8.8.06

La mente y el cuerpo

Llevo yo unos días sin escribir aquí por dos razones. Bueno, tres. La tercera, que se me acaba de ocurrir, es porque me fui al pueblo el viernes y eso explica por qué no he escrito desde entonces. La segunda (ya puestos hagamos todo el camino al revés) porque no he tenido demasiado tiempo, desde que vine del pueblo, por culpa de cierto perturbado mental (no es un insulto, es literalmente cierto) al que tuve la gloriosa idea de tratarle como trato a todo el mundo (es decir, con algún que otro insulto y discutiéndole muy, muy, muy a fondo), que viva la integración, y que reaccionó con arranques psicóticos y dándole la vuelta al papel que hasta entonces había adoptado para convertirse en una máquina de odiar y de soltar barbaridades. Lo que me molesta del asunto es que yo soy muy fácil de odiar, caray, basta con ofenderse por algo que digo, recriminármelo, y llamarme animal, o bestia, o terco, o quisquilloso... pero no, al chico no le valía así que se inventó un yo ficticio fascista, homófobo, un yo al que él, que era un tipo dulcísimo y solidario y en fin, ya les conoces, se dedicó a desear, en buzones de voz ajenos, empalamientos anales, amenazas y retos, acompañados de su dirección. Para luego despedirse arrepentidísimo pero ecuánime diciendo que al fin y al cabo todo es culpa mía que no quise dialogar con él (dialogar creo que es escuchar sus desvaríos) ni aceptar su mano tendida (que creo que se refiere a cuando propuso que nos diesemos de hostias). En fin, por este perturbado, decía, tuve que realizar labores de escolta y de vigilancia que me fueron recompensadas, sobradamente, con un capítulo de House y un plato de espaguetis con nata y espinacas que, diga lo que diga la cocinera, a mí me supieron de muerte. Sobradamente sobre todo porque todo aquel asunto fue culpa mía...

Oh, sí, y la primera razón por la que no escribo es que no se me ocurría sobre qué.

Es mentira, pero sólo en parte. Se me ocurría sobre qué, pero no cómo enfocarlo. Y sigo sin saber cómo hacerlo, pero hace un rato tuve una idea bastante buena, perdón por la inmodestia, que fue empezar a escribir de todas formas, y ahora acabo de tener otra, que es contar sobre qué quería escribir, y dejar que te hagas una idea de lo que a mí me gustaría decir al respecto. Total, nos conocemos, hay confianza y ya me conoces, a tu manera, a nuestra manera.

Pues quería hablar de la mente y del cuerpo. De el conflicto que tenemos entre la una y el otro, de cómo la primera madura después pero envejece más tarde, de forma que cuando uno por fin es consciente de lo que tiene alrededor y se apaña para entender el mundo con sus esquemas mentales más o menos ya afianzados, se empieza a encontrar con un cuerpo cansado y gastado que empieza a cobrarse facturas anticipadas. Yo hace poco empecé a reconocer a mi cuerpo, en los espejos, como la funda traidora donde yo estoy embutido. Como un vehículo que tiene que llevarme, traerme y permitir mi relación con el mundo, pero que como todo vehículo empieza a tener piezas sueltas, desperfectos de chapa y pintura y respuestas que no son las de antes, que de todas formas nunca fueron todo lo espectaculares que se supone que podrían haber sido, pero hay que resignarse a no haber sido nunca un GTI.

Así que según pasan los años me queda menos pelo y más dolores extraños que ya no se van con la promesa de haber desaparecido en un par de días, sino que entregan su tarjeta de visita, dicen "volveré" y corren a esconderse detrás de la primera esquina.

Lo he estado pensando y la verdad es que me da igual. Sé que yo no soy esta cosa tejida a base de ADN y que se supone que debería preocuparse sobre todo de alimentarse, evitar depredadores y depositar la mayor cantidad de esperma posible en la mayor cantidad de mujeres posibles. Yo soy algo que en algún momento surgió aquí y que adora mirar a las nubes y hacer fotos, que se frustra por no ser capaz de hacer música (bueno, ya no: Soy demasiado feliz escuchándola como para andar por ahí frustrado), que adora quedarse hasta las tantas de la mañana espantando un miedo o una pena por teléfono aún a costa de condenarme a la muerte en vida al día siguiente. Soy esta nube de pensamientos que muchas veces no me hace falta ni contarte para que reconozcas e identifiques, y de la misma manera tú tampoco eres un montón de carne con una genética más o menos afortunada, sino esa cosa que hay detrás del timón, ese brillo al fondo de los ojos, ese titiritero que mueve tus labios para componer las sonrisas más bellas del mundo. Y lo sé, sé que es así, y estoy muy feliz con esa información, pero entonces luego siempre me pregunto ¿y por qué entonces cuando miro a una mujer, por la calle, lo que admiro al primer bote es siempre cosa de méritos genéticos? Me disculpo conmigo mismo (tiene la palabra el acusado) diciendo que quieras que no es lo que primero se ve y que, de hecho, es estéticamente bonito, y casi me creo del todo cuando me digo que, al fin y al cabo, siempre me he considerado un desgraciado cuando alguna mujer a la que he querido era una beldad; aquello sólo complicaba las cosas, me hacía dudar de si yo estaba inventándome excusas para no ser superficial (y alguna vez, de hecho, fue así, mea culpa) y, lo repito porque es importante, sobre todo complicaba las cosas.

Pero ¿por qué complicaba las cosas? Ay, pues porque mucho darle importancia al contenido y no al continente, mucho ser profundos y ser distantes de lo físico, pero por más que nos empeñemos seguimos siendo materia y estando conectados a esa ruina andante que entiende que vivir es desmoronarse, a la que llamamos cuerpo, y ese cuerpo sigue pensando que puestos a retozar mejor darse el gusto de hacerlo con un GTI... y así termina pasándonos siempre a mi vieja carrocería y a mí, que somos un encanto, somos adorables, y somos tan imbéciles y tan desgraciados como para no ser capaces de iluminar, en las cabinas de mando de los cuerpos que perseguimos, esas lucecitas rojas que le dan a uno permiso para sacarse un puñado de tickets para un viaje al paraíso de las hormonas efervescentes.

6 comentarios:

  1. Como principal sufridora de psicópatas por salir en tu defensa, sólo me queda decir que mira que es jodío ser tu amiga!!!
    Ahora por tu culpa tengo el buzon de voz petao de amenazas que encima ni siquiera son para mi XD (¿quien dijo que quitara el buzon de voz? ¿cómo hubieras escuchado tan agradables deseos hacia tu persona?)
    Y lo de las carrocerias... en fin, que voy a decir de la mia genéticamente predestinada para el sufrimiento!!! XD

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  2. Pues chicos, ni puto caso del tío este. No creo que sepa donde vivís vosotros y además supongo que le faltan h... Para presentarse en alguna de vuestras casas. Aunque como en todo el miedo es libre y hay muuucho quedao por ahí suelto.

    Carrocerías... Que bonitas algunas. Pero que carentes del resto de cosas que hacen que además sean llamativas, al menos así a vote pronto. Un buen interior y un buen acabado hacen tb mucho en las personas como en los coches.

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  3. Totalmente de acuerdo, pero aquí estoy yo con mi tapicería de cuero y mi acabado en cromo y la gente dice ¡oh, qué bonito!, pero...

    Ups, eso me recuerda que pensaba seguir con el tema, hoy, luego, si saco un rato.

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  4. ¿Espinacas? puajh...

    Me tenís comiditas todas las uñas con el tema del Psicópata amenzante... pero bueno, no digo na que luego to se sabe.

    No sesesperes david el día menos pensado vendrá a buscarte a casa Naomi Watts para pedir "tus favores" lo triste va a ser el despertar...Bwuhahaha (o era Bwahahah?) ^-^

    PD: por cierto esta mañana tenías el blog en construcción y no veo nada nuevo... qué raro ¿no?

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  5. Si fuese un coche, creo que no tendría carrocería >_<

    En lo que respedta a las carrocerías ajena, pues eso es como siempre. Para admirarlas, pues miras las más bonitas, para dar una vuelta rápida, también. Pero si lo que tienes es que hacer marcha con un coche, lo mejor es que te fijes en otras cosas.

    Conclusión, todo depende de con qué quieras interactuar ^^

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.