12.9.10

despidiéndonos de Assilah

Voy a soltar aquí una serie de sandeces que he venido yo pensando (no muchas: las tres o cuatro que ahora recuerde).

La primera es de índole sociológica: uno podría pasar una semana entera viviendo en París sin entablar más conversación que la necesaria para ordenar primeros, segundos, postres, café y cervezas, pero no se puede pasar más de una hora en Marruecos sin que alguien te haya preguntado quién eres y de dónde vienes, se haya enterado de tu vida, te haya contado la suya, te proclame su amistad y te proponga un business. Somos máquinas de dinero con patas pero, como son tan simpáticos y como existen los franceses aquí también, les caemos bien.

La segunda era sobre el camino a la playa. Hay varias, tal vez infinitas mordisqueando el borde de África, pero nosotros hemos premiado con nuestra presencia sólo una, la de Las Cuevas --así, en español en el original--. Se llega tras una travesía de cuatro o cinco kilómetros en coche y uno o dos por un camino digamos que revoltoso. De ahí nuestra cercanía a Rashid y nuestro amor a los Mercedes venerables: hoy hemos usado otro transporte --taxista amateur-- y nada que ver el Mercedes con una C15. Rashid además tiene una habilidad fantástica para elegir entre caminos principales, caminos secundarios, cuando están mejor, y campo a través, cuando está todavía mejor, lo que sucede no todo el rato, pero sí a menudo. A mí todos esos paseos en coche me recuerdan tanto a mi infancia, rebotando en la parte de atrás de los coches que iban o venían del campo que siempre se me salta una lagrimita durante los viajes. Como soy así de duro y eso no se puedo notar, después suelo golpearme la cabeza con la parte más dura del coche que tenga cerca, para disimular.

La tercera es religiosa. Ten en cuenta que, bueno, en un país digamos que algo religioso, aquí ando yo, diciendo hola, un ateo. Y me llama bastante la atención. Hemos tenido la tremenda suerte de llevar para vivir el fin del Ramadán y sí que se ponen solemnes, sí. A eso de la una de la tarde y de las siete, unos altavoces, uno de ellos situado justo al lado de nuestro riad, recitan a todo volumen ¡¡¡ALLAAAAH MUHACBAR!!! y luego una serie de indescifrables rezos, consignas y alabanzas. Tengo una grabada en el móvil y todo. El caso es que acabado el ramadán las calles se llenaron de gente sonriente, chavales por todas partes, muchachas con el cabello al aire. Y nos cruzamos con un niño que a la puerta de una pastelería gloriosa (o tal vez en otro sitio: yo, la orientación, pfff). El niño gritaba imitando a los señores de los altavoces, ¡¡¡ALLAAAAH MUHACBAR!!! A nosotros nos dio la risa, el niño ahí haciendo en público eso que nosotros sólo nos atrevemos a hacer en la soledad de nuestra azotea, borrachos de un zumo de naranja estupendo que por aquí tan fresco que lo hacen delante mismo de tus narices.

Y si tenía más pensamientos no los recuerdo. Del viaje no digo nada. Como en el cuaderno de viaje de aquí mi Compadre, sólo puedo decir "como ayer, pues igual". Que viene a significar maravilloso, claro, aunque bueno, un pelín peor, porque mañana ya no podemos repetir el plan (hemos de volver a aquel lugar al norte, entre el humo no tan dulce), y muchísimo mejor, porque mi Compadre es un tío muy majo y yo le tengo un cariño que no cabría en Las Ventas sí, sí, pero la Muchacha es la Muchacha, y hoy no la veré, pero mañana sí.

3 comentarios:

  1. davicillooooooooooooooo
    todo suena requete quete
    quiero ver fotos
    y (micro)poemas
    beso!

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  2. Siento decirle, señor Davicín (aunque me consta que no ha sido culpa suya) que estoy esperando más textos de crónica del viaje porque (no sé si lo sabe) he vivido la última parte del mismo de forma vicaria, esperando que usted lo hiciera real al publicar en su blog. Así que siento que no lo he vivido del todo.
    Ya ve usted. :-D

    Un abrazo,
    X.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.