4.9.09

la descintación

En principio ver televisión (porque ver las noticias de los deportes no cuenta, y ver series yanquis por internet tampoco) tiene sus ventajas. Por ejemplo uno no tiene que ponerse como un tomate haciendo zapping y descubriendo al Cristo Mejide aullando o viendo Cuéntame ¡en la democracia ya! (que, digo yo, ¿no podrían acelerar, contar dos años por temporada, y así, algún día y ya puestos, convertirse en una serie futurista? ¿o no podrían haberse metido en el curso de la distopía habiéndose inventado que Franco no moría, o que su sucesor decía “bienvenidos a la monarquía absolutista en el siglo XX”, y convertirse en un folletín de espadachines contemporáneos con muchos rulos y pelucas y escotes a la Águila Roja? ¿o hacer algo para que no se sepa el contenido íntegro de cada capítulo completo sólo viendo el avance previo de después del telediario?)

En principio, decía, porque siempre puede suceder que uno haga lo posible por ser una persona cuerda y feliz y no pueda porque ver la tele no la vea, pero alguien se dedique a contársela concienzudamente.

Déjame dar la luz de este cuarto a oscuras, ponerme en pie y confesar que yo sufro de tal mal. Tal cual. Pall Mall. ¿Cuántos conjuntos de palabras que suelan ir asociadas y terminen las dos en ele existen? En fin, que me distraigo: una compañera de la secta ve todos y cada uno de los programas que yo desprecio con el mismo empeño (por verlos) que le pongo yo (por no verlos). Total, que cada vez que la veo me cuenta un documental sobre enanos y gigantones y sus respectivas problemáticas y la cantidad de problemas económicos que conllevan, o un programa que vio sobre el casón de tal personaje que antes le caía bien, pero que ahora viendo lo que despilfarra pues ya no, o la última aberración de Tele5 con el impresentable ese calvo y borde y desagradable diciendo sandeces en modo repeat, o sobre los tratamientos de adelgazamiento de lujo a los que se someten los ricos.

Esto último me hizo abandonar mi línea de pensamiento resignado sobre cuánto énfasis hace siempre esta psoecialista de pro en la pasta de la gente y en cuánto me recuerda a aquel joven comunista escandalosamente confeso que conocí en mi infancia que decía que en realidad él y todo el mundo se movía por dinero, para que considerase el más reciente problema al que me han traído las causas combinadas de la súbita desaparición de mis cinturones, que no sé dónde están, y el tratamiento de adelgazamiento mexicano, consistente, como sabes, en pasar 20 días en México comiendo como una alimaña, bebiendo como un finlandés y sufriendo la venganza de Moctezuma.

Y me quedo considerando el patentar el método, en montar una clínica de adelgazamiento que funcione sin matar de hambre a nadie o sin obligarle a ejercitarse cual Conan en el molino aquel, sino a base de playa y copazos y festines y una reserva completa de un baño (un sanitario, decían allí) por un día, con medio bosque convertido en papel higiénico a mano.

Y considerando, también, dónde narices se habrán metido mis cinturones. ¿A dónde van los cinturones, cuando desaparecen? ¿Debería componer una canción a la Silvio Rodríguez sobre mis cintos?

Y considerando, también, qué contradictorio y divertido problema supone ir caminando y tener que subirme con disimulo de cuando en cuando los pantalones, que poco a poco intentan escurrirse y huir, quizá en post de los cinturones.

1 comentario:

  1. De todo lo que había que ocmprender de la lectura, me quedo pensando en las palabras que acaban en ele.
    ...
    ...
    y en qué bonita la canción de Silvio.
    y en que desde que tengo a los niños y fox, hace días que no veo telebasura...
    hummm
    buena lectora tienes...

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.