Tal vez sea algo intrínseco al ser humano, tal vez necesitemos tener hambre. Tal vez no podamos librarnos del hambre con comida, con cómodas vidas primermundistas, una nómina a fin de mes, una nevera llena y una memoria cargada de ritos aprendidos en programas de cocina, tal vez ese hambre simplemente salte a otra parte de la vida, huyendo, por qué no, del sentido del gusto, para aterrizar en el de la vista (y de ahí el hambre de cine, de fotografías, de nubes), en el del tacto o el del olfato (y de ahí mi hambre de tu presencia, de tu piel y de tu pelo), o en el del oído. Y de ahí la música.
O tal vez no sea un hambre de verdad, tal vez sea sólo nuestra costumbre de niños malcriados que, precisamente, no pasan hambre, que quieren ver el resto de sus sentidos colmados. Pero déjame que lo llame hambre esta tarde.
Hay gente que tiene un hambre desaforada, que necesitan llevarse cosas a los sentidos constantemente. Que buscan, desesperados, algo que aplaque sus sentidos, algo que sobresalga, porque el hambre ya no se quita con cualquier migaja, somos como aquellos tigres legendarios que tras zamparse a un ser humano sólo perseguían esa carne (que, salvo la tuya, debe ser tan insípida al lado de la de, digamos, una gacela o un ciervo). Y así recorremos como muertos vivientes las secciones de dvds, arrastramos los pies por las tiendas de discos y acariciamos con un dedo ansioso la zona de versión original de las carteleras. ¿Vale la pena?
Yo, claro, creo que sí que la vale. Que sólo ese hambre le lleva a uno a conocer ciertas joyas ocultas, esos grupos que no conoce nadie, esas películas que nadie ha visto, esas imágenes que nadie mira. Si tuviese que elegir un campo en el que mi hambre sobresale diría la música, sin dudarlo, y que la vista me perdone. Conozco a Godspeed You! Black Emperor, a Pain of Salvation, a Circles Over Sideligths, a Moonsorrow, a Kingston Wall, a Riverside, a Liquid Tension Experiment, Flogging Molly, Lúnasa y Urtz, por decir sólo diez, y me siento estúpidamente orgulloso cuando pienso que es improbable que nadie, nadie más que yo conozca a esos diez grupos, al menos nadie que no sea un hermano de vicio (de hambre y sed de música), y aún así estaría complicado, porque cada hermano lleva su vicio por lugares extraños, traza sus rumbos y al final los mejores cazadores son los que cazan en solitario, sobre todo en esta era tan jodídamente maravillosa que nos ha tocado vivir a nosotros los adictos, los hambrientos. Aunque de cuando en cuando hay quien vuelve y trae un tributo, un relato de lo que ha encontrado, y luce con orgullo un trofeo que compartir. Es lo que ha hecho Sergio en su blog, volver después de abrirse paso por la maraña arcana del jazz para poner los dientes largos a todo yonqui musical que pase por esa página.
Y hay que resignarse, no hay nada que hacer. Habrá que afilar la lanza, apretarse las pieles, encarar la noche y la ventisca y salir a probar esa carne, a ver qué cae.
Ahora SÍ que necesito una conexión a internet en casa.
21.2.06
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Con la tecnología de Blogger.
Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.
Espero que este blog tuyo no lo lea mucha gente, porque yo espero que el mío lo lea poca gente, y si vas y lo enlazas, mal vamos.
ResponderEliminarAhora tendré que escribir más relatos sobre la coprofagia para alejar a potenciales lectores.
Bájate Head Hunters de Herbie Hancock, que la verdad es que no tengo ni puñetera idea de si te molará, pero mi ano espurrea fresisuis cada vez que empieza a sonar.
Ñrg!