13.2.08

un niño que ayer me cayó bien

“¿Qué es peor, seguir un buzón, seguir al que sigue un buzón o seguir a la que sigue al que sigue un buzón?”

(Sólo digo una cosa)

 

Siete de la tarde, Línea 6.

La profesora tiene cara seria, de prisa, de agobio. Va corrigiendo su pila de ejercicios entre los bamboleos del metro, soportando las miradas curiosas de algún pasajero somnoliento y las apreturas a las que la somete un orondo lector de mierda (de Ken Follet, concretamente) que no hace ningún esfuerzo por restringir la amplitud que le piden tanto su orondo cuerpo como el orondo mamotreto que va leyendo. Pasan las hojas; sumas, restas, diagramas, letras grandes a lápiz, nombres de alumnos en lo alto de cada hoja, Alicia, Daniel, Juan, Sonia, Pedro, Jonathan, Jessica. Hay ejercicios para que los niños inicien el arduo camino que les llevará desde el recuento digital de canicas hasta el cálculo de índices de crecimiento de alguna economía asiática, hay ejercicios para que se acostumbren a ir retorciendo el lápiz y transcriban en forma de garabatos comprensibles sus pensamientos, hay ejercicios para que busquen pautas y patrones, y hay un ejercicio de buscar las diferencias, tal vez para que dentro de una década esos niños obtengan altas puntuaciones en las máquinas de los pubs, mirando copa en mano los dibujos de Mordillo a la caza de patas de más, ventanucos de menos, ladrillos defectuosos y nubes mordidas. La profesora pasa las ojas maquinal, rápida y eficiente, garabateando “B” en casi todas ellas y mirando de vez en cuando el reloj. Sólo a veces se detiene y suspira, y entre sacudida y sacudida del metro escribe que el “–“ era porque se trataba de restar y no de sumar y por eso no era “+”, o que aquello debería ser una v y no una b, o que cuando pedía buscar dos conjuntos quería decir dos, y no catorce. Las pausas la desesperan; sabe qué respuestas están bien, reconoce los ejercicios bien hechos en el tiempo de un parpadeo, y quiere ventilárselos cuando antes; tiene mucho que hacer. Las pausas le hacen volver a mirar el nombre escrito en lo alto de la hoja, sacudir la cabeza, morderse el labio inferior. Alicia, como no. En qué estarías pensando, Daniel. Qué ganas tenías de irte a ver la tele, Juan. Les garabatea la regallina-corrección y sigue adelante, esperando una buena racha de ejercicios rápidos a ver si le da tiempo a despacharlo todo antes de llegar a Nuevos Ministerios.

Y llega por fin a un ejercicio de de los de diferencias. Son dos dibujos sencillos, que a la manera de un cómic barato reflejan una escena palaciega. En cada una de ellas, el salón de un castillo, la mesa de un banquete, una tronera desde la que se divisa o no, según qué imagen mire uno, una alta torre del homenaje y en primer plano, una damisela y un cortesano.

Ella lo mira, mira el nombre del autor, y vuelve a mirar el ejercicio. Salta a la vista que no es como los demás. En primer lugar, está coloreado. En segundo lugar, no tiene marcadas las diferencias: las tiene corregidas. El niño que hizo eso se extralimitó. El niño que hizo eso se estaba divirtiendo con el ejercicio, jugaba con él. Lo mira un buen rato antes de empuñar el clásico bolígrafo rojo y escribir, con el pulso de yonqui pasando el mono que le produce el bamboleo del viaje, que no se trataba de hacer todo eso, que sólo había que hacer notar las diferencias con flechitas, con círculos, daba igual. Escribe dos líneas, y luego contempla una vez más los dibujos, inmóvil, y al fin recuerda que tiene prisa, sonríe, escribe “MB” a toda velocidad, lo rodea en un amplio círculo que cruza medio dibujo y pisa el acelerador a fondo mientras se lanza al siguiente alumno, y al siguiente, y al siguiente.

Pero ya no deja de sonreír, aunque no le da tiempo a terminar antes de Nuevos Ministerios, donde se baja, tan contenta, y se va caminando deprisa por el andén.

10 comentarios:

  1. Lástima que no haya ejercicios que enseñen a los mayores a que se inicien en el arduo camino que les lleve desde el cálculo de índices de crecimiento de alguna economía asiática hasta el recuento digital de canicas.

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  2. ayyy, David, se me han "haguado los hojillos" mientras pienso en el "ombrecito" de mi vida, ese tapón de cinco años que se va a la cama a leer todas las noches y desde su cama alta de ikea y a grito pelado siempre pregunta "MAMÁAAAAAAAAAAAAAAAAA, QUÉ QUIERE DECIR..........."

    El tío guapo, se divierte leyendo.

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  3. Qué cabrón, a mí también se me han saltado las lagrimillas. A veces te odio, sí, es envidia, totalmente insana :P

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  4. Léase bronca, tiquismiquis.

    Léase petarda, ja ja.

    Ángel, güelcome a mi humilde morada. Hay café por ahí. ¿Inventar métodos redentores para los analistas económicos? No sé no sé. Yo como todas mis esperanzas las concentro en la Copa de Europa (Roma grrr, Roma grrr) no malgasto ninguna en esa gente, y sólo se me ocurre ignorarles o, si hablan de trabajo, la eutanasia inversa, no para que dejen de sufrir, sino para que dejen de hacer sufrir.

    Pi, a poco que salga a la madre... Pero está bien eso de leer, sí, sí, qué alegría. Esperemos que no salga luego muy friqui, ja ja.

    Inere, se supone que intentaba compartir una escena que a mí me alegró la tarde, no hacer llorar, coño. ¿Qué pasará el día que cuente algo triste, que te reirás de mis penas? Si es queee...

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  5. bueno, a veces las cosas bonitas hacen llorar, es lo que tienen las hormonas femeninas (genial excusa para todo...)

    a mi también me encanta robar sonrisas ajenas en el metro y hacerlas propias. Es un deporte que deberíamos fomentar más...aunque no frene la obesidad infantil, alegra los días...

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  6. Léase lo que quieras, pero el sinónimo de bronca es regañina XD

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  7. Nada nada, María, eso no es excusa, los machotes también lloramos. Sin ir más lejos yo, anoche, lloré. Me había pillado un pelillo con la hebilla del cinto al sentarme y cuando me puse de pie ZAS, y se me escapó un lagrimón sentidísimo, en serio. :P

    Y bienvenía al bló, que no me acuerdo de haberte visto contestar antes. ¿O sí? Ay mi cabeza.

    Anna, regañina es una palabra tan horrible como tu legendaria pedantería. Me niego a usarla. Totalmente. Alguien tiene que hacer algo contra las palabras nefastas, ala.

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  8. No sé si es más grave usar regallina por error o por motivos estéticos, pero vale, no voy a insistir más en ello XD

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  9. ¡Ahora me dirás que te gusta la palabra "regañina"! ¡Es nefanda! Es... es... ¡¡¡nefrítica!!!

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.