12.11.10

Cormac McCarthy - Todos los hermosos caballos



O todos los caballos bonitos, o como se atreva uno a traducir All the Pretty Horses: en realidad, tras leer el libro, quizá el título más adecuado sería Los caballos son fabulosos y molan mogollón, pero supongo que sería un título que haría tirarse de los pelos a los comerciales de Random House.

En fin: tras el punto final figurado y no figurado del que hablaba de corrido en el post inmediatamente anterior a este tanto en el tiempo como en el espacio, un buen amigo del que no voy a hablar hoy no porque él nunca quiera sino porque no me da la puta gana me dejó la Trilogía de la Frontera de este señor, McCarthy, que es un escritor del que yo ya he leído tres cosas, en este orden Meridiano de sangre, que me encantó, La carretera, que me gustó mucho, y No es país para viejos, que bueno, tengo mis cosas con ese libro pero siempre aplaudo cuando un escritor tiene los santos huevos de matar a su protagonista a la mitad del libro.

Quiero decir con esto que yo ya iba sabiendo que Cormac McCarthy puede rellenar varios centenares de páginas describiendo el desierto y las puestas de sol (y que yo puedo soportarlo con gusto) y también conociendo esa maldita manía suya de no especificar nunca un diálogo salvo, a veces, con referencias como dijo tal en mitad del diálogo. Como si su teclado no tuviese ya guiones, o bueno, comillas, que por lo que veo es lo que usan los anglosajones para los diálogos, aunque quizá me equivoque. Y como a veces ni avisa y no tiene mucha costumbre de explicar todo el rato quién habla a veces, hasta que uno se hace, cuesta distinguir cuando narra y cuando Jimmy contesta a Johnny o Richard divaga o Henry filosofa con su caballo que no contesta aunque no necesariamente tiene por qué limitarse a ser cabalgado.

En ese sentido Todos los hermosos caballos fue un gustazo porque McCarthy sitúa su trilogía fronteriza con una pata en el sur de Texas y la otra en el norte de México, y un gran porcentaje del texto lo pone en español en el original. Como yo lo leo también en español los editores han sido tan corteses de poner en cursiva esas partes, para que sepamos cuando se habla inglés y cuándo no, así que en líneas generales cuando hay muchas frases con casi todo el texto en cursiva uno sabe simplemente mirando, y esto para mí es una novedad en McCarthy, que está sucediendo un diálogo.

Por otra parte tanto uso del español me ha hecho pensar mucho, muchísimo, en un pobre lector yanqui que no tenga ni idea de español y esté intentando leerse el libro. ¿Qué le harán, freírle a notas a pie de página? ¿Decirle que de un curso rápido de español que haga especial énfasis en términos equinos y descripciones paisajísticas? Debe ser un coñazo. Pensar en ese pobre lector la verdad es que me ponía un tanto nervioso.

Respecto al libro en sí, va de: dos chavales (16 y 17 años) que un buen día del año 1949 y por razones que no vienen a cuento aquí deciden irse de casa. Como son personajes de Cormac McCarthy no les da por irse a casa de otro amigo o esconderse en el desván, no: ensillan sus caballos y se van al desierto, primero, y luego a México. Ese, para mí, es quizá el mayor logro de McCarthy: uno lo lee y piensa joder, qué par de huevos tienen los chavales, y por cómo están descritos los personajes no le termina pareciendo ninguna exageración. Simplemente son así. Ecos, casi un siglo después, de aquellos jinetes de leyenda que iban de un lado a otro como les daba la gana, con la libertad de tener un caballo entre las piernas, un sombrero sobre la cabeza, una manta en la que enrollarse, un rifle, algún que otro conejo que pase por allí y un riachuelo ocasional.

Su segundo pro son, definitivamente, los caballos. En Meridiano de Sangre,  decía yo ahí arriba, McCarthy ya demostró ser capaz de contarnos cómo es cabalgar por el desierto haciéndonos pensar más en un tipo que se ha tirado un par de décadas haciéndolo que alguien que ha buscado "Far West" y "cowboy" en la Wikipedia. He dicho en alguna ocasión y me reafirmo en que si algún día he de perderme en un desierto con un escritor y me dan a elegir con cual, mi voto va para este señor. Seguro que al segundo día ya estábamos cenando culebra asada y destilando metanol de algún cactus. Aquí McCarthy llena el libro de caballos desde el título, que no es nada traidor con el contenido del libro, a su última página. Jamás he sentido, leyendo un libro, tal amor por los caballos y tanta minuciosidad a la hora de referirse a ellos. Que si cepillarlos, que si manearlos, que si hablarlos, que si abrevarlos aprovechando el gorro de vaquero puesto del revés, que si comprar cereales en una tienda (porque, no lo olvidemos, el libro pasa en pleno siglo XX, y en fin, hay más asfalto que prados ya, en bastantes lugares) y dárselos al caballo.

Eso y, definitivamente, el personaje protagonista, John Grady, son lo mejor del libro. Le pasan cosas, claro, pero a veces pasan pocas cosas, y aún así yo no podía de leer, enganchadísimo, las vivencias de ese ser absoluta y rotundamente libre, por un lado, y quizá encarrilado, por otro que tiene que ver con el paso del tiempo, o el fin de uno de ellos.

Así que iba yo leyendo el libro encantado hasta que, de pronto, se pusieron a pasar muchas cosas muy deprisa y McCarthy se desboca y yo me pierdo: cuando suceden momentos de acción (y aunque uno sospeche que algo que originó una peli con Pe debe ser un coñazo realmente llegan esos momentos) a McCarthy le da la manía de ponerse un traje de contable y se pone a enumerar y a describir con una minuciosidad tan forzada que la narración descarrila. Digamos que de pronto a dos personajes del libro les diese por pelearse esgrimiendo un cazo en una mano y un periódico enrrollado en la otra: McCarthy nos contaría entonces que si uno de ellos hace retroceder cinco centímetros el pie izquierdo, el otro inclina su cazo veinte grados a la derecha, el primero lanza una finta con el periódico hacia el cazo del otro, el segundo alza la barbilla y estira una pierna, el primero pone su cazo del revés, el segundo agita el periódico, el primero mira la página del horóscopo, el segundo hace el pino y, a la vez, pajaritas con las páginas de contactos, etc.

Hay dos ocasiones en el libro en el que McCarthy se pone en ese plan, y en las dos me pasa absolutamente igual: en un intento que no sé a cuento de qué viene de narrarlo todo tal cual termina resultando la mar de confuso, porque hacer literatura no es inventariar nada y no viene mal soltarle algo las riendas al lector, y que se pinte el la escena antes de llegar a un punto de la acción en pleno climax del libro y que no sepas ni siquiera dónde están los protagonistas de la misma.

Así que el libro, la verdad, me ha encantado, y lo he disfrutado como un enano. John Grady es, desde ya, uno de mis héroes literarios. Pero francamente esperaba, al leerlo, que esos arranques de desmenuzamiento de la acción no le durasen al autor toda la trilogía. O por lo menos que no se cargue el puto clímax del libro con uno, coño.

Pero por otra parte el libro trae implícito el consuelo de saber que si algún día a algún loco se le ocurre regalarme un caballo, ya tengo un doctorado a distancia sobre cómo cuidarlo, alimentarlo, mimarlo, tratarlo, cabalgarlo y, bueno, todo menos cocinarlo.

Y en menos de 22 horas y pico, o lo que me quede para el tercer post, que no lo sé, cuento si lo va consiguiendo en el segundo libro, que es con el que estoy ahora.

1 comentario:

  1. Una gran crítica. De verdad. Cuentas lo que es y lo que crees que no debió ser, así que cada uno se hace la idea de si lo va a leer y cuándo.

    ResponderEliminar

Con la tecnología de Blogger.

Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.