogs. Y en vez de eso aquí me tienes, escribiendo aquí sobre mi felicidad y lo estupendo y maravilloso que es todo, sospechando que si me encontrase a mí mismo sonriendo como debo estar sonriendo ahora me odiaría como todo miserable pesimista odia a los que van ahí sonriendo y explicándole a todo el que pille cerca lo terriblemente contentos que están con sus vidas. ¡Lamentable!

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.