Llueve, lo que es fabuloso. Maribel (uy, perdona, te he nombrado, se me escapó, ji ji) anoche se quejaba al respecto, pero ¿y lo romántico que queda ir en tu pequeña parcela privada, los dos, el paraguas y el muro etéreo de la lluvia repiqueteando, a nuestro alrededor, en la acera? ¿Y lo reconfortante que es pensar cómo el coche estará quedando tan limpito, ahí aparcado?
Madrid es una ciudad que nació para ser llovida, pero que tuvo la mala suerte de estar en mitad de este país de sequía y donde el cambio climático amenaza con un futuro en el que cuando queramos lluvia tendremos que escupir al cielo (qué metafórico, por cierto). Así que bueno, Maribel se quejaba mientras íbamos por ahí con ese baile errático de quienes van esquivando charquitos, pero yo sonreía, tan contento por todo aquello, agradecidísimo a todas esas superfies mojadas que se llenan de luces y de reflejos y que convierten el caos circulatorio en una obra expresionista. Que dure, que dure.
Maribel, por cierto, es propensa a ponerse suspicaz cuando la nombro por aquí, pero espero que comprenda (espero que comprendas) que me es imposible hablar de lo bonito que es Madrid con lluvia sin incluir su (tu) nombre en la explicación, cuando sospecho, con esa intuición que tienen las verdades esenciales, que sin ella (sin ti) Madrid sería como la concha vacía y polvorienta de un caracol que se cambió de domicilio.
13.11.05
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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.
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