Toca cambiar el chip. Después de tanto tiempo bajo su influencia, la palabra "veinteañero" ya no es, para mí, más que un recuerdo de una época pasada. Desde el sábado, soy un treintañero. Fue, creo, el primer pensamiento del día de mi cumpleaños (el primer pensamiento consciente, al menos). Y es curioso, ¿no?, esto del tiempo, y como va pasando, así, sin avisar, con ese paso pretendidamente manso y disimulado pero tan feroz y tan implacable y tan digno de todos esos adjetivos que tanto se le dicen.
Claro, uno empieza pensando eso y a los diez minutos está en plan existencial profundo, tomando consciencia de la naturaleza voluble de la vida y de la propia mortalidad, "me moriré", se piensa, "si esto sigue así, al final palmo". Y como el "esto sigue así" se refiere a que el reloj siga funcionando, y como que el reloj funcione es condición necesaria para la vida, pues en fin, que uno va asumiendo cosas.
No es que sean desagradables, entiéndeme (creo que ya va siendo hora, con 30 años, de tomar ciertas decisiones, y una de ellas va a ser esta de decantarme por segunda persona del singular aquí, contigo). No voy a empezar a buscarle escapatorias a la muerte ni a tenerla miedo ni nada de eso, es más, asumo con orgullo mi condición de mortal, y cuando leo a alguno de esos científicos impertinentes afirmar, en reportajes la mar de extraños, que la muerte es una enfermedad a la que le encontrarán cura (de curación, no de párroco), pienso que están locos, que vivir siempre debe ser insufrible, y que al fin y al cabo tanta si tanta gente, y a veces tan genial, ha muerto, pues yo quiero rendirles mi pequeño tributo, llegado el día, y seguir sus pasos.
En fin, tambien son pensamientos más o menos habituales para un lunes cualquiera, ahora que lo pienso.
Me despedí feliz de mis 29 años, recapitulando. En la empresa nueva (¿he contado eso? Tengo otro trabajo) nos invitaron el viernes a un cóctel por eso de que llega la navidad y han instalado un árbol y querían que correteásemos a su alrededor persiguiendo a los empleados del catering, y aquello, tras una hábil maniobra evasiva, significó una tarde libre, que invertí en pasear mi ligera borrachera por Madrid y en meterme en un cine para ver La Cosecha del Hielo, que me encantó, y en comprarme otro par de películas, un clásico de mi infancia (Los Violentos de Kelly) y una película de mi director favorito, (12 Monos). Y luego me fui a casa (un viernes sin salir, tiempos locos estos), sin tener muy claro si proclamar a gritos la muerte de mi juventud, por no salir en viernes, o achacarla a la prudencia de estar reservándome para la noche del sábado. Dilemas como estos son siempre irresolubles así que bueno, tampoco me compliqué mucho la vida pensando al respecto, la verdad. El resto de la noche decidí invertirlo en terminarme Mundo Espejo, de William Gibson (mucho mejor el título inglés, Pattern Recognition), pero a partir de las dos (quien me ha visto y quién me ve) el dormir me pareció una idea cojonuda, así que según me desperté, después de toda la metafísica vespertina, lo primero que hice fue terminar el libro, que me ha gustado mucho, aunque con alguna pega final por esa manía que tiene a veces Gibson de sacar al final gente contando el desenlace, en vez de contar el desenlace en sí, pero bueno, es un buen libro. No es Dinero, de Martin Amis, que es lo mejor que me he leído este año de largo, pero se cuela con facilidad entre los favoritos del año.
Y ya basta de contar circunstancias, que me están saltando todas las alarmas de convencionalismo blogero.
19.12.05
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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.
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