15.7.10

ya sí

Que ya he logrado cerrar la mandíbula, que se me quedó atascada el domingo, en el minuto 116.

Mañana del lunes, camino de la secta: ojeras en el metro, bostezos que prenden como chispas de agosto en la maleza. Y de pronto, en el vagón, alguien toca una trompeta, atronando el vagón, y la gente sonríe.

El cuerpo y la mente: el cuerpo, después, en la secta, sentado, sometido a la carne y al horario. Pero la mente vagaba libre, atrás en el tiempo, al sur en el espacio. Revoloteaba alrededor de la pata izquierda de esa mala bestia que es Iniesta, lanzando esa pelota a las fauces de la portería holandesa. Y gol. Me quedé afónico.

Así que era esto: así que así se sienten los campeones del mundo de fútbol. Pensar ¡coño, campeones del mundo! y sentir los pelos de punta y un hielo que baja por la columna vertebral, mientras se camina por una ciudad roja y escandalosa y feliz.

El pulso humano: la Muchacha no vio el partido en el bar, sino en palacio. Y nos contó luego, cuando correteábamos por las calles al ritmo de los oés oés oés, que incluso desde el ala más profunda del palacete se sentían los uys y los aaahs, y que retumbó, en el instante de la gloria, el ruido de las miles de gargantas que se quebramos clamando ¡goool!

El bien 1 – el mal 0: no sólo era un gol de esa cosa que emboba y maravilla, el fútbol este de marrás. Lo del domingo fue un triunfo del bien, del ideal platónico de la belleza, sobre el mal, el ideal platónico de la marrullería, el empleo del kung fu en ámbitos que no le incumben.

Fútbol 1 – Religión 0: porque dicen que el fútbol es la nueva religión de la masa, y se equivocan. Es el reemplazo de la religión pero no es otra, el algo distinto y mejor, porque a diferencia de cualquier religión el fútbol está vivo, y los milagros suceden, y los dioses no habitan libros polvorientos escritos por cabreros ignorantes y supersticiosos. El fútbol permite que mil millones de personas puedan ver a la vez y todos juntos como uno de ellos baja al cielo y, canijo y genial, coloca la pelota dentro de la red.

La jugada: ahora puedo parecer oportunista, pero juro por el gol que terminó la jugada que cuando esta empezó yo me dije “esta es”. Después de tanto zarzal que cruzar y tanta coz que soportar, en cada pase español aparecía un pie holandés que la tocaba, pero no la cortaba; la torcía, pero llegaba a otro español que le daba velocidad; la interrumpía, pero sólo lograba construir la pared con otro español que seguía corriendo como en el minuto diez. Y así la bola zigzagueaba hacia arriba, otro tropiezo con un holandés, otro pase español. Y yo pensé “esta es, esta tiene que ser”, porque hasta con los pies holandeses de por medio la pelota pareció de pronto empeñada en favorecernos, en devolvernos el favor de su redención. Torres se la pasó a Cesc, Cesc la cruzó en el area, Andresito la paró y volea, la pierna del central desesperada, tan cerca, la manopla del portero que la toca, pero que no basta, y nos rompimos las gargantas. Y yo pensaba “claro: esta era, esta era”.

La redención de la bandera: este mundial ha completado en mí un proceso que desencadenó la Eurocopa. Antes la bandera española era, para mí, ese trapo bajo el que comulgaban los fascistas. Sé y sabía que no tenía por qué ser así, pero entre mi desinterés patriótico y el entusiasmo de a quienes les he visto hacerla ondear bajo banderas nazis, estaba robada, y a mí francamente me daba igual. Fue en la Eurocopa cuando me sorprendí viendo con una sonrisa a quienes la ondeaban por las calles. Sé que a partir de ayer cuando vuelva a verla pensaré cosas como “qué bonita falda hace para las futboleras”.

La redención de España: vaya por delante que a mí todo esto de ser español, que con tanto orgullo he oído cantar, me importa un bledo, porque entiendo y comprendo que no deja de ser más que un mero complemento circunstancial arbitrario, pues uno no elije su nacionalidad (si no eres Einstein, al menos, que eligió ser apátrida). Pero el nombre de España ya no es sólo el nombre de este país, sino uno talismán para futboleros. Estaba la Brasil clásica, esa que daba gusto ver jugar y que gentuza como Dunga ha derribado al fango de los tuercebotas. Estaba la Holanda de los setenta, que se sigue recordando con cariño pese a las tropelías a las que ayer se dieron sus herederos. Y ahora está España, también. Con el plus añadido de ser, entre las tres, la única leyenda viva.

La redención del fútbol: la penúltima Eurocopa la ganó Grecia, con un fútbol rácano que aburría a las piedras cuya suavidad compartía. El penúltimo Mundial lo ganó Italia, con un fútbol, bueno, italiano. Cuando España ha ganado las dos últimas convocatorias de los dos torneos de selecciones lo ha hecho con un fútbol imaginativo, ágil, bello. El mensaje, clarísimo, es que puede ganarse haciendo del fútbol algo digno de verse. Da gusto ver que otras selecciones, pienso ahora en Alemania, ya copian el modelo, y les va francamente bien (al menos hasta el cruce con España, pero es que por ahora tenemos el copyright original). Y pienso que vendrán más, y que le estamos haciendo un favor tremendo al fútbol en sí y, sobre todo, a nosotros, sus espectadores.

Los semáforos: y de vuelta a casa, cada semáforo cerrado era una fiesta, con los coches detenidos poniendo la música y el coro de bocinas, y cada grupo de peatones bailando y cantando y agitando banderas y extremidades. Y así todo Madrid.

Así que era esto, coda: así que ganar un Mundial es como ganar una guerra, pero sin muertos, infinitamente mejor.

5 comentarios:

  1. Yo ahora me pregunto, sin mucho raciocinio, cuánto tiempo tiene que pasar para que las banderas que cuelgan de balcones y antenas de coches se olvide que responden al apoyo al mundial y sean solamente de los abanderados... Dicho esto desde la menor de las intenciones de reflexión sobre el amor a la bandera o no de este paisito arrinconado de Europa.

    Lo pasamos bien. Alegra la alegría. Lloramos con Casillillas.

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  2. Esa noche llevaba una camiseta color caqui con una estrella roja.

    Primero vi a un grupo de marroquíes agitando una bandera verde, ¡la de su país! Al principio lo interpreté como un acto provocador pero observé. La agitaban exactamente igual y con el mismo ánimo que todas las demás. Llegué a la conclusión de que algo debían agitar y su bandera es lo que tenían a mano: ¡qué mas da!

    Luego me abrazó uno de izquierda unida a muerte. Lo sé porque fue lo que dijo para justificar su abrazo, obviamente creyó que mi camiseta traía carga ideológica. Y le abracé porque un cariño, ¿qué daño puede hacer? Claro que te abrazo, coño. Este chaval tenía la cara pintada con al bandera de España.

    Cuando fui consciente de que mi camiseta podía traerme algún conflicto la di la vuelta.

    Siguiendo por Gran Vía pasé al lado del Gula-Gula, famoso bar cabaré de travestis, strippers y una de las sedes lúdicas del mundo gayer. El personal salió a la azotea del edificio a corear y agitar la bandera de España. Dos cachas, uno de ellos con bandera por pareo, se besaron ante el júbilo de aficionados claramente heterosexuales.

    Me alegré de haber dado la vuelta a la camiseta porque al seguir acercándome a la Plaza de Cibeles otro me saludó alzando el brazo, por supuesto, con colores españoles. Pero fíjate, me pareció un saludo como otro cualquiera.

    Y me dije: "¡Qué raro que nadie se pegue ni se insulte!".

    A veces los símbolos pierden su poder ante un significado mayor y compartido con júbilo. Quizás sólo fuera un ratito, quizás no se repita y quizás fue por un motivo banal. Pero ocurrió.

    Sólo por eso recordaré ese día con mucho cariño.

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  3. Todavía me emociono, coño.

    Y no has mencionado el colofón, que no tiene que ver con el fútbol (o sí) pero sí con la emoción, con la euforia, con la alegría, con la espontaneidad, con la sencillez y con hacer realidad los sueños y los deseos de millones de personas que sólo pensaban: bésala. Y la besó.

    Porque ese beso es ya, para siempre, uno de los más bellos de la Historia.

    Como esa noche inolvidable del domingo 11 de julio de 2010.

    Y nosotros estuvimos allí, y lo vivimos, y nos desgañitamos, y nos abrazamos.

    Ay, que todavía me emociono...

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  4. Aroa: no se preocupe usted (ya sabe, imagíneme decirlo como yo se lo digo siempre), que la reflexión sesuda sobre la bandera ya la ha montado Porto.

    Perplejo, Marina y también Aroa: yo acabo de terminar mi procesado mental de todo este asunto de la bandera y lo que significa precisamente en el post de Portorosa, donde en mi respuesta he parido una cita que a mí me ha parecido iluminada y que no voy a resistirme a repetir aquí: España por fin ha dejado de ser un país para ser un equipo de fútbol.

    Y la bandera ha dejado de significar fachas y tiniebla para ser el símbolo de ese equipo, un equipazo. ¡Estupendo!

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.