21.1.11

Terry Gilliam cambió mi vida

¿Qué nos cambia la vida? Si tuvieras que mirar atrás y ver qué decisión o qué suceso determinó tu vida tal y como es ahora (o si tuvieras que escoger, de entre las muchas que te han conducido al presente, cual fue la más improbable y la más inesperada), ¿cuál sería?

Yo, que esta semana he estado hablando mucho de cine y, en consecuencia, dando mucho la lata con mi director favorito, he llegado a la conclusión de que a mí la vida me la cambió una película: Tideland, de Terry Gilliam.

La cadena de sucesos vino a ser así: un buen día de 2007 yo no tenía nada que hacer, y decidí pasar el día perreando e irme por la noche al cine.

Nunca me ha importado mucho ir solo al cine, y por aquel entonces aquellas expediciones eran, en parte, demostraciones de independencia: si no tenía planes, si no tenía con quién quedar, tenía el recurso de irme solo a ver una película. Lo veía, y lo veo, algo de lo que sentirse orgulloso porque, por lo que veo en las colas de la entrada y en las salas de cine, es bastante inusual que la gente vaya sola a ver una película.

Yo lo hacía: metía buena música en el reproductor de turno, empuñaba un libro, me iba a dar un paseo por las librerías del centro (en aquel entonces era el centro. Ahora es el barrio y alrededores: lo que te puede cambiar una peli), luego me iba a una cafetería a leer un rato y tomarme un café, y luego al cine.

Cuando se terminaba la película, me volvía a casa, leyendo y escuchando música. Eran días estupendos.

Total, que aquel día de 2007 decidí ir a ver la película de Terry Gilliam. No sé por qué nunca es fácil encontrar quién te acompañe a ver películas suyas, y me dije: aprovecho, antes de que la quiten (en aquel entonces ya sólo la ponían en sesión golfa). Me leí la crítica (decía que podía ser un tanto excesiva, la película, pero que a los fans de Terry Gilliam les encantaría (y yo lo soy), decidí que definitivamente era probable que me gustase, no sé qué libro agarré y para allá que fui.

La peli, por cierto, me encantó.

Alguien del Bremen (al que, como casi todo lo que ha sucedido después, voy gracias a esa película) decía hoy en un correo que a ver quién es capaz de escribir un relato que no tenga tono deprimente y que hable de decadencia, de ilusiones pasadas, miserias presentes y sordidez: eso, en película en vez de en relato, es Tideland.

Cuando volví a casa volví como se vuelve de ver una película genial: en estado de shock. Lo aproveché para escribir un post en el blog. Un arranque más de esos míos de hablar de algo que a mí me ha encantado y que a la mayoría de la humanidad no le interesa un pimiento.

Pero en otro rinconcito del mundo, poco después, una mujer estaba trabajando en algo en lo que salía mencionada bastante a menudo la película 12 Monos (era un trabajo rarísimo, en efecto), y como no la había visto, le preguntó al tío Google por la película, primero, y luego por el director.

No sé qué senderos tortuosos del buscador la condujeron a mi post, en lugar de llevarla al IMDB o a Wikipedia, pero me leyó, y tuvo la santa paciencia de aguantar la primera parte del post, que era yo dándome autobombo y contando lo bien que me lo paso yendo solo al cine (pensando cómo empieza este post veo que he cambiado poco, en ese sentido, pese a Terry Gilliam). Así, de esa manera, aquella mujer llegó a mi blog. Concretamente, aquí.

Luego, a veces, volvió.

Después montó un taller literario y le preguntó si quería participar a gente a la que leía. Yo fui a uno de los que le preguntó y dije que bueno. La Muchacha también fue preguntada, y también dijo que vale.

Luego ella sonrió, y bang: empezó esta vida.

Ya sé que es futil ponerse a pensar ¿y que pasaría si tal cosa no hubiera sucedido? porque la vida, en su conjunto, es la consecuencia de la acumulación de improbabilidades absurdas. Pero como lo futil suele ser divertido, esta semana, cada vez que hablo de Terry Gilliam, pienso que si no fuera por ese señor, que hizo esa película tan genial, tan tremenda, tan visceral, tan bella y tan horrenda a la vez, yo ahora no sería yo: sería otro yo bastante más infeliz, bastante menos afortunado.

Así que cuando hablemos de cine y te de el tostón diciendo que ni Kubrick ni Eastwood ni Ford, que mi director de cine favorito es Terry Gilliam, ya sabes por qué: porque ningún otro director de cine me gusta tanto y, encima, me ha cambiado la vida.

Mil gracias, señor Gilliam. Retratando infiernos, creó usted mi firmamento.

3 comentarios:

  1. Bonita historia.
    Por cierto, últimamente todo lo que me cuentas acaba en un post. Voy a hablar con la SGAE por la cosa de los derechos de oyente, si existieran. Contigo me forro (sin salpicar).

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  2. Es curioso, sí, que te cuento cosas y luego las escribo.

    Yo creo que es que como no te hago caso y por distraerme de tu siempre inquietante presencia, me dedico a pensar posts en alto, ji.

    Pasa un buen finde, no mordisquees a las ovejas, lobuno.

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  3. Me encanta cuando te pones tierno, la verdad. :-)
    Un abrazote,X.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.