4.10.07

desde el fondo de la pista

Y aquí estoy yo, más allá de la cal (metafórica), empuñando mi raqueta (metafórica), correteando de un lado para otro para devolver los golpes (metafóricos, cuando hay suerte, y no tanto, cuando no), para hacer que la pelotita (metafórica) vuelva al otro lado de la red (metafórica).

Me gusta el tenis. Es decir, me gusta ver tenis, aunque ni se me pasa por la cabeza intentar jugarlo, que yo ya estoy mayor para esto del deporte, pero para entendernos resumamos diciendo simplemente eso, me gusta el tenis. Y fue toda una sorpresa descubrirlo, más allá de las razones que con toda probabilidad te estarás imaginando, que por sí solas, probablemente, habrían justificado esta afición mía.

Yo, como buen hijo de nuestros tiempos, criado y educado en tantas cosas por esa tele a la que no echo para nada de menos, había visto algo de tenis como todo el mundo, cuando el Moyá y los demás iban a los torneos de tierra y llegaban a cuartos de final con algo de suerte, así muy esporádicamente, pero en serio no pude empezar hasta que, claro, empezaron a echarlo en serio por la tele, lo que hay que agradecerle a Rafa Nadal y a su estatus actual de semidiós del deporte español otorgado por la entusiasta prensa deportiva, siempre tan ávida de semidioses nacionales que les hagan vender más. Y en fin, estoy de acuerdo en que Nadal tiene sus talentos, entre los que admiro profundamente esa manía cabezona y terca de llegar a cada maldita bola, pero como no tengo el gen de lo patrio yo personalmente lo que más le agradezco a Nadal es que gracias a él haya descubierto a Roger Fereder y le haya podido ver en tantísimos partidos. Aunque no vocifere tras cada punto, aunque no tenga biceps de extra de peli de bárbaros y aunque no sea epañol, digo hespañol, digo español, ejem. Aunque Nadal le torture haciéndole jugar todo el rato de revés hasta que el suizo falle, y aunque pierda el partido, yo me lo paso como un enano viéndole dar los cien mil reveses que el tío clava antes de cometer el error que le da el punto a Nadal.

Pero al margen de jugadores, me parece que el deporte en sí es fascinante y como neurótico y matemático que soy mire donde mire veo la perfección barroca en sus normas. En todo. Desde el infierno que es aclararse de cómo coño se gana un tie break o en qué consiste (aprender las normas viendo partidos en inglés en Eurosport fue un suplicio divertidísimo), desde el pensar que hasta que se mete el último punto el partido lo puede ganar cualquiera, desde esa costumbre de contar el quince a nada como fifteen love (qué cosa más pedófila, si uno lo piensa bien. Aunque una vez escuché un thirty love y me sentí más acomodado, sexualmente), o eso de dejar de contar los puntos una vez que se llega a los cuarenta y se empieza con los iguales o las ventajas, o eso de contar los puntos de quince en quince como quien cuenta cuartos de hora pero parándose en el cuarenta porque forty five tiene tres sílabas y lo dejaron en dos, como fifteen y thirty, o eso de que un partido pueda empezar un martes y terminar un jueves porque se ponga a llover. Un juego en el que se regula que si se te cae la gorra una vez el punto se repite pero que si se te cae dos el punto lo pierdes, por capullo, es un deporte pensado a fondo.

Tiene más cosas que me gustan, aparte de las obvias, insisto (pero es que vale la pena insistir), como el hecho de que un jugador pueda ir jugando por medio mundo durante el año, sin liga nacional ni leches, o el mismo hecho de que sea un juego solitario (acoto y dejo al margen los dobles, que siempre me han puesto nervioso): Cada deportista está solo contra el otro deportista, sin nadie que le ayude aparte de sus fuerzas, su talento y esa suerte siempre presente que puede tomar la forma de roces con la red o golpes con la madera o fuerzas del viento o estornudos de espectadores o la incógnita siempre presente de no saber cuánto tiempo vas a pasarte corriendo como un loco de un lado para otro. Al final está cada jugador a su lado, separado por una red del rival y enfrentándose a él mediante una pelota que tampoco deben tocar directamente más que para levantarla para el saque. Y lo demás es el terreno de la astucia, la habilidad y la resistencia, que al fin y al cabo son los ingrediéntes de la épica.

Como buen neurótico y buen matemático, yo siempre acostumbro a sacar las cosas de contexto y a buscar relaciones no necesariamente coherentes para poder aplicarlas a mi día a día, por razones como que a veces uno se aburre menos si plantea las cosas que le pasan en la vida como un partido de tenis, de forma que se obtienen un buen montón de símiles absurdos que no llevan a ninguna parte y otros cuantos que o lo tienen o parecen tenerlo, y sirven para que uno medite las cosillas que le van pasando desde un punto de vista nuevo. Y así a veces uno se encuentra en situaciones que equivalen a esas carreras desesperadas del que es bailado de lado a lado de la pista por alguien cómodamente instalado en la red, intentando ver cómo narices lo hace no ya para llegar sino para ir buscando el momento para intentar largarle un passing, o se dedica simplemente a devolver los pelotazos que le llegan, o espera paciente o impacientemente a que el clima escampe y pueda seguir su partido, o desespera porque una lesión inoportuna le jode la posibilidad de un buen partido, o mira con pasmo como cuando pensaba que iba a dar el golpe de su vida la raqueta se le rompe en las manos o la pelota le alzanza de lleno en la frente o el tobillo se dobla como no debe o se come a un recogepelotas despistado que simplemente pasaba por allí o no pudiendo frenar a tiempo se cae rodando por el caminito a los vestuarios.

Y así, según esas traslaciones del tenis a mi día a día, se puede decir que últimamente yo me dedico a devolver los golpes como se puede, intentando no pensar mucho y sospechando que de un momento a otro se me van a desatar, a la vez, las dos zapatillas. Verás, verás.


(las fotos, ambas dos, del link que daba. La segunda, por guapa, la muchacha. La primera, por guapa y porque me parece una foto genial)

3 comentarios:

  1. Busca tu match point, ya sabes que en el tenis, como en la vida, todo es susceptible de cambiar en el último momento, por muy mal que te estuviese yendo. Solo tienes que convertir la jungla de asfalto en tierra batida, o hierva, como prefieras, y entrar a ganar.

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  3. A mí ya me gustaba el tenis antes de Nadal (la mitad del deporte que he practicado en esta vida ha sido con raqueta, aunque era frontenis. A tenis he jugado un par de veces, pero es mucho más difícil de lo que parece viendo la tele) y he de decir que la tierra batida siempre se les ha dado bien a los españoles: Moyá, Corretja, Bruguera, Berasategi... eran bastante asiduos de las semifinales y las finales de Roland Garros. A mí al que me gustaba ver era a Sampras: elegante, ganador, agresivo... Hasta que llegó Federer, fue el más laureado de la historia -aunque nunca pudo ganar en París-. Y si se enfrentaba con Agassi en pista rápida o con un español en tierra, el partido podía ser épico.
    Eso sí, la Sharapova nada que ver con Arantxa Sánchez o Martina Navratilova.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.