4.12.09

las reglas del juego

Salía del metro, esta mañana, cuando en lo alto de las escaleras una mujer dio un traspies, estuvo a punto de caer, se rehizo con una pirueta y consiguió no caer y salir indemne de la boca del metro.

Y mientras salía miraba a su alrededor, algo incrédula en parte por no haber caído, por lo estúpida que es siempre esa situación en la que uno está a punto de caer y nuestro cerebro, eso que creemos que somos pero que no somos más que en parte, le arrebató el timón a eso que creemos que somos y encarga una dosis de aspavientos con los brazos que, cuando hay suerte, nos mantienen en pie.

Le funcionó a la mujer, esta mañana.

Pero decía que la incredulidad era por eso en parte, porque todos tenemos dentro un pequeño Narciso (que se lo pregunten a esa que yo me sé) y siempre resulta la mar de sorprendente verse sorprendido en un momento de tan repentina y, por eso, inefable confusión, y luego comprobar que el universo sigue impasible su rutina, su correr del tiempo, su runrún de raíles que leyes físicas.

Sentir eso, supongo, puede ser pavoroso, para según quién, porque por algo tenemos el catálogo de religiones que tenemos para acudir al irracional consuelo de que no pasa nada, es todo parte del plan de un tipo majo que nos quiere mogollón y que no va a dejar que nos estampemos, y si lo hace será para luego consolarnos con mercromina y golosinas mientras intenta distraernos para que no pensemos si la culpa no sería suya que para algo es omnipotente, pero en fin, no entremos -más- en detalles al respecto que se nos enciende nuestro defensor del obispado de cabecera.

Yo veo esas situaciones, siempre, como la mejor oportunidad posible para someterme al recordatorio de que no hay más que leyes y azar, y en función de las primeras y el segundo, y bueno, el libre albedrío (y el caos que generan el Principio de Incertidumbre y el tráfico de Madrid cuando llueve), y luego pienso que esa fidelidad absoluta a las leyes subyacentes y al azar es lo que distingue a la vida de sus imitaciones, ergo quienes recrean bien la vida deben dominar el arte del azar y el rigor (por mucho que luego la vida nos de sorpresas tan improbables como ciertas, pero es lo que tiene tener 6.000.000.000 años para escribir guiones sobre la marcha: que pasa de todo). Eh ahí una forma, pues, para reconocer a un buen escritor (qué tremenda obviedad, entonces, pedirle a un escritor que resulte creíble, a fin de cuentas, o mejor, y más retorcido, que sepa ser creíble, no necesariamente que lo sea) o a un buen narrador de juegos de rol.

Porque los juegos de rol no son otra cosa que recreaciones de universos que sólo existen en la fantasía de quien los juega (uno por mente, porque ¿qué dos personas imaginan lo mismo?), y que deben ser coherentes, que para arbitrariedades del que maneja los hilos ya tenemos otras cosas que no cito, que al final de esa senda también espera Vanbrugh con el mazo.

El caso es que he terminado caminando hacia la oficina pensando lo difícil que era narrar una buena partida de rol sin que se notase mucho la manipulación, las propias preferencias, el deseo de matar a aquel o perdonar al otro.

Y me he acordado de aquel verano de hace siglos que pasamos encerrados en un sótano, jugando todas las tardes a un juego aberrantemente complejo que se llamaba Rolemaster (en total teníamos unos 12 libros de reglas con sus tablas que nos sabíamos con un detalle la mar de preocupante). Cuando yo llegué al pueblo, el primer fin de semana de vacaciones allí, sólo estábamos mi primo Perico y yo en el pueblo. Le construimos un personaje la mar de minucioso, del que no hablaré porque era bastante ridículo (y daba igual, porque Perico hacía maravilloso cualquier engendro), y luego nos dio por probarlo, enfrentarlo a un goblin miserable, ver cómo lo hacía picadillo. Y pasó lo inefable, que en el Rolemaster solía recibir el nombre combinado de tirada abierta mas crítico de noventa para arriba, y en un par de mundos de fantasía levemente parecidos, un goblin bastante sorprendido contempló el cadáver de un personaje glorioso muerto a sus pies no se sabía muy bien cómo.

-Ups -dije yo. Perico, pálido, miraba paralizado los dados-. Bueno, no pasa nada -quise consolarlo-. Estos no han venido todavía, no hemos empezado, y esto era de prueba... en realidad esto no ha ocurrido...

Pero Perico levantó la mirada, clavo sus ojos en los míos y me dijo:

-Sí que ha ocurrido.

Tenía razón, algo había ocurrido, pero ¿qué?

-Hmmm, ¿te hacemos otro personaje, entonces?

Habíamos invertido unas 30 horas en aquel, haciéndolo con todo el detalle y minuciosidad que sólo dos personas que por aquel entonces sabíamos de memoria qué tirada tiene que sacar alguien que maneja una daga para herir decentemente a alguien que se cubre con una camisola de mallas y grebas de cuero.

-Paso -dijo.

-¿Y entonces qué coño vas a hacer, con tu personaje muerto?

-Matar a los de los demás -respondió.

Y pasó todo el verano sin personaje propio. Aquel verano, cada vez que los personajes de los jugadores tenían que enfrentarse a algún enemigo, el enemigo era Perico. Un oso salvaje aparece de la nada, y Perico -eso sí, bien metido en su papel de oso- atacaba, o huía, primero, y luego descuartizaba al enano idiota que intentaba darle caza pensando en el valor de su piel. Y así.

Al final de cada verano, por aquel entonces, siempre había un combate con un dragón. El de aquel verano fue, sin duda, el combate más glorioso que yo he visto jamás contra uno. Pero en fin, no lo cuento hoy, que esto me está quedando infinito.

7 comentarios:

  1. Con esa concepción mecanicista, simplona y más bien neolítica de Dios no me extraña que te hayas hecho ateo, chaval. Pero te advierto que así no tiene ningún mérito. Vienes a ser como un vegetariano que no supiera de más carne que la cruda de rata muerta anteayer. Investiga un poco, no dejes todo el esfuerzo mental para tus ecuaciones diferenciales. El buen vegetariano es el que conoce, aunque solo sea de olerlas, las delicias de, por lo menos, un buen solomillo al Cabrales, y aún así se atiene virtuosamente a sus achicorias. El buen ateo es el que niega a Dios sabiendo que es algo más -en la cabeza de quienes creen en él, digo- que ese torpe y malintencionado jugador cósmico de rol que al parecer es todo lo que eres capaz de imaginar en cuestión de dioses. Negar semejante chorrada está al alcance de cualquiera, hombre. Así hasta yo soy ateo...

    (Oye, ¿qué es lo que es de cabecera, que no me ha quedado claro? ¿El obispado o su defensor?)

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  2. Esa concepción, precisamente, es la que he escuchado todas y cada una de las veces que no me ha quedado otra que entrar en una iglesia a oír una misa, Vanbrugh.

    Vale que lo cuente con rechifla, pero el concepto del Dios vigilante y benévolo que nos quiere y cuida de nosotros es, precisamente, el que vende esa gente, por lo que yo he oído. Igual es que los curas que me ha tocado sufrir se especializaban en el mercado de los simples, y les hacían un Dios a medida. O quizá, y esta es mi sospecha, es que antes, simplemente, era así, y cuando la idea ha sido demasiado absurda como para que cualquiera con dos dedos de frente se la trague, entonces, este concepto de Dios se ha refinado, se ha hecho algo más coherente (lo siento, pero hasta que no vea una zarza ardiente que me diga "y ahora qué" no le quito el "algo más"), de manera que pueda sobrevivir también en la cabeza de la gente que no se traga lo del padrazo con barba.

    Lo de cabecera eras tú, el defensor. Tener un obispado de cabecera ya, la verdad, me parece demasiado pedir.

    Y te contesto a escondidas, que me dice la Muchacha que no te replique, no sea que nos quedemos sin invitaciones, ejem ejem. ¡Disimulemos!

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  3. Hola David, somos una nueva revista literaria llamada "De Gozel" y leyendo este excelente relato creo que encajaría a la perfección en el nº1 de la revista en papel.
    Si eres tan amable de colaborar con nosotros, se pondría tu nombre como autor del escrito y el enlace a tu blog acompañando al texto
    He aquí la dirección de la revista online: http://degozel.blogspot.com/

    Gracias por la atención prestada.
    Un cordial saludo.

    Atentamente, el equipo De Gozel.

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  4. ¡Caramba!

    Me honras tremendamente, DeGozel, pero honestamente, discrepo con la excelencia del relato y, de hecho, hasta con llamarlo "relato"; es un post divagante que ni siquiera llega a contar lo que pretendía, lleno de referencias más o menos obvias a lectores de aquí, escrito a galope, sin pensar ni repasar ni corregir (y ahora que lo leo ay, esas erratas). En resumen, la verdad es que a mí me daría un poco de vergüenza saber que anda por ahí el post este impreso por alguna parte.

    Pero relatos a los que yo llamaría relatos y que al menos sí han sido releídos tengo, ¿eh?, por ejemplo, el último,

    http://ylacamasinhacer.blogspot.com/2009/11/ensayo-conyugal.html

    ¿No preferiríais uno así, más, no sé, premeditado y horneado?

    Mil gracias por piropearme las letras, en cualquier caso.

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  5. Deja a Vanbrugh con sus irracionalidades, todos necesitamos algunas y aunque la suya no es muy original y aunque a lo largo de la Historia probablemente ha casuado más mal que bien...a él le sirve.

    Pero me gusta esa afirmación de que para recrear la vida se necesita comprender y manejar el azar y las leyes de la física. Completamente de acuerdo, creo que se cumple en todos los casos.

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  6. ¿Afirmaciones mías que gustan?

    Bueno, tenía que pasar.

    Si me paso infinito tiempo tecleando al azar, alguna cosa tiene que salir que eso.

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  7. Borges, que era a su modo medio tonto también (¿notas ese 'también'; halagador, ¿no?) dijo aquello de un chimpance o doscientos millones tecleando al azar podían pergeñar el Quijote. Se le olvidó decir que también, con más probabilidad incluso porque es más corta, le podía haber salido el coñazo ese de La Galatea. Así que no seas tan displicente (cómo me gusta displicear): por supuesto que coincido contigo muchas veces, en el bar de la esquina (sin ir más lejos, ni tú ni yo); otra cosa es que te dirija la palabra. Teniaaaaquepasasssrnotejodeee (y dile a tu verificador de palabras que deje de intentar hacerme escribir obscenidades)

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.