5.7.10

el misterioso caso de la bombilla desaparecedora

Quizá alguien se extrañe de que no hable del Mundial. ¡Hoy tampoco, hoy tampoco!: aborrecedores del fútbol, seguir leyendo, que el post de hoy va de misterio. Pero antes, lo de mi silencio futbolero. Realmente no hablo del Mundial por dos razones. La primera, que hasta ahora no ha habido gran cosa que decir, por ser todo tan predecible que voy segundo en la porra de la Secta (y no voy primero porque un tipejo del atleti me copió y tuvo más suerte con su estimación de Ghana). La segunda, porque estoy muy ocupado viéndolo.

Así que por lo primero no hablo de lo que empeña casi todo mi tiempo, y por lo segundo, no tengo tiempo para hablar de nada más.

Pero a veces la realidad nos asalta, nos pone una gabardina aunque sea verano y luego nos sacude por las solapas (por eso nos ponía la gabardina: si no así, en verano, a ver qué solapas agarra) y nos reclama su atención. Esto sucedió mediada la semana pasada, cuando tuvo lugar el misterioso caso de la Bombilla Desaparecedora que da nombre a esta parrafada.

Sucedió que el día anterior yo tuve un arrebato chapucero y compré cables y cinta aislante y un casquillo y una bombilla y demás utensilios eléctricos y decidido a buscarme una buena baja laboral por electrocucción me puse a ponerle un interruptor a nuestra nueva y flamante lámpara de la Cámara de Dormir (que no traía porque, sospecho con pavor, no fue originalmente diseñado como lámpara de dormitorio, con lo bien que queda. Tengo que echarla una foto, por cierto, y te la enseño), y una bombilla a un cuarto de baño que tenemos huérfano de la del techo desde que el Palacete fue conquistado a sangre, hipoteca y fuego por la Muchacha.

Así que sudoroso y desafiando las reglas de la cordura, me puse a cortar cables, pegar, empalmar, poner interruptores y colgar bombillas en las alturas. Lo del interruptor fue bien, funciona y todo. Lo de la bombilla, fue algo peor. Resulta que del techo no colgaban dos cables, sino tres. Yo, que no soy todo lo idiota que mi prosa sugiere, me figuraba que una era la toma de tierra, pero un rápido cálculo de probabilidades en lo alto de la escalera me hizo saber que eligiendo al azar tenía dos probabilidades entre tres de acertar con los cables que eran, así que me encomendé a la suerte y fallé miserablemente: el interruptor delató mi mala elección. Así que me subí de nuevo a la escalera y corté los cables, porque el casquillo es de esos que una vez encajados no hay forma de desencajar, y los empalmé mediante la cinta aislante que, con la calor, se mostraba muy poco colaboradora en su tarea de sujetar juntos empalmes de cables. No pasó nada: uno de las enseñanzas indelebles de mi infancia, cuando veía a mi padre manipulando toda clase de cosa con cables con una maña tremenda, fue que no hay nada en esta vida que no pueda arreglarse con la cantidad suficiente de cinta aislante. Así que recurrí a una técnica mixta entre la que se llama "El Mazacote" y otra cuya denominación es "La Pelota", y al final la bombilla quedó sujeta a los cables que, esta vez, fueron los correctos. Cuando vino la Muchacha pasamos un par de horas de deleite pulsando el interruptor y viendo como la bombillita se encendía y se apagaba sobre nuestro coro de ooohs y aaahs.

Y nos fuimos a dormir y pasó la noche, y luego llegó otro día. El día del misterio.

Todo pareció normal a lo largo de la mañana y del mediodía. Nada en el tráfico hacía intuir nada raro, ningún semáforo desfloró presagios, ni ninguna gitana lanzó maldición alguna. Pero cuando llegué a casa fui a usar ese baño para un asuntillo mío que no contaré aquí y, al salir silbante y (más) ligero, pese a que aún era de día y entraba una luz gloriosa por la ventana, decidí regodearme en mi triunfo sobre los electrones y clamando ¡fiat lux! accioné el interruptor.

No hubo respuesta alguna.

Maldije y alcé la vista al techo, buscando a la culpable bombilla, y la bombilla no estaba. Estaban los cables, con trocitos de cinta aislante colgando de sus puntas. Y claro, miré al suelo, buscando la bombilla y el casquillo. Y ni rastro. Tan extrañado me quedé que dudas absurdas me asaltaron: ¿lo habrá quitado la Muchacha? ¿Pero por qué? ¿Lo habrá quitado otra persona? ¿Pero entraría a casa un ladrón que prefiriera robar bombillas antes que la primera temporada de The Shield?

Vino la Muchacha e investigamos la escena. Ni rastro de casquillo ni de bombilla hasta que, finalmente, vio ella en el fondo de la taza un par de minúsculos trozos de cristal que, como mi dieta es cafre pero no tanto, tenían toda la pinta de provenir de la bombilla.

Dedujimos entonces que el casquillo, por la mala sujección que logré y, sobre todo, por culpa de Newton, ese tipo al que sólo ignora el Jabulani ese de las narices, se había desprendido y había tenido la delicadeza de, por no provocar el engorro del cepillo y el recogedor, zambullirse en la taza del inodoro, donde por la energía cinética adquirida a cambio de la potencial que le proporcionaba su altura, combinada con el efecto de la pendiente del artilugio cerámico, lo hizo deslizarse hacia sus entrañas y tuberías subsiguientes, no dejando rastro de cables, casquillo y prácticamente restos de bombilla.

Nos hizo gracia y pensamos que, bueno, por lo menos no teníamos que barrer cristalitos, y más o menos nos olvidamos de todo.

Aquí termina la historia. Si seguimos, como pasa con todas, todo se vuelve sórdido y terrible (puestos a continuar a la Cenicienta le saldrían arrugas y el Príncipe se daría a la bebida, Caperucita daría ruedas de prensa confesando su zoofilia y acapararía puestos de tertuliana y de participante en Realities, y Gandalf trabararía como traficante de hierba allá en las tierras al otro lado de los Puertos Grises). Lo que sucedió después fue que el casquillo fue a parar menos lejos de lo que pensamos y ha provocado un atasco del inodoro. No tanto como para que no absorba absolutamente nada y rebose aquello que jamás debería rebosar, pero sí para que tenga una pinta muy rara y sea muy poco recomendable utilizarlo.

Así que yo he elaborado una lista de tácticas con las que emplearme en el nuevo problema. Algunas muy elegantes, como la de hacer entrar por la ventana del baño la manguera del patio y, tras introducirla en el interior de la taza, desatar toda su presión a ver si el casquillo se muda a la bajante, otras algo más típicas como adquirir un par de metros de alambre y hurgar. Y se las he expuesto a la Muchacha con todo mi entusiasmo, dejándola elegir nuestro ataque.

Ella, como es sabia, ha hecho notar que todo esto viene de mi falta de maña, así que hemos recurrido a la única de mi catálogo que parece a salvo de ella, y que requería el uso de mis manos tan solo para llamar a un fontanero, que vendrá mañana.

Le contaré, supongo, esta historia. Y siendo fontanero, supongo que habrá visto cosas muchísimo más fabulosas. ¡Quizá me cuente alguna, y todo!

Si lo hace y es para todos los públicos quizá la escriba aquí. El jueves, quizá, con esa eternidad de hastío que hay entre las semifinales y la final.

4 comentarios:

  1. sigo pensando que las labores hogareñas te inspiran mucho y que deberías practicarlas en pos de tu obra

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  2. Me gustaría agregar que le doy toda la razón a la Muchacha. El incidente de la bombilla sólo tiene un culpable y ése es usted, muy señor mío. No por el hecho de colocarla de manera precaria (McGiver's way) si no por ser el último en usar el inodoro y no cerrar la tapa... a la Muchacha eso no le habría ocurrido ya que la presupongo de usos corteses y gentiles.

    Aún así, debo felicitarle por el ingenio demostrado al colocar la "bombilla-del-espejo" ya que al recaer hábilmente sobre el susodicho y no ser la bombilla de bajo consumo (ahí tendrían algo que decir los de Greenpeace), desprenderá calor y funcionará como equilibrador térmico en invierno, evitando la formación de molesto vaho que impediría la correcta función especular.

    Tiene usted un 10 en Pretecnología y un 0 en Urbanidad. Nos veremos en septiembre, señorito.

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  3. En efecto, es usted un teórico que no baja la tapa del WC

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.