26.5.08

sin tanques de bellas inscripciones cirílicas a la vista

Vaya un par de días decepcionantes, el de hoy y el de ayer; ni tanques con simbolos cirílicos sobre sus blindajes en las calles, ni yermo post-nuclear, ni nada, salvo un récord de audiencia televisiva: Leo en El País que 14 millones de personas vieron por la tele, el sábado, cómo Chikilicuatre hacía el idiota en Belgrado; hacía 6 años que no se ponía tanta gente a la vez a ver lo mismo (por lo visto, aunque la noticia no lo menciona, ni siquiera el discurso navideño de S. A. R. Juancar, y eso que lo ponen en varios canales a la vez). Y digo mal, lo sé muy bien, por dos razones: primera, porque digo “vieron” cuando debería decir vimos, y segunda, porque parece que hacer el idiota es peyorativo. Y no, ¿eh?, no.

Efectivamente, lo vimos. El sábado nos fuimos la Muchacha y yo con sendos compañeros de piso a ver la nueva de Indiana Jones (de la que al menos hoy no tengo nada que decir, excepto que coincido con esta crítica de J. Minguell que viene a decir que La Jungla 4.0 + Expediente X = Indiana Jones 4). A la salida vagamos erráticos en post de una supuesta multa de aparcamiento que finalmente no existió y terminamos tirados en el sofá del Palacete. Vino gente, innovamos en el arte de las pizzas, comenzamos a abrir botellas de alcohol y claro, alguien puso la tele.

Yo no he hablado hasta ahora del Chikilicuatre, cosa harto comprensible porque nos han dado muchísimo la lata con él y con su maldita aberración supuestamente graciosa, pero la verdad es que ganas tenía, y creo que ahora, a toro pasado, ha llegado el momento para hacerlo con cierta perspectiva. Porque a veces es mejor hablar de las cosas desde fuera, como por ejemplo del mar, o del espacio exterior, porque hablar dentro del mar o más allá de los confines de nuestra atmósfera amarillentogrisácea puede suponer la muerte (ya sé que yo habitualmente aplaudo el escepticismo y la experimentación, pero en este tema espero que confíes en mí). Así que me he decidido que hoy voy a escribir sobre él. ¡Ah, mierda, que ya había empezado! Perdón. Sigo.

Y vimos al Chikilicuatre, digo, a quien aborrezco y cuya música detesto, pero a quien a pesar de todo esto admiro, por razones que espero dejar claras en lo que me queda por escribir. Honestamente, en nuestros nerviosos estomaguillos, levemente intoxicados por el empirismo gastronómico y las primeras copas, algo rebullía y gorgoteaba de emoción contenida. Tanto fue que cuando el hombre terminó con su sarta de tonterías, la Muchacha y yo nos refugiamos en un rincón y nos dirigimos mutuamente nuestras brillantes miradas.

–¡Mañana Europa el Este en pleno nos declara la guerra!

–¡Mañana amanecemos arrasados por bombas nucleares ucranianas!

–¡Tanques con inscripciones cirílicas ocuparán nuestras calles, y el tableteo de los kalashnikovs espantará las palomas!

–¿Eres consciente de que hemos asistido a algo único?

–¡Sí, sí! Esta ha sido nuestra primera gran experiencia televisiva compartida!

–¡Sí, como si hubiésemos visto caer las Torres Gemelas!

–¡O la Caída del muro de Berlín!

–¡O a Naranjito!

–¡O el programa de Jesús Gil!

–¡O el último episodio de los Fraggle!

–¡O el episodio del viernes que viene de Lost!

Seguimos así un rato y afortunadamente nos detuvimos antes de que yo mencionase aquel programa, para mí histórico en la televisión, en el que una presentadora rusa de noticias se iba despelotando mientras desgranaba la actualidad, provocando ciertos incrementos entre su audiencia, logrando así ahorrarme la entrega de una nueva remesa de munición para esas coñas que la Muchacha me hace sobre ciertas rusas y ciertas desnudeces, y nos volvimos a la carrera delante de la tele, a constatar con un raro orgullo patrio que ningún otro candidato estaba a la altura del nuestro. Aunque algunos le andaron cerca. Pero no, Chikilicuatre cumplió con su cometido.

El problema es que luego el Festival le devolvió el golpe como más duele.

Yo el mérito inmenso que le veo a Chikilicuatre, o tal vez, porque lo intuyo más arma que artillero, a sus jefes, es el de decidir intentar ir a Eurovisión con la cosa más ridícula y espantosa que fuese posible; esto ya vale para dedicarles un aplauso, pero la ovación de gala la merece quienes eligieron a este señor y a esta canción para ir ahí, a representarnos en el concurso de lo rancio y lo casposo: Los de TVE quisieron darle un aura de legitimidad y de democrático al elegido, dándole voz al pueblo, y el pueblo abrazó la coña de La Sexta y les castigó votando al que iba de broma. La idea de la gente, pienso yo, fue la de trasladarle a los eurovisivos un mensaje, no es que nosotros seamos así, sino que es que pensamos que vosotros no sois dignos de otra cosa. Así, este año, para mí, ha marcado el año de una simbólica madurez mental de nuestro país: por fin nos hemos tomado ese festival de mierda como se merece, y hemos decidido reírnos de el. En ese sentido, Chikilicuatre sólo merecía dos finales, cualquiera de los dos exitosos: O un primer puesto (o, venga, un empate a puntos con los rusos, patinador ridículo incluido), o un último lugar. Pero ni una cosa ni la otra, el festival de la cutrez se ha defendido de la mejor manera que podía hacerlo, tomándonos como uno más, y no sólo castigándonos ni premiándonos en exceso, sino embutiéndonos en mitad  de la clasificación de cutremúsicas. Lo que más duele a un provocador es que lo ignoren.

Y ni tanques en las calles, ni indignaciones, ni asedios a nuestras embajadas, ni quema de fotos de miembros de la familia real (a diferencia de lo de los incrementos entre la audiencia de la rusa juro que esto no va con segundas, en serio) en pueblos de Cataluña, ni nada de nada, calma chicha y algo de lluvia. Hoy, la nada, la vuelta a casa, el programa, supongo, de euforia fingida por haber ido y haber vuelto, el asignarle un terapeuta a Chikilicuatre y el ser conscientes de que el año que viene volverán a ignorarnos si tenemos, otra vez, la entereza de reírnos. Hoy sólo queda el consuelo de pensar en la perplejidad de aquellos extranjeros participantes que se estuviesen tomando el tema en serio y se miren y nos miren y se miren y no entiendan nada, compartida por la de nuestros otros tres últimos enviados, que obtuvieron ¡aún menos puntuación!, y la incógnita, inmensa, que tengo yo en la cabeza desde que se terminó todo esto: ¿¡qué coño hay que hacer para perder en Eurovisión!?

 

Yo tengo un par de ideas desesperadas y desencantadas, pero me las reservo para los comentarios.

2 comentarios:

  1. Coincido contigo: yo también me tragué parte del bodrio con la esperanza de estar asistiendo a un punto de inflexión, a una singularidad televisiva que nos engulliría y, con suerte, destruiría nuestra civilización. Lamentablemente, como dices, Eurorrisión nos ha derrotado y ha sobrevivido, un año más, a la llegada del siglo XXI. Decepcionante.
    Otra cosa que me ha decepcionado bastante ha sido la ausencia de suicidios masivos/rituales entre el gremio de anteriores participantes en Eurorrisión. Porque hemos enviado a esa mierda de concurso a muchos cantantes de verdad (?) y pocos lo han hecho mejor que el clown (y lo digo con admiración) Chikilicuatre. ¡Quiero ver seppukus!!!

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  2. A mí este chico me da pereza porque todo lo que huela a Eurovisión me da pereza, así que me desperezo, te saludo, te mando un beso y cierro.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.