14.11.10

Cormac McCarthy - En la frontera

Jo jo jo, entendí el finaaal, entendí el finaaal, jo jo jo.

Venga, en serio, ¿alguien más? ¿Alguien del público? ¿Alguien sabe qué es ese día fugaz, raro y breve que despierta al personaje en las últimas páginas y que se desvanece de pronto en una nueva noche? ¿No? ¡Jo jo jo!

(Y si alguien lo sabe y le da por responder "David, no estás solo a la luz de la vela de la comprensión", que avise de que va a poner un espoiler del tamaño de una cosa como esa del final del libro)

Ah, tremendo. Yo no sé si la inflamación de autoestima que me ha dado terminar el libro y decir "¡hum!" y buscar en Google Maps me van a dejar escribir una crítica útil (claro que ¿existe la crítica útil, en realidad?). Pero vamos a probar.

Ejem ejem.

Lo he mencionado ya en este post y en el anterior hasta de manera explícita, pero lo digo aquí con toda la seriedad del mundo: esta es una novela que gana si el lector se dedica, mientras lee, a sostenerla con una mano mientras con la otra busca en el ordenador por dónde diablos va cabalgando el protagonista en Google Maps. No ya porque puedas quedarte sin entender qué diablos quiere decir Cormie en esas últimas páginas, sino porque, bueno, durante buena parte del libro el protagonista de esta novela, otro adolescente al que le sale más natural cabalgar frontera arriba y frontera abajo por montes y desiertos que bostezar, y pasa por una serie de pueblos que no dejan de repetirse. Leerlo sin saberse el mapa de carreteras de Nuevo México y México A Secas puede ser un jaleo. Y también porque uno puede dedicarse a utilizar el Google Street View. En ciudades no, porque bueno, han pasado setenta años de la época que narra el libro y los pueblos y ciudades que se describen probablemente hayan cambiado (aunque la prosa de McCarthy haga pensar que no, que son inmutables, salvo que los corroa el viento. Pero claro, una cosa es prosa y la otra realidad), pero caminos, montes, valles, lagos, nada escapa al ojo de Google, que generoso nos puede donar un sucedaneo descafeinado de la vista de los parajes por los que trota, aquí, el caballo de Billy Parham.

Más cosas: se ve que Cormac decidió dejar de ser tan riguroso con los momentos de acción, o que logró hacerlo todo más comprensivo. Esta vez casi no me he hecho líos leyendo esas partes. Y cuando se pone realmente minucioso lo hace hablando de cosas como cepos para lobos o curaciones de herida de bala (McCarthy acaba de convertirse también en mi primera respuesta si alguien alguna vez me da a elegir un escritor que me acompañe antes de ser alcanzado por un tiro), no en los momentos cumbre de la trama. Claro que por otra parte el tío perro va y cuando llega el momento cumbre de toda la maldita novela va y ni da una pista de qué diablos pasa y lo fía todo a la geografía, a la historia y a ver si al lector se le enciende la lucecita (jo jo jo)... pero eso, obviamente por subjetividad de mi ego satisfecho, es algo que también me ha gustado de esta novela: McCarthy trata con más cariño a sus personajes que a sus lectores. Considerando tanto escritor tan partidario de agarrarte de la mano en la página uno y llevarte pasito a pasito por la trama explicándote todo como si fueses imbécil, merece un aplauso. Aunque se arriesgue a que, como me temo (jo), poca gente termine entendiendo qué diablos pasa al final.

El tirón de orejas de este libro, entonces, no va para la forma de narrar la acción cuando la acción se acelera. Tampoco para la reiteración del tema: si bien es cierto que el protagonista, durante la mayor parte de la novela, hace lo que hacía el prota de la anterior (o sea, cabalgar), a veces da la impresión de que cada cual lo hace por un México distinto. La gente del segundo libro es, por lo general, más inquietante. No es que en el primero el camino sólo deparase encuentros hippiescos con mexicanos deseosos de invitar a frijoles, tortillas y tacos a los jinetes que se encontrasen, pero a veces daba esa impresión. El segundo libro, en ese sentido, da la impresión de sentirse más sucio, más perverso, y por tanto más humano, más real.

Pero el tirón de orejas viene, justo entonces, cuando esos personajes, tras mostrarse como seres humanos despiadados o generosos, se ponen a hablar. En este libro, no sé yo muy bien por qué, a todo bicho viviente con capacidad de habla le da por ponerse filosófico. Y se suceden encuentros con vaqueros mexicanos o alguaciles o gitanos o feriantes o lo que sea en los que de pronto se ponen a hablar del Ser y de No Ser, oh dime tú Zenón, y que si Dios para arriba y la realidad para abajo y bla bla bla. No sé: francamente, a mí no me resulta muy creíble. Sé que alguno dirá (y alguno ya ha dicho) que quizá el contacto con la naturaleza, tanta noche al raso mirando al firmamento y tanto soportar la lluvia aporreando el cráneo vuelva a la gente propensa a la filosofía. Pues quizá pase eso con el cielo que se ve allá y la lluvia de por aquellos lares, porque la gente de campo que yo he conocido no acostumbra a trotar por la senda de la filosofía más allá de lo necesario para saber que existe un concepto llamado Dios en el que, cuando llueve y hace frío, te puedes cagar a gritos para sentir cierto desahogo.

Lo que en conjunto me ha conducido al siguiente balance del libro: muy minucioso, muy riguroso, mucho mareo con la geografía, pasa bastante de preocuparse por darle el texto en forma de papilla al lector, y de pronto plaf, un arriero hablando de ilusiones y realidades, un hermitaño verborreico, una tabernera existencialista, un hermano nihilista...

Entiendo que Cormac McCarthy hace eso por el tono que le quiere dar al libro, porque quiere que lo que le pasa al protaginista lo consideremos, quienes lo leemos, teniendo en la cabeza unas ciertas ideas que todas esas voces nos explican. Pero encontrarlas en tantas bocas no ha dejado de darme la mareante impresión de que Mr. McCarthy habla a lo largo y ancho del libro con las bocas prestadas de los personajes. Para eso, caramba, haces un personaje que esté medio loco, y le encargas a él que diga todas esas paridas. Al menos no termina uno con la impresión de que medio México era un país de filósofos psicópatas.

Y pienso esto y pienso "ah, como hizo en Meridiano de Sangre con el señor Juez". Y pienso que paso a paso, novela a novela, el señor McCarthy se va librando de las críticas que hago.

Considerando esa tónica seguro que a la siguiente novela que saque no podré encontrarle ni un pero, me aburre y la termino tirando a la papelera. Con lo que me gusta a mí quejarme, no me extrañaría nada.

Para terminar, por ahora mi favorito de la Trilogía de la Frontera sigue siendo el primero, gana John Grady a Billy Parham. A ver qué pasa con el tercero, en el que salen los dos protagonistas.

El desenlace proximamente, aquí, en la cama sin hacer.

6 comentarios:

  1. Me parece recordar que una vez dijiste que escribías relatos del Oeste. Supongo que si estás leyendo al gran Cormac (o su trilogía) se te quitarán las ganas de intentarlo más. O quizás no.

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  2. Menos mal que ni Charlie Galibert ni yo le vemos lógica a esa idea (peligrosa, además: con lo que lleva llovido en la literatura, ¿quedaría algo sobre lo que escribir sin estar a la sombra de un genio?). Si no ni tendríamos Sistac ni yo habría terminado mis westerncitos.

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  3. ¿peligrosa? Aliviaría mucho las avalanchas de novedades superfluas,o sea, casi todas, porque, como bien dices y yo soy consecuente: "¿quedaría algo...?"

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  4. vale, no hace falta que te pongas así -se me había olvidado lo poco que te complace que te contradigan-, se un poco hospitalario que aun tienes que hacerte la cama

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  5. Y más ejemplos (¿contraejemplos?)-contraviniendo al mando-: Jim Harrison, Wallace Stegner. excelsos ambos. Y don Quijote, que también era un western (sureño) y una road movie.

    Ya te dejo tranquilo otra larga temporada

    Vale (útima palabra de El Quijote)

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.